Carol, coordinadora del comedor social de Tardor, entiende de inmigración. | Click

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Que vengan a Mallorca!, dicen los políticos, solidarizándose con quienes la tragedia ha maltratado. ¡Bienvenidos sean! Pero luego, ¿qué? La pregunta viene a cuento porque eso, a veces, sucede. ¡Bienvenidos los ucranianos que vienen de la guerra…! Pero una vez aquí, muchos tienen que buscarse la vida, yendo a alimentarse a comedores sociales. Y no hablemos de los inmigrantes, sobre todo de aquellos del centro y del sur de América, que llegan con una mano delante y otra detrás, la mayoría    sin papeles, a buscarse la vida; otros, amenazados por narcos o grupos terroristas, pidiendo asilo… ¿Qué pasa desde que llegan, piden asilo, o esperan a tener los papeles, si estos tardan un año o más…? ¿Qué hacen durante este tiempo? ¿Cómo se buscan la vida?

Días atrás, Carol Senders, coordinadora    del comedor social de Tardor, nos contaba que «hace unos días me llamó una doctora de Cruz Roja preguntándome si en Tardor podíamos hacernos cargo de un matrimonio colombiano, con una hija de 12 años, recién llegados a la Isla huyendo de la guerrilla, y con 42 euros como único capital. Le contesté que no podíamos, pues, debido a la pandemia, tuvimos que reconvertir el comedor social… Es decir, si antes abríamos de ocho de la mañana a ocho de la tarde, pudiendo la gente venir a desayunar, a comer y a llevarse la cena, y encima quedarse todo el día en el local, ya bien viendo la tele, leyendo…, incluso cortándose el pelo, gracias a los peluqueros voluntarios que teníamos, hoy, eso, no puede ser. Las normas de la pandemia obligaron a cerrar el comedor y a dar la comida en tapers. Y como las normas se multiplicaron enormemente a causa de los estragos que originó la COVID, tuvimos que ampliar la cocina y hacernos con un gran frigorífico para que nada se echara a perder. Por otra parte, tuvimos que alquilar un almacén en el que guardar las provisiones, hacer más viajes con la furgoneta para llevar comida a personas sin movilidad, lo cual encareció el gasto de gasolina y el de reparaciones, eso sin olvidar el incremente del recibo de la luz, de lo que nos cuestan los tapers en los que servimos las comidas, de los impuestos que pagamos, porque aun siendo un comedor social, hemos de pagarlos… Ante esta situación, hemos pedido ayuda al Ajuntament…    Le hemos pedido que nos alquile un local a bajo precio, o que nos lo ceda, que seguro que los tiene, con lo cual nos iríamos de donde estamos, y así, de paso,    saldrían ganando los vecinos que no quieren que estemos cerca, cosa que por otra parte entendemos… Pues bien, no solo no recibimos ayudas y pagamos impuestos, sino que, tanto los servicios sociales del Ajuntament de Palma, o la misma Cruz Roja, mucho más poderosos en todo que nosotros, nos mandan sin techos para que les demos de comer, o para que les busquemos dónde cobijarse…»

Se necesitan nuevos espacios

Carol, que delante de nosotros está resolviendo el problema que le presentó la médico de Cruz Roja, es decir, buscar cobijo a la familia colombiana recién llegada, que de momento lo tienen gracias a que una compañera de aquella los ha acogido en su casa por unos días, cosa que, como decimos, está tratando de solucionar hablando con una persona que les podría ofrecer casa y trabajo,    se pregunta por qué el Govern, el Consell o el Ajuntament no construyen un gran centro de acogida para casos como estos. «Sí, me dirán que ya existen esos lugares, la Casa de Familia y Ca l’Ardiaca, pero mientras en el primero no hay plazas, en el segundo, aparte de que nadie quiere ir, no aceptan niños. Porque es muy fácil decir que vengan, que los acogemos, que no les va a faltar de nada, cuando, una vez aquí, sobre todo por no tener papeles durante el tiempo que se tramitan, algunos mucho más de un año, por lo cual no encuentran trabajo, se quedan en la calle, como sucede con este matrimonio colombiano, y otros muchos inmigrantes, o como algunos ucranianos… Lo decimos porque algunos vienen a comer a Tardor, ¡y menos mal que la Fundación Estrellas y Duendes acoge a sus hijos desde el medio día a seis y media de la tarde, que si no… Por eso, sigo preguntándome, ¿por qué en vez de mandarnos a nosotros esos casos, el Ajuntament, o Cruz Roja, habilitan unos lugares donde puedan, cuando menos, pernoctar y dejar lo poco o mucho que traigan…? ¿Por qué no habilitan un lugar como el edifico de GESA…? Si no lo hacen será,    seguramente, porque no interesa que la pobreza esté en primera línea… Entonces, ¿para qué –insiste– dicen que vengan si luego no saben qué hacer con ellos...? ¿Es tan difícil y complicado agilizar unos trámites fundamentales y necesarios para conseguir una residencia y un trabajo…? Mientras tanto, ¿por qué no construyen unos albergues dónde estas personas puedan pernoctar…? Porque no es lo mismo salir a buscar trabajo teniendo un techo en el que dejas lo poco que tienes, que llevarlo todo el día a rastras por no saber dónde dejarlo, a lo que has de añadir la incertidumbre de dónde vas a dormir esta noche…».

Jamás vimos una pared con tanto cable, que además cuelga de dos postes.

¿A quién le gusta?

Al pasar el otro día por la calle dels Socors, de Palma, nos llamó la atención, no la pintada en la puerta metálica, sino lo de encima: ese cableado que, aparte de que es un bofetón a la estética,    seguro que no se ajusta en nada a lo seguro. Vamos, que da la impresión de que no gusta a nadie y mucho menos a los que viven delante y debajo de él –o que pasan por debajo–. Y lo bueno –o mejor, lo malo– es que da la impresión de que, ya puestos, el día menos pensado se le pueden añadir unos cuantos metros más. Porque el otro día le ponen una multa a un guitarrista que se gana la vida tocando la guitarra, y encima se la quitan, porque está tocando en una calle considerada    sonoramente contaminada.    Entonces, ese tramo de calle, o mejor a ese tramo de acera por la que suele pasar bastante gente –aunque ahora nos da la impresión de que menos–, ¿en qué capítulo de la ordenanza municipal está contemplado…? Porque si lo contempla, ¿por qué no se enmienda…? Porque estamos seguros que a los vecinos que lo tienen delante, o debajo, tampoco les gusta. Ni estéticamente, ni por seguridad… Pues eso, ¿qué hacemos…? Lo decimos, sobre todo, por quienes viven ahí o pasan por la acera que hay debajo de tan monumental cableado…