La pequeña Tonina, entre su abuelo, Juan Antonio Mora, y su padre, Biel Mora, crece entre los aromas y el sabor de los albaricoques. | Pilar Pellicer

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Las semillas, en la vida payesa, son oro en paño, alimento, esperanza, futuro… Son vida. En esta historia hay semillas de cultivo, de alimento, de empresa y de familia. Es una historia familiar con mucho sabor a albaricoque, el fruto que en su día no faltaba en ningún cesto, cocinas o campos de Porreres y en buena parte de Mallorca. Algunos de los primeros árboles de este fruto en el pueblo los plantó, hace más de cien años, Gabriel Rosselló Servera, a quien todos conocían como Biel Parrí. Así también llaman hoy a su nieto, Biel Mora, que ha tomado el relevo familiar de la producción de albaricoques, secado y venta.

Como tantos hijos del campo, Mora quiso volar a conocer ciudades, y aprovechó para formarse y vivir el negocio de la hostelería. Lo hizo en Estados Unidos y en Alemania. A su vuelta, en el local de la plaza mayor de Porreres que durante 400 años había sido la escribanía del pueblo, abrió el restaurante y espacio gastronómico L’Escrivania, hace 11 años. Ese ha sido su laboratorio para descubrir el potencial culinario de los albaricoques, que además de introducirlos en todo tipo de platos, los envasa secos, pero también bañados en chocolate, en helados o en botes de confitura.

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Tonina, con su pequeña ‘escala de figuera’, disfruta cogiendo albaricoques con la atenta supervisión de su padre y de su abuelo.

El cultivo ecológico de albaricoque, un producto local de venta todo el año, y el valor de una tradición agrícola puesta al día, con estructuras y herramientas de trabajo modernas, respetando el proceso ancestral, han ido guiando a Biel hacia otra meta. «Hasta ahora he podido dar a conocer el albaricoque, en el restaurante y con todos los productos que elaboramos. Ahora siento ganas de explicar nuestra historia, que es la historia de Porreres, mostrar el cultivo y secado natural, con vapor de azufre, sin estresar al fruto. Y enseñar cómo hemos adaptado un proceso totalmente tradicional a una modernización que lo facilita todo», afirma. Entre sus más de 2.000 albaricoqueros quiere abrir un espacio desde el que explicar qué hacen y cómo lo hacen, dar a probar su producto y experimentar con él en un taller de cocina, visitar las plantaciones, secadero y obrador y mostrar un estilo de vida y un profundo amor a lo que se está haciendo (#canparríporreres).

Biel, con su madre, Margalida Rosselló, y Tonina cuando apenas tenía dos meses. Foto: MARTA BARCADIT

A sus 40 años, sin hijos, Biel se preguntaba a quién traspasaría la pasión que siente por lo que tiene entre manos y sus ganas de prolongar en el futuro esa dedicación. Es un legado que sabe, no se puede asegurar ni imponer a los hijos. Pero, al menos para tener la oportunidad de que suceda, viajó a Estados Unidos para ser padre con maternidad subrogada. Y llegó Tonina. La intención es que no sea hija única, «para tener una carta más para jugar» –dice–, en esa transmisión del saber cuidar la tierra y seguir recibiendo de ella, rindiendo así homenaje a su abuelo materno y a todo lo que él sembró.