Hoy por hoy, el único apoyo que tiene Carlos Jambrina es la muleta. | Click

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Carlos Jambrina Bosch es músico. Guitarrista para más señas, especializado en flamenco. Músico que se dedica a la música desde que tenía 24 años –como tiene 56, lleva en ella 32–, por lo que ha conocido tiempos mejores que los actuales, muy castigados por la pandemia, por lo cual, muchos, entre ellos él, se han quedado sin trabajo, por lo que han tenido que buscarse la vida en la calle, donde, a causa de las ordenanzas municipales vigentes, que obligan a tener permisos, previo pago, naturalmente, no pueden tocar a según qué horas y en según qué lugares, y además de eso, han de luchar contra el frío o la lluvia, etc. Porque la vida no se lo pone fácil.

Dicho lo cual, añadiremos que  Carlos es el músico callejero a quien por no cumplir con las ordenanzas, además de ser multado por la Policía Local, se le requisó la guitarra, cuyo precio es de 800 euros, «que aún estoy pagando, pues la compré a plazos». Carlos, que reconoce que estaba tocando a la diez de la noche en la calle San Juan, de Palma, «zona prohibida para nosotros, pues estamos hablando de una zona acústicamente contaminada», quiere pedir disculpas por su comportamiento con los policías que le multaron y se llevaron su guitarra, «pues reconozco que no fue bueno. Por ello, me gustaría tenerlos delante para pedirles perdón. Porque, como digo, acabé perdiendo las formas… Porque no hay nada personal contra ellos, eh. Es más, respeto mucho su trabajo… Pero es que, para nosotros, que si somos músicos callejeros es porque no tenemos otro remedio que ganarnos la vida así, tocando en las calles, a cada día que pasa se nos complican más las cosas y… Pues que llegado un momento, estallamos, como me pasó la otra noche viendo que me quedaba sin guitarra y con una nueva multa que tampoco podré pagar porque no tengo dinero. Y si carezco de él, a la hora de pedir permisos para tocar en la calle, no me lo darán porque para conseguirlo tienes que estar limpio de multas, y como yo no lo estoy, repito, porque no las puedo pagar, y más ahora, sin guitarra… ¡Pues a ver cómo me las arreglo!».

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Porque para colmo, como debe dinero de multas, y vive en casa de su suegra, que recibe una pensión «no me conceden ni el ingreso mínimo vital, ni la renta social garantizada para personas mayores de 50 años, por lo cual mi situación, si cabe, está peor que antes, pues no es lo mismo tocar en la calle que hacerlo en un local, como hacía yo hace años, tocando, por ejemplo, en La posada de Bellver, o en bares, hoteles y restaurantes, cosa que hasta ahora no ha sido posible debido a la COVID-19».

Demasiados problemas...

Naturalmente, Carlos no quiere hablar solo por él, sino también hacerlo por los músicos –que no en nombre de ellos– de la calle en general, «a pesar de que la mayoría estarán pasando lo que yo, entre las ordenanzas y porque algunos vecinos no solo están en contra de nosotros, sino que demuestran excesivo celo protegiendo su descanso, lo que se traduce en escasa empatía para con los empresarios hosteleros vecinos de ellos… Y también, porque puestas las cosas así, esta situación me obliga a la delincuencia… Porque si nos multan, y no podemos pagar, y si no podemos pagar no podemos pedir permiso para tocar, y si tenemos permiso no podemos tocar en tal o cual sitio, lo cual reduce nuestro campo de acción, ni tampoco hacerlo a determinadas horas del día, entre las 14.00 y 17.00 horas, pues esas horas están catalogadas como horas de la siesta… Pues ya nos dirán qué hacemos … ¿Me pongo en la puerta de la iglesia a esperar a que salga una persona mayor para quitarle la cartera…? Es un decir, claro…    Pero, ¿qué puedo hacer?».

Por otra parte, Carlos señala    que las multas que reciben por incumplir las ordenanzas están entre los 750 y 1.500 euros. «Mucho, desde luego, ya que la multa es mayor que la que te ponen si te saltas un semáforo en rojo. Quiero decir que la multa es desmesurada». Aparte de la multa, y de poder      pagarla, Carlos se enfrenta ahora a otro problema: que se ha quedado sin guitarra, que recuperará, supone, cuando pague la multa, «eso si, además, me quieren cobrar las que tengo pendientes…. No quiero dar pena con lo que estoy contando –añade–, porque, repito, si ahora tuviera delante a los policías que me multaron, les pediría disculpas por mi comportamiento. Lo único que pretendo es exponer el problema que tenemos ahora mismo los músicos de la calle. Que lo que me pasa a mí, le pasa, o le puede pasar a otros. Y que no tenemos casi nada a favor, sino casi todo en contra. Y que si tocamos en la calle es porque, primero, durante dos años han estado cerrados la mayoría de locales donde solíamos tocar, y segundo, porque si tocamos es porque siempre lo hemos hecho y muchos de nosotros no sabemos hacer otra cosa. O como en mi caso, que no puedo trabajar en otras cosas a causa de una lesión que tengo de rodilla hacia abajo, que se traducirá en la amputación de esa parte. Imagino también que otros músicos, por una causa física u otra, no les queda otra que seguir siendo músicos para sobrevivir… A no ser que te conviertas en un delincuente».

Y apostilla: «Si antes he dicho que al ser músicos no sabemos hacer otra cosa, debo matizar en el sentido de que a la mayoría de nosotros nos apasiona tanto nuestro trabajo, que lo seguiremos haciendo aun pudiendo desempeñar otro». Y añade: «En todas las ciudades y localidades turísticas del mundo hay gente haciendo música y desarrollando todo tipo de actividades artísticas en la calle, lo que, además de darles un valor añadido, es muy bien recibido y apreciado por los turistas que las visitan. ¿Por qué no pasa eso aquí...?». Dejamos a Carlos para que siga su camino, que lo hará si el pez deja de morderse la cola. Es decir, que pueda tocar, para lo cual tendrá que recuperar antes la guitarra, y para poder hacerlo deberá pagar la multa. Pero... ¿Cómo, si no puede tocar...?