Jonathan H. Syrett, propietario de la consultoría náutica Hamilton Marine.  | Pilar Pellicer

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Por su depurado castellano, nadie diría que es más inglés que el fish and chips. Desde niño, Jonathan Syrett sintió la llamada del navegante, ya fuera desde la ribera del Támesis en su Windsor natal, un próspero núcleo próximo a Londres; o desde el apacible Mediterráneo al que le unió el destino. De hecho, a este ‘inglés mallorquín’ le tira cualquier artefacto conectado a un motor, tenga ruedas, quilla o alas. Es cofundador del club de autos clásicos Gentlemen Driving, piloto de avionetas y patrón náutico. Un perfil muy ‘cinematográfico’, sin embargo ni conduce un Aston Martin; ni toma el Martini mezclado, no agitado; ni, mucho menos, esconde una Walther PP semiautomática en el fajín del esmoquin. Pero eso no hace menos interesante al hombre que negocia la venta del ‘Drizzle’, el superyate de Amancio Ortega, ya saben, el tipo que firma los cheques en el imperio Zara. Desde su cuartel general en Puigpunyent, este bróker náutico se enfrenta a una operación millonaria: 76 millones, y no precisamente de rupias.

Aunque la discreción prima en su profesión, me temo que si no se estira un poco esto va a ser muy aburrido...
— Bueno, haré lo que pueda.

¿Nació cerca del mar?
— Vivíamos sobre el río Támesis en una casa con pantalán, iba al colegio a remo.

Empezó vendiendo tablas de surf, ¿siempre le tiraron los negocios vinculados al mar?
— Sí, mi primer trabajo fue de monitor de vela en el Sea Club de Palmanova, pero sabía que no iba a ganar demasiado dinero y el tema de las ventas poco a poco fue surgiendo.

Pero impartió lecciones de windsurf a la Familia Real...
— Di clases al entonces príncipe Felipe y a otros miembros de casas reales, la griega sobre todo. Un día se acercó el rey don Juan Carlos y me dijo que también quería aprender, yo tenía otros planes pero me persuadieron para que le diese clases.   

¿Cómo es don Juan Carlos en las distancias cortas?
— Es una maravillosa persona. Los he tratado a todos y son cariñosos a más no poder. Son realmente una familia magnífica, con grandes valores, muy divertida pero también muy comprometida. Los días que había pasado algo en el país el rey venía muy afectado.

¿Quién era el más resuelto con el windsurf?
— El príncipe Felipe, era muy joven y estaba muy puesto. El entonces rey le ponía muchas ganas, pero al ser tan alto y corpulento le costaba más.

¿Conserva alguna anécdota divertida de aquellos días?
— Una vez fondeamos cerca de Cabrera y de repente nos vimos rodeados por la Guardia Civil, que nos apuntaba con fusiles. Tuvimos que dar bastantes explicaciones.

Siendo muy joven le llega una oferta de Camper & Nicholson, una empresa que vendría a ser como el Barça del sector náutico, ¿aquello le puso en otra órbita?
— En aquella época no había otra empresa que me sedujera más. Estuve treinta y pico de años, de los cuales veinte la empresa fue mía, en una especie de franquicia en España.

Más tarde, con una importante cartera de clientes, funda Hamilton Marine. Y con transacciones como la de Amancio Ortega demuestra que sigue jugando la ‘Champions’...
— Creo que juego la ‘Champions’ desde hace muchos años. He tenido clientes muy importantes, y a Amancio Ortega ya le había vendido dos yates antes.

¿Cuáles son las principales características del ‘Drizzle’?
— Está construido por el que en mi opinión es el mejor astillero del mundo, Feadship. Tiene 68 metros de eslora, destacaría su aspecto hogareño, sin excentricidades, y es probablemente uno de los barcos mejor cuidados que conozco.

‘Drizzle’, megayate de 68 metros de eslora propiedad de Amancio Ortega.

¿Augura una venta rápida?
— El mercado ahora mismo es bastante boyante para este tipo de embarcaciones. Para conseguir un barco de este tipo, o bien encuentras algo que esté disponible en el mercado, o bien tienes que construirlo tú mismo, pero los astilleros están dando unos plazos de entrega muy lejanos. Piensa que un barco como el ‘Drizzle’, desde que empiezas a concebir la idea hasta el momento de la entrega pueden pasar tres o cuatro años.

Costó 95 millones de euros y piden 76, ¿es un precio justo?
— Se consultó al astillero y se tuvo en cuenta la idea del armador, que es el que fija el precio con mis recomendaciones. Hemos tenido ofertas positivas pero no lo suficiente para vender.

Se dice que ‘los dos días más felices en la vida del propietario de un yate son el que lo compra y el que lo vende’...
— Me considero un vendedor de juguetes grandes, y puedo decir que comprar o vender un yate no es fácil ni barato, además está el impuesto de matriculación del 12 por ciento, que es un gran agravio que no permite despegar a la náutica en España.   

¿Un buen año en su profesión supera las siete cifras?
— Nunca tanto.

¿Los dueños de los grandes yates son tan excéntricos como los pinta el cine?
— La mayoría de los armadores que he conocido son personas que han trabajado muy duro y disfrutan de sus yates de forma muy convencional. Habrá momentos puntuales excéntricos, pero no es eso lo que vemos normalmente.

¿Conoce algún caso similar al del ‘Nadine’, el buque que perteneció a Coco Chanel y naufragó en la Costa Esmeralda?
— Hay relativamente pocos accidentes en yates cuando están navegando, lo cual es muy buena noticia y mantiene los precios de los seguros en cifras asumibles.