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'Aston’ es un beagle serio pero tierno, le gusta posar para la cámara y tiene esa mirada bonachona común en los perros de su raza. Le gusta dormir, aunque adora los paseos largos, «va olfateando todo el rato», confiesa Mónica Arboleda, su cuidadora. Cuando se cansa se despanzurra y te observa con la curiosidad de un niño.

‘Aston’, como tantas otras mascotas que no toman un vuelo para conocer mundo junto a sus propietarios, quizá porque su mundo es su rincón y su mantita, son confiados a gente como Mónica. Alguien tiene que proveerles de sustento y cariño en ausencia de sus dueños.

«Este servicio alcanza su pico durante el verano, vacaciones de Navidad y Semana Santa, aunque se mantiene estable el resto del año», señala Luis Campuzano, otro profesional del cuidado de mascotas.

Lanzarle la pelota, ponerle agua fresca, reponer el pienso o sacarlo a pasear en el tramo menos caluroso del día, junto con alguna sesión de fotos ocasional para que el dueño calme su añoranza y preocupaciones, son alguno de los quehaceres cotidianos de Mónica y Luis, un oficio cuya demanda no deja de crecer, y que ambos coinciden en desmarcar de los tradicionales ‘hoteles para mascotas’, donde el animal carece de un trato personalizado.

Llegamos a Sa Caseta, domicilio de Luis, aquí acoge a perros a los que «cuidamos como si estuvieran en su casa. Esa es nuestra consigna, que el animal note el mismo cariño y dedicación que le dan en su hogar. Aquí no hay jaulas ni cadenas y, de hecho, toda la casa está preparada para ellos, les dejamos que se muevan por donde quieran, salvo subirse a mi cama», aclara. Mientras hablamos, los perros se acercan y nos rondan. Son todo energía, no paran quietos. Es la una del mediodía y el sol te aplasta contra el suelo, pero la pequeña manada –«no solemos acoger a más de siete perros»– ni se inmuta, tienen la barrita de energía a tope. Luis, mallorquín de 57 años, fue funcionario de Justicia pero decidió dejarlo todo «para dedicarme a lo que realmente me llena».

Amor

Mónica Arboleda, colombiana de 28 años, se formó en el cuidado de perros «por el amor que les tengo, verlos batir su colita me genera felicidad». De ellos destaca que «son muy puros de corazón, me encanta su lealtad». Al aterrizar en la Isla y enfrentarse a un panorama laboral ‘limitado’ tomó la decisión de dedicarse al cuidado de mascotas. «Los dueños no siempre disponen de tiempo y ahí aparezco yo para suplir esa ausencia».
Mónica se desplaza al domicilio del cliente para comprobar que el animal esté bien, «me ocupo de su aseo y los paseo»; pero también acoge a mascotas en su propio domicilio, en estos casos «los alimento, mimo y saco a caminar». La joven matiza la importancia de no humanizar al animal, no obstante tiene claro que «merecen todo el cariño y una vida digna», valores que le fueron inculcados por sus progenitores.