Roumi Mikova y Nikolay Ragin, junto a su espectacular Fiat de principios del siglo XX.  | Teresa Ayuga

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Tras alemanes e italianos, los búlgaros son el tercer grupo demográfico más prolífico en la capital balear. Diez mil súbditos del estado con más solera de la vieja Europa se reparten por Mallorca, siendo Cala Major el punto de mayor concentración, además de conformar la colonia búlgara más numerosa de España. En la denominada ‘pequeña Bulgaria’ abundan los restaurantes y comercios especializados en alimentos procedentes de este país bañado por el mar Negro. Como los yogures, considerados los mejores, ya que contienen lactobacillus bulgaricus, una bacteria que únicamente se encuentra en Bulgaria, cuyas propiedades confieren un sabor único al yogur.

«En este barrio viven muchos búlgaros», confirma Borislava Mihaylova, dependienta del supermercado Plovdiv, un establecimiento con un target de clientes búlgaros, pero «también mallorquines y extranjeros». La joven recaló en Mallorca en busca de oportunidades y adora «vivir cerca del mar». Ivaylo Savovski, propietario del restaurante Bay Ganio, llegó con 27 años «cuando apenas había medio centenar de Búlgaros y ahora hay miles». Hace dos décadas que abrió su establecimiento, «la cocina búlgara es muy apreciada, sobre todo por los turistas escandinavos, alemanes e ingleses que la conocen de veranear en el mar Negro». Otro eslabón búlgaro de Cala Major es Galin Filev, propietario de Istambul Kebap, uno de los establecimientos pioneros en despachar este sabroso boyo relleno de carne y verdura. «Antes venía gente de toda Mallorca, pero con la apertura de otros kebabs la cosa ha cambiado».

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Ivaylo Savovski, propietario del restaurante Bay Ganio, junto a la bandera de su país. Foto: P.BOTA

Borislava Mihaylova trabaja de dependienta en el supermercado Plovdiv de Cala Major.

Los búlgaros adoran sus tradiciones aunque vivan fuera y celebran sus fiestas nacionales con fervor. Con todo, pese a su espíritu tradicionalista, persiguen con determinación la modernidad. Ese dualismo los convierte en personas tan abiertas al mundo como sensibles a sus costumbres. También poseen una personalidad muy marcada, en ellos predomina el cabello castaño y sus facciones se asemejan a las nuestras, pero lo más sorprendente es la velocidad a la que asimilan el idioma. Las medias tintas no van con ellos, son todo corazón y su tenacidad es espartana. Son competitivos, laboriosos y pesimistas, «herencia de nuestro pasado político», desliza Ivan Petrov, presidente de la Asociación de Búlgaros en Mallorca. Ivan es originario de Byala, un núcleo con menos de 10.000 habitantes adscrito a la provincia de Ruse, de donde llega el grueso migratorio asentado en la Isla. Es el primer fisioterapeuta búlgaro en ejercer en ‘sa roqueta’, además de celoso guardián del rico legado cultural de su país. «Tenemos dos escuelas, una en Palma y otra en Santa Ponça, que forman parte del Ministerio Nacional de Educación de Lengua y Cultura Búlgara en el Extranjero. Los chavales estudian una vez a la semana nuestra geografía, lengua y cultura».

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Galin Filev de Istambul Kebap, un clásico de Cala Major. Foto: T.A.

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Ivan Petrov, presidente de la Asociación de Búlgaros en Mallorca. Foto: P.B.

Ad eternum

No es fácil conquistarles, pero si lo haces te ganas un amigo ad eternum. También son acogedores, supersticiosos y extremadamente familiares. Oh, y tomen nota: son el único país que niega con la cabeza para decir sí (da) y asiente para expresar no (ne). Imagine el juego que da eso. Roumi Mikova y Nikolay Ragin, dos pioneros en el trasvase ‘Bulgaria-Mallorca’, guardan una curiosa anécdota al respecto. «Visitamos Bulgaria con unos amigos mallorquines, y les llevamos a un restaurante. Al acabar de comer, mi amigo le preguntó al camarero si tenían postre, y les contestó que sí negando con la cabeza, no había forma de que se entendieran, fue muy divertido», evoca el bueno de Nikolay, en cuyo carácter se concentran los rasgos que determinan el temperamento búlgaro. Posee un rostro duro, pétreo, pero se derrite al evocar sus inicios en la Isla. «Vivíamos en un piso que no tenía corriente eléctrica, y en menos de una semana nuestros vecinos mallorquines nos proporcionaron todo tipo de cosas, no lo olvidaré jamás», promete mientras se le humedecen los ojos ante la atenta mirada de Roumi. Llegaron en 1988 en situación irregular, un año antes de la caída del Muro. Su destacada posición en Bulgaria les facilitó su integración. «Nos conocían en la Federación Española de Deportes de Invierno porque durante los Juegos Olímpicos de Sarajevo yo era entrenador del equipo de esquí alpino de Bulgaria, y mi esposa secretaria de la Cátedra de Deportes de Invierno. Fíjate como es el destino que en el 92 estaba entrenando a los chicos españoles en los Juegos Olímpicos de Albertville, y ella era la preparadora física». Satisfechos con su trabajo, la Federación Española les ofreció un cambio a Sierra Nevada. «No queríamos irnos, preferimos cambiar los esquís por Mallorca», exclama Roumi. Jamás han mirado atrás. Y el destino no les ha tratado mal, se establecieron por su cuenta desarrollando una exitosa carrera y prosperando hasta el punto de comprar una bonita casa en Costa de la Calma, donde conviven con varios autos clásicos, pasión y orgullo de ambos, especialmente de Nikolay, miembro del Classic Car Club Mallorca. Si le preguntan cuál es la joya de su garaje, no lo duda, el Fiat de principios del s. XX que aparece en esta página.