Enno Scholma y María Baró eligieron un gótico para su luminosa terraza. | Eugenia Planas

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Un metro noventa y bastante alberga una sonrisa de anuncio de pasta dentífrica y melena al viento. El dueño de esa sonrisa cautivadora sale a nuestro encuentro en la puerta de su casa. María está ultimando asuntos de trabajo y es Enno quien nos atiende con la sonrisa infinita. Aparece María en el salón y su mirada delata a una mujer enérgica, resuelta y audaz. Una exposición inminente es el tema que rompe el hielo. Avanza la conversación y María Baró se torna cómplice de apreciaciones y desenfadadas confesiones. Su pose se relaja y la sonrisa echa a volar. «En la Feria de Arte de Marbella no vendí mucho, pero gané un marido».

Nos separa una mesa baja de tronco brasileño con objetos de disímil factura. «A Enno le gusta el mobiliario clásico y a mí, el diseño brasileño de los años 60. Hemos fusionado estilos aunque nos une la fascinación por el arte contemporáneo por el que hemos apostado como galeristas y coleccionistas». A la vera de María, el universo colorido y simbólico del checo Dokoupil es testigo de la conversación. Destaca en ese espacio el butacón Banquete, realizado con muñecos de peluche, en 2002 por los hermanos Campana, referente del diseño. Los Campana firman la mesa del comedor que combina con la obra de Rasheed Araeen, artista conceptual de origen pakistaní. En el mismo salón, en diferente ambiente, junto a la chimenea, se agolpan importantes obras de Felipe Ehrenberg, Francis Alys, Joan Pons, Pijuán, Miró, Mac Leirner o Daniel Arsham, y los objetos decorativos de Fernando Renes o Delft, entre otros.

Miles de kilómetros de vuelo, bagaje de culturas diversas y acento azucarado, han traído hasta los pies de la Seu de Palma a una chica catalana que asegura que «soy producto de L’ Eixample», y que como ingeniera química trabajó en el departamento de Japón de la Generalitat, la que desarrolló proyectos con Xim Torrens Lladó entre Palma y Japón. «No olvidé nunca la paz secular de los callejones del Casc Antic, la belleza de patios, la calma de recoletas plazas». Se casó y comenzó su vida en Sao Paulo. «Brasil es país donde se cumplen sueños y yo conseguí abrir mi primera galería de arte contemporáneo».

Veinticinco años de presencia activa en los mercados internacionales le avalan. En 2010 inauguró Baró House, en Madrid, y su exitosa iniciativa conectó el arte contemporáneo entre continentes. Cuando conoció a Enno, miembro del Patronato del Ludwig Museum de Colonia, unieron proyectos y apostaron fuerte por ellos. Fue, inmersos en el tedio del confinamiento, trabajando exitosamente con estrategia online, cuando descubrieron que no era necesario residir en una capital. Enno pronunció un nombre, Mallorca, como lugar donde expandir tentáculos en ese ambiente de calma provinciana que le obnubilaba. Volvió a la mente de Baró la luz que se cuela por los callejones, el universo íntimo de Torrens Lladó, el marco de las regatas de la Copa del Rey de vela, a la que asistieron el año anterior, el aroma a salitre. Decidieron que ese sería su entorno vital. Ante los barcos, ante la bahía, se desarrollan sus iniciativas culturales.

Su casa conserva el diseño de los años 70, con singulares verjas de forja tallada, enmarcando su colección de arte. María soñó con esa terraza repleta de plantas de oasis brasileño. Ahora, éstas adquieren sensuales movimientos de chica de Ipanema ante la bahía palmesana. La capilla en honor a la Virgen del mar brasileña, Yemayá, ante nuestro mar, se envuelve de verdor, luz y arte. No hay rincón en la casa donde este no emerja.