El dominio sobre las nuevas tierras conquistadas debía refrendarse con una organización potente sobre el terreno, capaz de resistir los embates de los adversarios en una época histórica convulsa y plagada de traiciones. | Redacción Cultura

TW
11

La Carta de Franquesa es el nombre que se ha dado al documento fundacional que acoge la creación de la Corona de Mallorca, y que a su vez supone la reentrada en la cristiandad del reino mallorquín de nuevo cuño bajo el sello de Jaume I el Conqueridor. Se trata del primer texto legal que vertebra la Isla en su nuevo status quo, algo así como una constitución medieval que establece las condiciones para atraer a un ingente número de pobladores para poner en marcha la idea del monarca de establecer y consolidar su dominio sobre este floreciente puerto comercial en mitad del Mediterráneo occidental.

Si hay una persona en esta tierra con autoridad en la materia, este es Biel Ensenyat, doctor en Historia Medieval y profesor del Departamento de Filologia Catalana i Lingüística General de la Universitat de les Illes Balears (UIB). En una anterior entrevista de Llorenç Capellà publicada en Ultima Hora el profesor recalcaba que el Regne de Mallorca «fue mucho más» que la Isla que le dio nombre, y de hecho la trascendió ya que «los Reyes de Mallorca residían básicamente en Perpinyà. Se lo diré en porcentajes. Pasaron un 60 % de su vida en Perpinyà, un 30 % en Mallorca y un 10 % en Montpeller». De este modo «la Corona abarca todas las tierras que recibió Jaume II en herencia», y para su supervivencia era fundamental que la tierra se labrara y sus frutos se recogieran, que los astilleros siguieran empleando a los mestres d'aixa y que los artesanos desempeñaran su oficio, todos como partes necesarias de un engranaje mayor.

Aquí es donde entra en juego y cobra protagonismo la Carta de Franquesa del rei en Jaume. El Diccionari Català-Valencià-Balear que arrancó Francesc de Borja Moll define el término «franquesa» como «calidad de franco o acción franca», y recoge en sus acepciones ejemplos de la tradición historiográfica arcaica: «En loc de riquea donats als pobres franquea, e en loc de pobrea donats als rics servitut»; o «Les leys de Déu donen molt gran franquesa e gran libertat». En este caso aplica mejor el sentido de «exención de un impuesto, de un tributo o de otra carga u obligación». Y es que los hombres y mujeres que decidieron iniciar una nueva vida en Mallorca obtuvieron algunos beneficios con respecto a los siervos feudales del continente.

Regne de Mallorca
Tras Pere de Portugal, el infante Jaume heredó el reino en mitad del mar al que alumbró la Carta de Franquesa. En la imagen, su sepulcro en la Seu de Mallorca. Foto: R.C.

En este sentido, la Carta de Franquesa estipula la titularidad de los bienes públicos y privados y los supuestos de transmisión de bienes. Por ejemplo, los bosques, los pastos, las aguas terrestres y marítimas son consideradas bienes públicos y por consiguiente todos los habitantes de Mallorca con categoría similar a la ciudadanía podrían libremente recoger leña para calentarse, cazar y pescar. Por contra, la Corona mantenía la propiedad unívoca sobre las aguas estancadas, tanto albuferas como salinas, habida cuenta de la gran importancia de estas últimas como recurso natural y económico en la sociedad de la época. En base a ese texto cualquier mallorquín podrá transmitir con libertad aquello que posea, y solo se establecerán limitaciones para que los serfs dejen bienes a nobles o a la iglesia.

Noticias relacionadas

La Carta de Franquesa de Mallorca también establecía un antes y un después en materia de tributos, puesto que las sociedades rurales catalanas y aragonesas estaban sometidas a un farragoso corpus de aranceles y gabelas, hasta cierto punto arbitrarios, del que la nueva sociedad isleña se despoja por decisión única de Jaume I. El Conqueridor pudo haber integrado el nuevo territorio en las posesiones que directamente dependían de la Corona de Aragón, o agraciar a la casa de Barcelona con un archipiélago entero. Pero no lo hizo. Jaume I, en cambio, tuvo a bien conceder a la tierra conquistada algo así como un régimen especial que estimuló la llegada a la Isla de cientos y miles de personas. Provinieron especialmente del camp de Tarragona, pero también de algunas comarcas gironines de la llamada Catalunya Vella, y en menor medida fueron aragoneses, castellanos, occitanos e italianos.

La Carta de Franquesa se data del 1 de marzo de 1230, apenas tres meses después de la caída de la Madina Mayurqa musulmana, y a pesar de que desde la misma victoria militar sobre la capital Jaume I se había proclamado públicamente 'rey de Mallorca'. En este sentido, en lugar de anexionar Mallorca y el resto de Islas Baleares a la entidad política que acabaría desembocando en el Principado de Cataluña, decidió crear un nuevo reino con estructura administrativa y ordenamiento jurídico propios. La misma estrategia repetiría años después tras apresar Valencia. Cabe destacar que en ese periodo la Corona de Aragón se encontraba en pleno proceso de reconquista, y entre 1148 y 1213 los condes de Barcelona concedieron unas 130 cartas de poblamiento, que a la postre son actos jurídicos similares y suponen un bagaje legal que se plasma en nuestra Carta de Franquesa.

El fin en sendos casos es el mismo: estimular el asentamiento de pobladores. Asimismo es innegable el poso de otro documento anterior, la Carta de Tortosa, en aproximadamente un tercio de la redacción del texto mallorquín. El asentimiento de la nobleza y los ricos comerciantes fue necesario para cerrar su contenido, ya que estos dos estamentos serían fundamentales en la vertebración del nuevo reino en mitad del mar. Asimismo consigna el compromiso de no ceder ni permutar el reino de Mallorca, manteniéndolo siempre unido a la Corona, algo que el mismo regente conculca en 1232 al delegar la administración del reino insular a Pere de Portugal, en adelante señor de Mallorca.

En todo caso, los medievalistas coinciden en señalar que la Carta de Franquesa contiene numerosos elementos innovadores que le dotan de un carácter reformista que suprime exenciones señoriales sobre la producción, la propiedad y el tráfico comercial. Es liberal en ciertos ámbitos pero pueden señalarse aspectos limitadores, como la imposibilidad fáctica de los estamentos más desfavorecidos de la sociedad feudal de acceder a la justicia, o el hecho de que estos derechos solo se arbitren para la nueva población cristiana, y los judíos y musulmanes queden excluidos por completo de esta suerte de derechos de ciudadanía. De este modo la Carta de Franquesa contribuyó a levantar un nuevo reino que más que por sus propios productos, servía como plataforma para abordar el tránsito hacia el mundo musulmán. Siendo tierra de oportunidades para los emprendedores de la época, los mercaderes, económicamente dependió del tráfico internacional. A decir verdad, las cosas no han cambiado tanto en 800 años. Ayer la puerta de entrada de la riqueza en Mallorca eran la rada de Portopí y su Cala así como lo que posteriormente se conoció como Moll Vell. Hoy lo es el aeropuerto de Son Sant Joan.