La hora del rancho. Andrea Stanglmayr y Carlos Cruz en el corral donde campan a sus anchas las cabras. Las encontramos de diferentes razas, tamaños y edades. | Xavi Solà

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Fresópolis promueve un espacio de experimentación para escuelas y familias que aspira a complementar la educación que reciben los niños. Ubicada en una finca de 2,2 hectáreas, en el municipio de Llucmajor, esta granja escuela recrea un ecosistema animal, al tiempo que muestra a los más pequeños la importancia de conocer y convivir con la naturaleza en una etapa en la que son como esponjas. Se sorprenden y maravillan por todo lo nuevo y aprenden de cada experiencia.

Y es que, inculcar ética a los niños pasa, esencialmente, por infundir el respeto por los demás seres vivos. De ahí la crucial importancia de entidades divulgativas como Fresópolis, que inician al pequeño en un camino de solidaridad que promueve el interés y la empatía por los animales, postulando un futuro mejor para todos. Piénselo: un niño piadoso que dirige esa bondad más allá de nuestra especie, difícilmente será un hombre malo.

Cultivo de fresas

Me encamino hacia Fresópolis canturreando Strawberry fields forever. Mi mente, educada en la cultura pop de los 80, fantasea con un campo de fresas que, como el mar, se desdibuja en el horizonte. Pero, para mi desazón, «hasta febrero no empieza la temporada», desliza con un depurado castellano Andrea Stanglmayr, una risueña alemana que se desenvuelve por la finca con la soltura de una gimnasta rusa. Me explica que están abiertos al público desde el pasado mes de julio, y que, además de diferentes especies animales y las fresas que se me han escapado por poco, poseen más de 50 especies de flores, plantas medicinales y hierbas culinarias. Asimismo, elaboran y venden su propia mermelada, helado de fresa y vino. Es más, cuentan con su propia marca: Viva la Vida!, toda una declaración de intenciones, ¿no creen?.

Conforme me adentro en sus instalaciones, advierto que esta granja escuela es un recurso educativo absolutamente nece- sario. Aquí, los pequeños apren- den y se divierten cerrando un círculo lúdico-divulgativo que tendrá un enorme peso en su futuro. Además, es una herramienta óptima para que aquellos conocimientos previos en torno a los animales y el mundo rural en general, basados en lo que han visto en libros o películas, cristalicen en experiencias reales. Y es que aquí podrán observar, tocar y experimentar. Esta granja escuela tiene diferentes programas, «que incluyen un recorrido por la finca y los corrales, pudiendo interactuar con los animales», explica Carlos Cruz, un catalán nómada encargado de la gestión del espacio y actividades. Avisa que los grupos son reducidos, «para no estresar a los animales». «En eso somos muy estrictos, su bienestar es primordial», matiza su compañera Andrea, encargada de la administración y recursos humanos, quien me confirma que «aquí no sacrificamos a ningún animal, están toda su vida con nosotros».

Fresópolis juega con la topografía creando un paisaje único. Posee bordes ondulantes y aparcelados, bañados por el sol, que dividen los sectores facilitando el tránsito entre puntos. De lo que se benefician los visitantes y, muy especialmente, sus habitantes, que disfrutan de amplias parcelas para su esparcimiento. En una de ella, escorada en un extremo de la finca, encontramos a ‘Ferdinando’, un hermoso ejemplar de toro, mascota de la granja, al que podremos esponsorizar, como así al resto de animales, cabras, ovejas, gallinas, ponys, cerdos... Irrumpí en Fresópolis al ritmo de The Beatles. Tras la visita, me queda un sabor de boca que conecta, inequívocamente, con uno de los grandes himnos silbables y enardecedores de Nino Bravo: Libre. Canturreándolo abandono feliz como una perdiz este campo de sueños.