Pedro Soares durante un ensayo en las inmediaciones de Cala Gamba. | Pere Bota

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A orillas del nuevo milenio, en Berna, Felix Rohner y Sabina Schärer concibieron un extraño instrumento que, para los más profanos, posee la apariencia de un platillo volante lleno de abolladuras, estratégicamente colocadas. La pareja tenía claro que no deseaba una fabricación en masa. Sin embargo, a imagen y semejanza de ese primer prototipo, otros luthiers construyeron lo que genéricamente se ha dado a conocer como handpan. Hoy, este codiciado ‘tambor’, que es el contrapunto ideal de populares bandas como Hang Massive, ha consolidado una red de distribuidores en Austria, Canadá, Inglaterra, Australia, Francia, Alemania, Israel, Italia, Japón, Holanda, Suiza, Estados Unidos y España. En Mallorca, Pedro Soares es uno de los pocos músicos familiarizados con el peculiar instrumento.

En lo bueno y en lo malo, los instrumentos musicales son reflejo de nuestros cambios culturales. Si hace quince años los ukeleles reemplazaron a las guitarras, del mismo modo que las controladoras MPC ganan terreno a los sintetizadores, es porque la forma de hacer música ha cambiado. Hay instrumentos que nacen y otros vuelven renovados. En el caso del handpan, aunque guarda relación con antiguos tambores metálicos de Trinidad y Tobago, la India, Tailandia e Indonesia, lo cierto es que su sonoridad es claramente singular. Sus notas discurren entre polifonías, naturalmente metálicas, pero a la par «muy dulces e hipnóticas», explica Pedro. De ahí que suela utilizarse para amenizar sesiones de yoga.

Protagonista

Antes de recalar en la Isla, nuestro protagonista tuvo una vida más agitada que un Boeing 727. Nació en Lisboa y a los 18 años se enamoró de los djambe, unos populares tambores africanos. «Recuerdo que el día que me lo compré una amiga vino a buscarme a casa para que se lo enseñara y al bajar pasaba un Fiat Panda negro que al verme frenó, se bajó un tipo con rastas y me preguntó: ¿tocas?, le contesté que no. Me dijo que era profesor y podía enseñarme». De esa guisa se introducía Soares en el mundo de la percusión. A los veinte años dejó Portugal para ir a Sudáfrica, donde «toqué con muchos artistas del país».

Más tarde se mudó a Hamburgo, donde comenzó a formarse como sobrecargo de una compañía aérea. De ahí dio el salto a Dublín y de allí a Alicante para, finalmente, recalar en Palma en 2012. Aquí vive con su esposa riojana («buen vino», desliza con ironía). Fue aquí donde, tras muchos años desenvolviéndose con el djambe, descubrió el handpan.
Hoy, este instrumento se ha convertido en un amigo insustituible, indispensable para dar rienda suelta a sus anhelos creativos, que toman forma en Setsun, un dúo de guitarra y handpan que comparte con Jimmy Gutiérrez, un viejo amigo, también portugués, con el que se reencontró en la Isla. Juntos han grabado material inédito que puede encontrarse en Spotify e Instagram.

Un instrumento caro

El handpan no es un instrumento barato, su precio ronda los dos mil euros. Cuenta Pedro que «la primera vez que miré precios en Internet me desmoralicé un poco». Finalmente se hizo con uno en 2019 y, desde entonces, le encontrarán en las inmediaciones de Cala Gamba y el Portitxol, siempre frente al mar, «esta zona es ideal para ensayar, está cerca de mi casa y con estas vistas es fácil inspirarse». Aunque también se le puede ver en los jardines de la Catedral, la Plaça Major y algún otro punto estratégico de Ciutat, generalmente acompañado de Jimmy, su partenaire en Setsun.

Pedro, que tocó el djambe frente a 3.000 personas la Nochevieja de 2020 en Lisboa, está acostumbrado a que la gente le interrumpa durante sus sesiones, especialmente en los ensayos junto al mar. «Es una zona por la que pasean muchos turistas y en verano algunos se paran a escuchar, otros se acercan y me hacen preguntas». Esos encuentros fortuitos le han dado alguna que otra sorpresa, «un par de alemanes nos llamaron para tocar en una finca, incluso nos han ofrecido grabar discos, pero no llegó a concretarse». Nada desanima a Pedro, que mantiene viva la esperanza de vivir de este instrumento que «aporta mucha calma y también un cierto misticismo».