Lorenzo Gil, en su puesto de venta de cupones. | Pere Bergas

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El viernes no fue un día cualquiera en el hospital de Son Llàtzer, el ‘cuponazo’ de la ONCE dejó 9.175.000 euros entre los poseedores de los boletos afortunados del 61.530 y la serie 032. «Tocar, toca», exclamaba este sábado el vendedor, el responsable de esa lluvia de millones: Lorenzo Gil Expósito. Los afortunados, todavía un misterio, pero lo cierto es que ninguno apareció este sábado por la desolada nave de consultas externas del centro hospitalario donde Lorenzo, desde hace un mes, acude cada día a ofrecer ilusión.

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Puestecito donde Lorenzo Gil vende cupones en Son Llàtzer

Este sábado por la mañana Lorenzo Gil no podía ocultar su alegría. Con 45 años de edad y afectado de baja visión, hace 17 años que vende cupones de la ONCE, primero en el polígono de Son Castelló, luego en Son Cotoner «y desde hace un mes en Son Llàtzer. Cada día vendo alrededor de 300 cupones, la mayoría entre los pacientes que acuden a consultas externas para realizarse pruebas o recibir tratamiento, por eso mi deseo es que ellos sean los afortunados». Uno de ellos se habrá llevado 9 millones, y luego 7 recibirán 25.000 euros. No está nada mal. De todos modos, la del viernes no fue la primera ocasión que Lorenzo repartía el premio mayor de la ONCE, «fue hace años, cuando estaba en el polígono».

El ambiente en el hospital de Son Llàtzer era como el de muchos sábados, tranquilo, sin rastro de humeantes botellas de champán recién descorchadas. Con los pasillos desiertos, las consultas externas cerradas hasta mañana y las mesas de la cafetería prácticamente vacías, nadie diría que el viernes se hubiesen repartido más de nueve millones de euros. «Justamente este viernes compré un cupón, pero no me tocó nada», comentó Biel Pons, en la recepción de Hospitalització, a lo que su compañero de mesa, Joan Belmonte, añadió: «Si nos hubiese tocado no estaríamos aquí. No creo que salga el de los nueve millones, o se tendrá que poner a repartir».

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Biel Pons y Joan Belmonte

Otros trabajadores del hospital, como Carmen Heredia, no tenían la menor idea: «¡Ostras, qué fuerte! Pues no me había enterado», dijo sorprendida la trabajadora de la cafetería.