José Bauzá en su establecimiento-taller de la calle Santiago Rusiñol, especializado en restauración.      | Xavi Solà

TW
0

En la calle Santiago Rusiñol, a escasos metros de la palmesana Plaça dels Patins, se esconde un taller que guarda secretos de un oficio milenario: José Bauzá es un ebanista que con su trabajo conserva y recupera un patrimonio que ha perdido su lustre. Su actividad consta, básicamente, en el refinamiento y detalle de los trabajos de carpintería, una suerte de restaurador de barrio, para que me entiendan. Hace años conocí a un ‘recuperador’ de mobiliario antiguo, me contó que al entrar en una casa no podía evitar hacer una radiografía de los muebles, los cotizaba y tuneaba en su imaginación. Lo hacía de forma automática. Como usted y yo prendemos la luz del baño al entrar. Su perfil era el de un restaurador comprometido con su tiempo, al que la fortuna había bendecido con una clientela de altos vuelos, que acudía a su encuentro al rescate de decrépitas piezas de museo. Literalmente. Como la construcción de alto standing, este gremio no conoce de crisis.

En cambio, el restaurador de barrio ya es harina de otro costal. Se trata de un «oficio en vías de extinción», augura José Bauzá. Nuestro protagonista pertenece a la tercera generación de una larga saga de ebanistas y restauradores. Su abuelo abrió el negocio en 1934 en plena calle Oms. «El taller original era de tallas de madera, que con los años desapareció. Pasamos a hacer marcos y molduras y a la restauración». En su mejor momento llegaron a tener ocho operarios. Hoy, su clientela «ronda los 75 años, traen muebles que desean arreglar para disfrutarlos». Lo malo es que sus parroquianos carecen de relevo generacional. Pintan bastos. «Muchos piensan legárselos a sus hijos, pero se encuentran que les dicen ‘a mí no me dejes trastos viejos’. Hay que afrontarlo, esta profesión tiene los días contados».

Aunque también realiza lacados, barnizados, torneados y otras funciones relacionadas con la madera, José se siente más realizado con el trabajo de restauración. «Recuperar un mueble envejecido es muy gratificante», reconoce. No se equivoca, piénselo: hace falta ser un artista para contemplar un pedazo de madera desvencijada y ver su pasado y esplendor, en lugar de un simple mueble roto. Solo así se puede proyectar su futuro, lleno de posibilidades.