Puntada a puntada, los alumnos de Evacrea tejen proyectos y amistades. | Pere Bota

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Es probable que, al hablar de ganchillo, muchos se imaginen a una señora mayor tejiendo en el salón de casa. Sin embargo, las tendencias vuelven. Incluso las más antiguas. El crochet ha resurgido con fuerza tras el confinamiento, como moda y cura a multitud de situaciones. Durante los meses de encierro, muchos se lanzaron con nuevas habilidades para pasar el rato. Hubo quien aprendió a cocinar, a pintar o…a hacer ganchillo. «Nada más abrir el local, durante la desescalada, tuvimos un ‘boom’. Teníamos lista de espera. Fue una locura», explica Eva Caro. Ella y Eva Marchena, profesoras de ganchillo y costura, fundaron ‘Evacrea’. En el taller imparten clases para aprender a coser y tejer desde cero. El espacio no puede destilar más simpatía, decorado con ovillos de mil colores.

Entre puntada y puntada se alternan charlas amenas, con anécdotas y alguna que otra risa. Los alumnos van tejiendo sin pausa, pero sin prisa. Una de ellas es Cristina Carrasco, de 53 años. Sufre trastorno bipolar, lo que le hace pasar duras temporadas con depresión. Lo ha probado todo, asegura: yoga, meditación…pero han sido las agujas su salvavidas. Empezó a tejer hace apenas tres meses. «En todo este tiempo no he tenido ninguna recaída. El psiquiatra no se lo cree. Ha sido un milagro», cuenta entusiasmada. «Con el yoga y la meditación te relajas, pero luego cuando llegas a casa, vuelves al bucle de negatividad. Aquí, en la clase, me lo paso genial y en casa sigo tejiendo, con ilusión para avanzar más en la próxima clase».

El poder de la aguja
La profesora Eva Caro.

Eva Caro explica que esta práctica «te ancla en el presente. Al estar contando nudito a nudito, te hace olvidar lo que hay fuera». A otro de sus compañeros lo derivó el neurólogo. Sufrió una pérdida de memoria por el estrés del trabajo. La original recomendación del médico fue que tejiese. Al tener que llevar la cuenta de las puntadas que va dando, le sirve como entrenamiento mental. También hay quien viene para tratar la fibromialgia. El constante movimiento de las manos aumenta el flujo sanguíneo, con lo que se consigue no agravar los síntomas. Incluso sanitarios como Carmen Sáenz, testigos de las peores escenas de la pandemia, han empezado a tejer para relajarse: «Esto me ha salvado».

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Cristina Carrasco, con el último bolso que se ha hecho.

El poder de la aguja

Sin embargo, para los más jóvenes, es pura diversión. El perfil de los alumnos es del todo heterogéneo. Muchos adolescentes acuden al taller tras el instituto. El ganchillo está de moda en los escaparates de las tiendas más populares. «Los chicos quieren crear sus propias prendas o accesorios. Ven muchas ideas en redes sociales y quieren recrearlas». En el taller de las dos ‘Evas’ no solo se tejen objetos, sino amistades intergeneracionales. «El ambiente es muy bueno y las profes siempre te ajustan los proyectos a tu nivel. Tienen una paciencia infinita», cuenta Lucía Mora. Cuando lo pruebas, engancha, mantienen muchos. Con un movimiento casi hipnótico, van tejiendo puntada a puntada lo que serán bufandas, jerséis, mantas, alfombras, pendientes…Los proyectos ya terminados, asombran. «Esto sube mucho la autoestima. Ves cómo de un simple hilo puedes hacer cosas maravillosas. Y tú sola», recalca Cristina Carrasco.