La pastelera Adela Nicolau. | Pere Bota

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No hay bar más animado y con los mejores tapas que el Bellaombra, en el interior del mercado de Pere Garau. El que llega a su local y prueba sus tapas, se convierte en cliente habitual. Al frente está Adela Nicolau, de 26 años, y con un currículum que quita el hipo. Ha estudiado en la Escola d’Hosteleria de les Illes Balears y se ha formado en alta cocina con alguno de los cocineros más prestigiosos, como el mallorquín Miquel Calent o Paco Torreblanca, considerado el mejor chef pastelero del país.

Junto a ella, al frente del negocio, Mari, su madre, su ‘Sancho Panza’ particular. Otra amante de los fogones, pero que aprendió todo lo que sabe de cocina en casa. Mari lleva media vida en el mercado de Pere Garau, entró a trabajar con 14 años, y ahí sigue hoy en día, con su marido, que echa una mano cuando hace falta, y dos hijos ya independizados.

Adela recuerda haber crecido en la cocina, viendo a su madre y a su abuela tras los fogones. «Las mujeres de casa siempre hemos tenido buena mano», dice esta joven, amante de la pastelería, y que con siete años intentó preparar su primer bizcocho: «Me gustaría decir que fue un éxito, pero en realidad resultó un fiasco. No sabía que entre los ingredientes había que incluir huevos. Y claro, eso no subía ni a tiros», apunta con humor.

Una de las creaciones de Adela.

Alta cocina

Tras pasar por la Escola d’Hosteleria, hizo prácticas en un horno y recaló en la cocina de Miquel Calent, donde descubrió todo un mundo: cocina caliente, cuarto frío y pastelería, su gran pasión. Con este conocido chef mallorquín aprendió a trabajar duro y a crear obras de arte dulces, como un cremoso de coco, acompañado por una sopa de coco y lima, un sorbete de pomadas y piña caramelizada. Un postre del que se siente muy orgullosa. Después decidió dejar un trabajo estable para seguir formándose en Alicante con Paco Torreblanca, en un curso que costaba 15.000. Un paso más y otro plato inolvidable: una quenelle cremosa de chocolate con aceite de oliva y sal, acompañada por una tosta y un aceite de oliva encapsulado en azúcar isomalt. «La de vueltas que le di a ese postre. Mi cabeza iba a 100 por hora», recuerda

Los padres de Adela siempre han tenido en este puesto donde ahora está el Bellaombra una frutería, pero en 2019 le propusieron a su hija que montara un bar; ella decidió apostar por el negocio familiar y se unió a dos compañeras para abrirlo. Lástima que unos meses después llegara la pandemia de coronavirus, el confinamiento las restricciones, la prohibición de utilizar las barras... «Tres meses cerrados, una montaña rusa de ingresos y un montón de tiempo malviviendo a base de vender cafés. No sé ni cómo hemos sobrevivido. Mis amigas tuvieron que buscarse otro trabajo, yo sigo al pie del cañón», explica Adela, que ahora ha comenzado un lucrativo negocio de pastelería bajo pedido y a domicilio. «El dinero siempre viene bien. Además, necesitaba hacer alta repostería. Piense que pasé de preparar platos medidos al milímetro, a cocinar croquetas y ensaladilla rusa como si no hubiese un mañana», dice riendo.

Un nuevo futuro

Su negocio de pastelería tiene tanta demanda, que no le quedan horas en el día para cocinar. Del bar a hacer pasteles. Su vida está los fogones. En octubre del año pasado se le cruzaron los cables, preparó una serie de tartas y se presentó en los restaurantes de Vilafranca, donde vive, para ver si les interesaba. La respuesta fue súper positiva.

Un postre la mar de apetitoso.

«El boca a boca ha sido brutal. Un particular me pidió una tarta y ahora tengo lista de espera entre los vecinos de pueblo y alrededores. Algunos me piden el típico pastel de queso, de zanahoria y otros postres más sofisticados, tartas de boda, cumpleaños... mientras que no me pidan fondant, que lo odio, me atrevo con todo», finaliza resuelta.