Imagen del centenario yacimiento de Son Peretó, uno de los grandes exponentes de arte paleocristiano en Mallorca. | L. Rubio

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Año de nuestro señor de 903. Mallorca está a punto de vivir un momento crucial en su historia. El castillo roquer de Alaró, último bastión de los rum de la Isla, se encuentra a punto de ceder. Han sido necesarios ocho largos años de asedio continuado para que los ejércitos islámicos consigan doblegar la tosca defensa encaramada en las montañas, el reducto de resistencia más empecinada. A punto de extinguirse casi cuatro siglos de dominación bizantina como empezaron, por las armas. Hoy trataremos la parte histórica más oscura y desconocida de nuestro relato, cuando Mallorca 'surfeó' el caos dominada por un trono al otro extremo del Mediterráneo.

De estas primeras líneas se desprenden varias cuestiones previas. Se sabe que el Imperio Romano de Oriente, lo que también se conoce como Imperio Bizantino o Bizancio, mantuvo amplias zonas de poder en el otro extremo del Mare Nostrum años después de la caída de Roma en manos bárbaras. Cuando las tribus centroeuropeas rasgaron desde dentro el vientre del todopoderoso imperio itálico original los vándalos se asentaron en la Península Ibérica. También en las Islas, donde establecieron un gran centro desde el cual impulsar sus principales fuentes de riqueza: el esclavismo y la piratería.

Entre los pueblos que sustituyeron sobre el terreno a Roma encontramos de todo. Algunos respetaban los antiguos usos y costumbres de las gentes que establecieron el germen de lo que hoy conocemos como Occidente. No obstante otros –probablemente los más– se afanaron en borrar toda huella romana que les fue posible, como si ese pueblo o su simple recuerdo fuera un mal sueño del que acabaran de despertar. Este proceso de sustitución cultural, tamizada en muchos casos por un innegable atraso tecnológico, propició que a esta época en particular se le atribuya el apelativo de época oscura, no solo en nuestro contexto balear sino a nivel generalizado en Europa.

En consecuencia, no ha pasado a la posteridad mucha información de aquellos tiempos. En todo caso, la que ha pervivido ligada a los manuscritos de los monasterios explica quiénes eran los rum. Ese término es el apelativo árabe que utilizaron estos para referirse a la población local a su llegada a Mallorca y el resto de Islas a finales del siglo IX. En las posteriores etapas, como en las Cruzadas del XIII, el concepto se ampliará y pasará a designar a la cristiandad en su conjunto. Sin embargo, en este momento primigenio queda claro que los mallorquines del momento eran vistos a través de los ojos musulmanes como romanos de pleno derecho.

Los manuales de historia sitúan el inicio de la dominación bizantina de Mallorca en el 534 y esta pasó por varias fases y casi siempre por momentos complejos. Se inició con una cierta expansión por el sur de la Península en un momento en que las Islas centralizaron las rutas imperiales hacia occidente. Pero ya en el siglo séptimo después de Cristo la tensión con los persas en oriente y los lombardos en la actual Italia retiró el foco de Bizancio de nuestra parte del mar, y acabó por perder su dominio peninsular. Con ello Mallorca y el resto de Islas volvían a la periferia más externa del Imperio Romano de Oriente, mientras se forjaba una nueva amenaza. Los musulmanes acabarían por asediar la mismísima Constantinopla en el 688. Antes que ellos lo hicieron eslavos y persas.

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Que el centro de poder se situara miles de millas al este, exactamente en la ribera mediterránea contraria, era un manifiesto problema. Por eso los bizantinos se pusieron en manos de Carlomagno para someter las Islas a los carolingios a cambio de una protección que se mantuvo hasta que las guerras propias les acuciaron. Cuando al convulso mediterráneo occidental llegaron para agitar aun más el panorama las oleadas normandas por parte de los herederos de los vikingos establecidos en tierras francas, los baleares estuvieron solos para defenderse. Sin los valores defensivos que solían distinguir a sus señores de sus enemigos (la superioridad naval, buenas fortificaciones y la utilización en exclusiva del fuego griego) estaban en clara desventaja. Y así les fue.

Con un imperio de capa caída, cada vez más centrado en sus problemas más inmediatos, y una fuerza pujante sin precedentes al acecho era solo cuestión de tiempo que las huestes musulmanas desembarcaran en Mallorca y así llegamos al principio de este relato, que no puede finalizar sin antes observar los principales vestigios de una etapa histórica especialmente brutal y desconocida.

El repaso bibliográfico es sencillo ante la escasez de textos baleares del tiempo del dominio bizantino. Este arranca con una misiva a cuenta del exilio en Mallorca de un obispo, Víctor de Tunnunna, por una controversia filosófica y religiosa de calado en Constantinopla, que incluso le interpeló con el emperador Justiniano (555).

Prosigue con otra carta de Liciniano de Cartagena al obispo Vicente de Ibiza (582), sobre la distribución de las diócesis insulares, «la credulidad en cuestiones sobrenaturales» y la interrelación entre las comunidades cristiana y judía. La más curiosa de todas es la firmada el 603 por el pontífice Gregorio I, quien anunciaba el envío de sus hombres a los ociosos monjes del monasterio de Cabrera para imponerles disciplina. Cuesta imaginar las condiciones en las que en el siglo VII vivía un grupo de religiosos en esas Islas tan alejadas de todo.

UN SUELO DE MARES HALLADO EN CABRERA REFUERZA LA ENTIDAD DEL CENOBIO BIZANTINO.
Distintos hallazgos sobre el terreno defienden la idea del cenobio bizantino en Cabrera. Foto: M.R.

En cambio, la herencia artística y patrimonial es más prolífica y agradable. Destacan algunas construcciones paleocristianas en entornos rurales, como la de Son Peretó (Manacor).

En términos generales existe mucha reutilización de materiales y elementos romanos, algo que sucede por ejemplo con el monasterio de Cabrera, que se cree que es anterior aunque en esta época histórica vivió un momento álgido. También se distinguen algunos mosaicos de la época, que se diferencian de los puramente romanos por incluir con mayor asiduidad motivos norteafricanos y orientales, testigos de este interludio temporal en el que las Baleares regresaron al auspicio de los hijos orientales de Roma.