Christian, frente a un espléndido paisaje marino de Thailandia. | R.D.

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Christian Monti nació en la década de 1950 en el Congo Belga, «el paraíso, al menos en aquellos años lo era», afirma. Ha pasado su vida entre fogones, dando rienda suelta a su creatividad culinaria, primero de forma itinerante y, más tarde, en el restaurante Toque de Palma, especializado en platos belgas. Hoy disfruta de una merecida jubilación. Al volver la vista atrás, le invade una cierta nostalgia, no en vano pasó más de veinte años desempeñándose como chef de yate y las experiencias acumuladas superan con creces a las de un simple mortal. No todos hemos dado la vuelta al mundo a bordo de una casa flotante dotada de todas las comodidades. Chistian sabe que una parte de él, quizá su alma, se quedó atrapada en aquellos largos pasillos llenos de suntuosos recovecos y sillones de cuero limpio, reluciente.

Christian Monti, un cocinero belga que ha dado la vuelta al mundo como chef de megayate.

Un trabajo exigente

Antes de empezar, dejen que les ponga en antecedentes sobre su cometido, alguien podría pensar que se trata de una profesión sencilla y despreocupada, con abundante tiempo libre. Pero no. Un chef de yate suele cocinar para un reducido grupo de personas, acostumbradas a disfrutar de los mejores manjares, en los más sublimes restaurantes del mundo. Esto quiere decir que cualquier cosa que se le sirva, debe responder al más alto estándar. Habrá quien se conforme con una hamburguesa, pero no es lo habitual.

Esa es la realidad diaria en un megayate. Por tanto, el nivel de estrés y desgaste mental que debe soportar el cocinero es altísimo. Esa es una de las razones por las cuales este trabajo es uno de los mejor remunerados del yate. «Hace quince años, un buen chef podía llegar a ganar más de cinco mil euros», desliza Christian. De trato afable y cortés, nuestro protagonista supo desde el principio que la mejor forma de hacerse un hueco en su profesión era conquistar el estómago de su exigente tripulación. «Tienes que satisfacer a tu jefe, para ello lo mejor es sintonizar cuanto antes con sus gustos. No es una tarea rápida ni sencilla, si eres espabilado lo pillas en dos meses, luego se trata simplemente de trabajar alrededor de esto, siendo creativo e inventando recetas». Lejos de lo que pueda pensarse, sus jornadas eran maratonianas, «empezaba a las siete de la mañana y no acababa hasta las diez de la noche». Cuenta Christian que, en el tiempo libre, «la tripulación, que solía ser muy joven, se fundía el salario en fiestas», mientras él, tocado por un obstinado afán de perfección, «me quedaba en el barco estudiando las recetas de cada país en el que atracábamos, así podía preparar al patrón cualquier plato que hubiese probado en un restaurante, eso siempre le agradaba y sorprendía». De ese modo solía ganarse el favor de sus jefes, que en ocasiones y siempre junto al capitán del barco, «nos llevaban a algunas fiestas o conciertos a los que iban en tierra firme».

Con el atuendo de chef.

Entre su elenco de patrones tuvo a destacadas figuras de las altas finanzas, como el magnate de la revista Playgirl, equivalente masculino de la célebre y picante Playboy, para quien sirvió a bordo de su yate de 50 metros de eslora Princesa Valentina. «Tenía una tripulación permanente de 12 personas». Otro de sus patrones fue el duque de Gutenberg, «un alemán que estaba casado con la princesa Diana de Francia, prima de don Juan Carlos». Precisamente, una de las veladas de las que guarda mejor recuerdo fue la que sirvió al rey Juan Carlos quien, acompañado de otros miembros de la Casa Real, disfrutó de un soberbio ágape. Tanto debió satisfacerle que, esa misma noche, Christian recibió una propuesta para trabajar en el Fortuna, yate del entonces rey. «La rechacé, hay que ser fiel a la gente que te da de comer», zanja el belga.