Rebeca Hernández y Marga Rodríguez, con sus hijos.Lluís de 7 años y sus mellizos de un año, Mireia y Lleó. | Marieta Deya

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Si uno se cruza por la calle con la familia Hernández-Rodríguez, no hay duda de que se quedará observando a este grupo tan peculiar: dos madres, tres niños pequeños y tres perros. Una familia numerosa, una tribu de cinco, o de ocho, si sumamos las mascotas de este grupo familiar, Ona, Bru y Mel. Curioso, como asegura Rebeca Hernández, «en un principio la maternidad no entraba en nuestros planes. No es que no quisiéramos, pero estábamos convencidas de que teníamos mucho tiempo para decidirlo». Quizá por pensar así, la vida les dijo: Si no quieres caldo, toma tres cazos.

Muy populares en redes sociales, estas mallorquinas muestran la aventura de la maternidad y su loco día a día desde hace cinco años en su cuenta de instagram (@unatribudetres_), que ya tiene 11.000 seguidores, y en la que se definen como «una familia numerosa y especial». Lo son, por muchas razones.

La llegada de Lluís

Rebeca Hernández, de 29 años, y Marga Rodríguez, de 30 años, llevaban varios años juntas cuando el destino se les cruzó por el camino y les dio un vuelco a su vida. Marga es maestra y un día cruzó la mirada con un pequeño de cinco años del aula de enfrente de donde impartía clase. El flechazo fue a primera vista. Así, descubrió que se llamaba Lluís, que estaba bajo tutela del Institut Mallorquí d’Afers Socials (IMAS) y que le habían diagnosticado autismo. Desgraciadamente, casos como el de pequeño, la mayoría de las veces, están condenados a no salir del sistema. Pero dos ángeles de la guarda aparecieron en su vida. «No sé si le hemos cambiado la vida o, en realidad, ha sido él a nosotras», admite con sorna.

Rebeca recuerda como su pareja llegó un día a casa y le habló por primera vez de Lluís: «No estaba en nuestros planes ser madres, pero sabíamos que entraba en una edad complicada para encontrar un hogar estable, más con el handicap del autismo. Creo que esa noche le dije a mi mujer que fuéramos a por todas, que, por mí, Lluís ya tenía una casa».

Foto de familia en la nieve.

Tras lograr la idoneidad, el proceso de adopción no fue fácil. Pruebas, pruebas y más pruebas. Pero finalmente adoptaron a Lluís a través del Programa Esperanza del IMAS, específico de adopciones de menores con necesidades especiales, grupos de hermanos o mayores de ocho años de edad susceptibles de ser adoptados, a fin de captar familias con una capacidad especial para cuidar y amar, dadas las características específicas de estos niños. Además, esta pareja apostó por una adopción abierta, lo que significa que el niño mantiene relación con personas de su pasado, que no solo son familia de Lluís, también lo son ya de Rebeca y Marga. «Hay gente que, cuando adopta, tiene la necesidad de borrar el pasado de su hijo, nosotras no. Y creo que es lo mejor que hemos hecho».

«Tengo que dejar claro que nuestro objetivo no era ser madres, era ayudar a nuestro niño a tener un hogar estable. Luego llegó el instinto maternal. La gente lo idealiza mucho, pero el día a día con los críos es muy diferente. A veces no llegas a todo aunque quieras», apostilla Rebeca Hernández, pero Lluís, dicen sus madres, lo hace todo más fácil: «Es cariñoso y divertido, es poco probable que no uno se fije en él. Se hace querer muy rápido».

Dos más en la familia

Hace ahora un año, Rebeca y Marga tuvieron a Mireia y a Lleó, sus primeros biológicos. Un paso más esta familia bien avenida. «Tuvimos miedo a su reacción, sobre todo después de lo que habíamos adelantado durante el confinamiento por la pandemia. Pero la llegada de los mellizos ha sido el acicate que necesitaba Lluís. Se ha empoderado como hermano mayor. Estamos muy contentas de vivir en una casa llena de grititos, risa y ladridos».