De izquierda a derecha: Andreu Bosch y Fernando Ramon, restaurador y propietario, respectivamente, del Biscuter. | P. Pellicer

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Si el blanco ya ondea en su cabello y utiliza expresiones como ‘guay del Paraguay’, entonces, querido lector, seguro que recordará el legendario Ford Torino que asomaba por Starsky y Hutch. Aquél pequeño seísmo televisivo que sacudió el país en la recta final de los ‘70. Su flamante carrocería en rojo sangre, rematada con franjas blancas en los costados, lo convirtió en el auto más célebre de la época. Más tarde llegaría el no menos imponente Pontiac Trans Am que pilotaba un tal Michael Knight, antes de convertirse en un musculado vigilante de la playa... Las series siempre han sido una fiable brújula que orienta las preferencias automovilísticas del pueblo.

En los ‘50, mucho antes de que la televisión ejerciera de oráculo, el españolito de a pie soñaba con autos más, digamos, mundanos, aunque no menos inalcanzables. Eran otros tiempos. Y tan solo los bolsillos pudientes podían presumir de coche. En plena dictadura irrumpía el Biscuter, el primer vehículo construido en España después de la Guerra Civil. Su origen se remonta a finales de los años ‘40, en Francia, cuando el diseñador de aviones Gabriel Voisin lo concibió sin acaparar el interés de los fabricantes. Sí triunfó, en cambio, en aquella España gris de la posguerra. Bien lo sabe Fernando Ramon, vecino de Consell. «Fue el primer vehículo que tuvo mi padre». Y, ya saben, el primer coche, como el primer amor, nunca se olvida. «Siempre había querido tener uno, así que fui a ver a un amigo en Can Picafort que vendía el suyo. Me llevé a Andreu Bosch (amigo, restaurador y mecánico de confianza), me dijo que lo dejara correr. Estaba completamente desmontado, era un montón de piezas y chatarra». Pero Fernando no titubeó y se llevó los despojos del pequeño Biscuter a Son Ferriol.

En su taller, Andreu contó con un aliado inesperado: el coronavirus. «La tranquilidad que propició esta situación me vino bien porque la restauración implicaba un auténtico reto». Fernando le dio manga ancha, «lo dejé a su aire, un proyecto así requiere calma», asevera. El bueno de Andreu, que no deja de sonreír al tiempo que desliza enriquecedores comentarios sobre el profundo lifting al que sometió al Biscuter, creó un auto nuevo de la nada. Lo primero fue hacerse «con una carrocería nueva, la original estaba muy mal y encargamos una a un mecánico de Barcelona». Tras una profunda restauración mecánica, a sus 66 primaveras el auto luce como recién salido del concesionario. «Profesionales como Andreu quedan pocos», subraya con entusiasmo Fernando. No le falta razón. Como Merlín, ese pintoresco cruce entre nigromante y profeta criado en los bosques de la antigua Britania, Andreu hace magia con sus manos. Aunque «solo trabajo para mis amigos», afirma para desazón de muchos.

Como el paradero de Jimmy Hoffa, el montante de la operación es un secreto que jamás saldrá a la luz. «La verdad es que no he querido hacer números, si me pongo a calcular me daría algo, y a lo mejor mi señora ya no me deja entrar en casa», desliza socarrón. Entre las peculiaridades del Biscuter destaca su «limpiaparabrisas accionado a mano», explica Fernando. O una pequeña innovación que hace más eficaz su uso, «un motor de arranque que sustituye a la palanca de tiro». Por lo demás, el coqueto Biscuter tiene menos ‘detalles’ que un Seat Panda, cuenta con unos limitados 9 caballos montados sobre un motor de dos tiempos de 197 c.c. que le confieren fama de «poco fiable por su mecánica sencillita», explica Andreu. Su compañero asiente con la cabeza y añade que «no es un coche para grandes distancias». A pesar de todo, el Biscuter demuestra ser pequeño pero matón. Fernando recuerda haber «subido a Valldemossa con mi padre, mi madre y otros tres niños». Seis almas a bordo del pequeño titán. ¿Y subió?, «vaya si subió», remata.

Antes de despedirse, rompen una lanza en pos de la conservación de estos vehículos, «patrimonio histórico». «En Palma están hablando de prohibir su circulación por el centro», lamenta Fernando. «No pedimos circular a diario, nos basta un permiso para salir dos veces al año», zanja Andreu.