Tomeu Blanch Navarro, en la puerta de La Molienda. | Marina J. Ramos

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¿A quién no le ha alegrado alguna vez el día un camarero? Una simple sonrisa, una broma o una galletita extra...con un sencillo gesto son capaces de mejorar sustancialmente el ánimo de uno. En un segundo plano y a pesar de las prisas y del incesante ajetreo, ejercen de psicólogos, consejeros y de amigos con quien lo necesite, café de por medio. En España somos de bares. No es solo un dicho. Las estadísticas lo confirman: según el Instituto Nacional de Estadística (INE) somos el país con más bares por persona. Hay uno por cada 175 ciudadanos. Y los hay para todos los gustos: modernos, de barrio, históricos...En cada uno se respira una atmósfera especial. Es un pequeño ecosistema único, en el que se establecen sorprendentes lazos de amistad entre quienes aparentemente comparten la comanda del día.

Isabel González, camarera de la cafetería Ben's, entre la calle Blanquerna y las Avenidas de Palma, es una apasionada de su trabajo. Lo vive y lo disfruta como pocos y lo transmite a sus clientes. Muchos repiten, como Juan Antonio Abad, que llleva yendo a la Ben's casi a diario durante los últimos 16 años. «Vengo por ella. Es un encanto y siempre sabe lo que quiero. Aunque haya sitios más baratos o más buenos, acabas volviendo donde te tienen un cariño especial», explica entre broma y broma con Isabel. Preguntada por el secreto para lograr establecer esa simpatía con un cliente con un escaso intercambio de frases, Isabel confiesa que la base es «que el cliente sea igual de simpático». «Me dicen '¡Qué simpática eres!', y yo les digo: 'Anda que tú», responde Isabel, con una sonrisa de oreja a oreja, orgullosa de la familia que conforman en su bar.

Isabel González, entre comanda y comanda.

Daniela Georgieva Ivanova es otra de las aclamadas entre su clientela. Lleva ejerciendo de camarera durante los últimos 14 años. Ahora, comparte sus mañanas en el Mini Bar, cerca de los juzgados de Vía Alemania, con sus estimados clientes, a los que se entrega. Ha realizado tres cursos para saber hacer un café solo y dos de dibujo en espuma. Corrobora el dicho de que cada español tiene su café: «He llegado a tener mesas de siete personas y ni un café igual». Pero lo disfruta. Cuando el trabajo no se le acumula, se esmera en dibujar el nombre de la persona sobre la espuma de la bebida. Así es, precisamente, como se acuerda del nombre de sus clientes: «Asocio el modo en que quiere el café al nombre de la persona. El problema lo tengo con los que piden cafés simples...Ahí se me resisten», bromea. Se lo toma verdaderamente enserio para, nada más entrar por la puerta, poder servirles lo que quieren sin siquiera pedirlo. «Me encanta verles la cara en ese momento. Te das cuenta de que tu trabajo tiene un impacto», cuenta Daniela con el ruido de la cafetera de fondo. En un frenesí incesante, toma el tiempo de preguntar a Manolo por su nieta y este le enseña en el móvil cómo ya gatea. El bar es una familia y, dice, hay que dedicar tiempo y cariño a quienes vienen. Así es como se genera el buen rollo y cuando uno nota que ese bar es especial.

Daniela Georgieva con uno de sus espectaculares cafés.

Tomeu Blanch Navarro, camarero y cocinero en La Molienda del carrer Bisbe Campins se define como «un cachondo». En todo el tiempo de la entrevista no para de bromear, tanto con sus compañeros como con los clientes. Fue cocinero en Alemania y notó la diferencia con respecto a la hostelería española. Aunque más sacrificada aquí, también es más cercana y divertida. «Siempre intento soltar alguna broma o hablar con los clientes, para regalarles un chute de energía.- explica Tomeu.- Eso sí, no siempre conviene, por eso estoy atento del lenguaje corporal y de las miradas, para saber si es oportuno acercarme o no. Es como una intuición». Ríe preguntado por su anécdota más divertida de sus 15 años de camarero. Un día, cuenta, creyó ver sentado en la terraza de La Molienda a Joseph Fiennes, que interpreta al comandante Fred Waterford en El Cuento de la Criada. Ni corto ni perezoso, al servirle la comanda se aventuró a soltarle: «Bendito sea el fruto». «Y el señor permita que madure», respondió Fiennes.

Tomeu Blanch Navarro, en la Molienda.

Hablando de camareros en Mallorca es imposible no mencionar el Bar Bosch, abierto en 1936 y que aglutina una numerosa y leal clientela local. El encargado Javier Piñero, estudió Administración y Dirección de Empresas, pero mantiene firme que prefiere «mil veces más estar aquí que en un banco». Cada día surgen nuevas historia y anécdotas en este trabajo que, asegura, engancha. Es tal su dedicación que a veces se va a dormir «soñando con la mesa 36», con sus cafés y sus problemas. Los camareros son como el cura que confiesa. Saben la vida privada de mucha gente, pero se la guardan. Es, casi, secreto profesional: «Los camareros, los buenos, no estamos solo para servir cafés, sino consejos y un apoyo momentáneo a todo aquel que lo necesite», sentencia Piñero.