François Serra. Luxemburgués de nacimiento, mallorquín de adopción. François nos recibe en su casa de Consell, donde ha encontrado la paz necesaria para apurar la recta final de una vida intensa y gratificante. | Xavi Solà

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El presente es insatisfactorio porque la vida es insatisfactoria. La posibilidad de ser feliz en el pasado siempre es una idea gratificante, pero si pudiéramos catapultarnos a él no tardaríamos en idealizar otra época. Nuestro protagonista, en cambio, se quedaría a vivir en aquellos días. La de François Serra es una historia llena de éxito y superación. Y aunque dicen que toda gran historia merece ser adornada, a la suya, créanme, no le hace falta maquillaje. Nació el mismo año que Elvis Presley, en el seno de una familia de mallorquines inmigrantes establecida en Luxemburgo. Su habilidad políglota, mano izquierda y savoir faire le abrieron las puertas de Tito’s, un lugar muy alejado de esas salas de baile que proliferaban en el resto del estado, donde abundaban los peines en el bolsillo trasero del pantalón. Tito’s era otra cosa.

François Serra me recibe con una gran sonrisa, está tranquilo, sumergido en sí mismo. Se mueve como flotando y cuando habla su voz cálida y reconfortante inunda la sala. Charla de la vida, de Consell –su pequeño Shangri La terrenal–, pero sobre todo de sus dos amores: Christine Willock, su mujer fallecida, una ausencia que aún le atormenta en los momentos de flaqueza, y Tito’s, donde fue director de sala durante tres décadas hasta finales de los 80. Sus palabras tienen un tono crepuscular, saben a despedida, cierran definitivamente un capítulo, quien sabe si el mejor, de aquella Palma dorada que se desvanece en el retrovisor.

¿Cómo llega a Tito’s?

— Yo iba al mismo peluquero que el empresario Antonio Ferrer, un día coincidimos en la peluquería y cuando supo que yo hablaba varios idiomas me ofreció trabajo en la nueva sala que estaba montando con un empresario ruso llamado Magalof. Así fue como empecé a trabajar como secretario del señor Ferrer.

Y pasa de secretario a director de sala en un suspiro...

— Antonio Ferrer me propuso trabajar también de noche. Empecé recibiendo a los clientes con una chaqueta blanca. En unos meses me convertí en jefe de sala y más tarde Antonio me hizo director de sala y pasé a gestionarlo todo menos el dinero.

¿De dónde viene el nombre de Tito’s?

— Está relacionado con un sicario de Al Capone al que querían liquidar. Por lo visto, el propio Al Capone le soltó un fajo de billetes para que se volviera a Sicilia. No se sabe como acabó en la Isla, de la que se enamoró, y montó un local llamado como él. Le llamaban monsieur Tito.

Seguro que atesora un puñado de anécdotas jugosas, ¿me cuenta la mejor?

— Yo estaba en una sala de Londres a la que iba a menudo en busca de artistas, y el jefe de sala me dijo que iban a actuar The Beatles antes de irse a hacer ‘las Américas’. Cuando me los presentaron, me dijeron que habían oído hablar de Tito’s, yo intenté ficharles pero ya tenían un caché muy alto. Hablé mucho con el batería, Ringo Starr, y me regaló un encendedor muy elegante.

Antonio Ferrer, copropietario de Tito’s, le entregó las ‘llaves del reino’ confiando en su buen hacer, ¿qué balance hace de su gestión?

— Podría presumir, pero soy una persona humilde y no lo haré. Pero te puedo decir que estoy muy orgulloso de lo que hice.

¿Por qué cerró Tito’s?

— Los tiempos habían cambiado, las salas servían comidas que complementaban el show, y en Tito’s no había sitio para una cocina. Contratábamos un servicio de catering para unas 330 personas, y no era rentable porque en la sala trabajaban unos 130 trabajadores. Yo busqué un local en Palmanova para montar una sala de fiestas para 2.000 personas, pero al final no se hizo.

¿Qué ha aportado el municipio de Consell a su vida?

— Me mudé con mi esposa hace años, desde el principio nos sentimos en casa. Tengo muy buena relación con todos, ciudadanos y Ayuntamiento.

¿Hasta qué punto le afectó la muerte de su mujer, la musa de su vida?

— Lo pasé muy mal, no encajaba su muerte. No sabía que la quería tanto hasta que me faltó.

Tiene reputación de bon vivant, ¿cuáles son hoy sus placeres?

— Antes me gustaba viajar y comer bien, no reparaba en gastos. Hoy me sigue gustando comer bien, soy muy gourmet.

¿Se reconoce en aquel chaval de 20 años que aterrizó en Mallorca para cuidar de su madre enferma?

— Sí, y me siento orgulloso de todo cuanto he hecho.
¿Le daría algún consejo a ese chaval para manejar las cosas de otro modo?

— Lo haría todo igual.

Leonard Cohen dijo ‘no tengo miedo de la muerte, son los preliminares los que me preocupan’. ¿Está listo para despedirse?

— No tengo cuentas pendientes, pero me gustaría vivir 12 años más.

¿Cómo quiere ser recordado?

— Como un buen profesional, buen marido y demasiado buena persona.