Jaime cree que si en el Términus hubiera una oficina de policía sería otra cosa. | Click

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Ahí estaban la otra tarde, tumbados a la sombra de un árbol de la Plaça d’Espanya.

Jaime Ferrer, mallorquín, de Palma, de sesenta y cuatro años de edad, casado, divorciado, casado de nuevo, separado y vuelto a casar –esta tercera vez, como en la anterior, con una mexicana, que vive en México–, es un asiduo de la Plaça d’Espanya.

Sin trabajo, «porque cuando te quedas en el paro a cierta edad ya nadie te quiere», cosa que es cierto, vive de una paga de 460 euros, de los que descuenta 270 para pagar el alquiler de una habitación, quedándole el resto –190– para vivir, lo cual requiere tener dotes de funambulismo.

Y si antes se pasaba cada mañana por la cola dels Caputxins, a por el bocadillo, de un tiempo a esta parte ha dejado de ir, yendo, en cambio, cada sábado a buscar lo que los evangelistas dan a los indigentes, que poco a poco se van instalando en dicho lugar, sobre todo en los alrededores de la caseta que hay a la derecha, según se mira hacia la estación de tren. El resto de días acude a comer a un casal cerca de la calle Botons.

Que pongan un puesto de policía

Con Jaime hablamos mientras nos tomábamos un café en la plaza. En menos de media hora han pasado por donde estamos media docena de pedigüeños. Que si deme para el autobús, que si para un bocadillo, que si… «Y como estemos una hora más aquí –dice Jaime–, vendrán veinte, y entre ellos algunos que ya han venido. Y es que no tienen otra cosa que hacer que la de buscarse la vida pidiendo… Que también los hay que lo hacen robando. Y es que esta plaza nada tiene que ver con lo que fue. Basta, si no, ver quiénes son los asiduos, observar qué hacen, fijarse en cómo está el suelo… Por aquí no se ve nunca a ningún policía, lo cual da vía libre a los que roban. Y si es por la noche, sobre todo en la parte de la Estación Intermodal, y ya ni le cuento lo que pasa en el parque que hay detrás…. Bueno, ahí pasa de todo, cosa que no sucedería si hubiera vigilancia, o presencia,    policial… Por eso, yo me pregunto, a veces,    por qué el Ajuntament no le pide al Govern que le ceda lo que queda del Hotel Términus, cada vez más deteriorado y pintado,    para convertirlo en comisaría de policía… Porque con    solo la presencia policial, todo lo que hay de malo, desaparecería, se iría a otra parte… En cambio, como sigan así las cosas, ni los turistas vendrán por aquí… Que cada vez son menos los que pasan, o los que se sientan en los bares… Y    no vendrán por lo sucia que está la plaza y porque cada dos por tres se te acerca alguien a pedirte una limosna… Nada de esto sucedería si hubiera presencia policial… Porque solo la vemos cuando hay una manifestación».

Falta limpieza

Lo que está pasando en la plaza,    lo confirma el camarero que nos sirve. «Ni pasa policía –dice–, ni el servicio de limpieza, pues cada día tengo que limpiar la parte que corresponde a mi establecimiento. Y espere… Que nos han dicho que van a comenzar la reforma de la plaza, ¡que ya le toca!». Pero, a ver cómo la hacen, eh… Y en cuánto tiempo la hacen…. «Pues mientras hayan obras vendrá menos gente, y nosotros hemos de pagar impuestos, autónomos, personal, luz, agua…».

Bancos-dormitorio

Luego, caminando por la plaza, Jaime nos confirma que algunas tardes llega gente joven, que se sientan por ahí, donde pueden, y montan un botellón, dejando las botellas por donde sea, tiradas, o en las papeleras, que quedan a rebosar…    Y que también, al anochecer, y hasta avanzada la madrugada, algunos indigentes, que comen y hacen sus necesidades    donde les viene en gana, detrás de los árboles o de las matas, se adueñan de los bancos, convirtiéndolos en su dormitorio,    montándole una bronca a cualquiera que intente sentarse en ellos.

Nosotros, hace unos días, fuimos testigos de cuando uno de ellos arremetió contra los evangelistas que estaban dando de comer, y luego cantando versículos, diciéndoles que se largaran de allí con sus cánticos y sus historias, pues él quería dormir y no le dejaban. Naturalmente, no le hicieron caso, lo que hizo que el otro, muy cabreado, farfullara por lo bajo, y luego se acurrucara sobre la manta que cubría el banco tratando de reconciliar el sueño.

«Pues sí –asiente Jaime– a veces pasa eso… O que de pronto llegan cuatro o cinco, tienden las mantas    debajo de un árbol y se echan una siesta como si estuvieran en el campo o en la playa. Yo no los critico, porque si vienen por aquí es porque, seguramente,    los han echado de otra parte… El otro día leí en vuestro diario que un indigente que vive en sa Feixina pedía a Francina Armengol que se pasara por allí y comprobara cómo vivía… Y tenía toda la razón. Esta gente está así, y vive ahí, o dónde puede, porque las circunstancias le han llevado a esa situación. Si los políticos vinieran por aquí y hablaran con ellos, a lo mejor entenderían por qué viven así, en la calle, en vez de en los albergues… Porque si prefieren la calle a un albergue es porque algo pasa en el albergue, ¿no? O a lo mejor es que como viven tanto tiempo en la calle, ya    no saben vivir en otro lugar… Pero si no se pone freno a esto, esta plaza cada vez irá a peor…».