Inclasificable. Es imposible clasificar el estilo artístico de Toni Aparicio, cuyas obras ocupan todos los rincones, ya sea del exterior como del interior. | M. À. Cañellas

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Toni Aparicio (Barcelona, 1946) llegó a Palma con apenas dos años procedente de la Ciudad Condal. De joven comenzó a trabajar en el sector hotelero como botones en el hotel Cala Major. Después pasó a recepción en el hotel Sant Francesc. Sin embargo, bien pronto dejó el mostrador de entrada para entrar a trabajar en los de la panadería-pastelería de los restaurantes de hoteles como Son Vida o el Coral Playa, en Magaluf. «Me gustaba el mundo de la panadería y la pastelería por su faceta creativa, pero lo que me mataba eran los horarios. Apenas tenía 18 o 20 años y eso de trabajar por la noche era muy duro», explica con una sonrisa picarona.

Hace unos 40 años, Toni decidió ser su propio jefe y se hizo cargo de la mítica panadería Can Fiol, situada en la calle Carnisseria, en pleno centro de Palma. «Allí estuve hasta que mis hijos tomaron el relevo y me dediqué al negocio de la restauración con varios locales en la Platja de Palma, que ya vendí». Coincidiendo con esos últimos años de actividad profesional, Aparicio comenzó con su faceta más artística. «A mí siempre me había gustado todo lo relacionado con las iglesias y el arte barroco y comencé a buscar diversos objetos que luego transformaba para decorar el jardín».

El resultado, casi 20 años desde que comenzara, es un jardín abarrotado de las más diversas figuras. De entre todas ellas destaca el mausoleo en el que quiere que se depositen sus cenizas, flanqueado por dos puertas de hierro de ascensor.

Quizás el concepto kitsch podría acercarse un poco a su arte, pero es posible que se quede corto con esa acepción.

palma 10:30.
Toni, en la entrada de la casa, junto a su pareja, Jean.

Toni Aparicio dice tener unas 800 piezas, pero si dijera que son 8.000 no sería difícil de creer, sobre todo cuando se comprueba que no sólo el espacio que va de la puerta de entrada de la calle Juan de Saridakis hasta el chalet está lleno de objetos, sino que estos rodean la edificación, ‘entran’ en las dos alturas de la vivienda, incluso inundan las habitaciones y han ‘conquistado’ las dos terrazas. Los objetos y materiales le llegan de los lugares más variados y él se preocupa de recogerlos de la calle. «Lo de la mascarilla me va muy bien para eso. Cuando veo un objeto, ya siento en qué lo puedo transformar. Eso es lo que más me atrae. Tener un objeto y cambiarlo en otro totalmente diferente»

La edificación, situada entre los apartamentos Impala II y otro edificio de varias alturas, está decorada hasta la fachada, donde luce el nombre de Amadeus. «Es por el músico, pero también por Amadeo I de Saboya», sin que al periodista le quede claro porqué esa atracción ante ese rey tan poco popular.

Aparicio asegura que mucha gente quiere conocer sus objetos. De hecho, tiene cerrada la puerta de entrada con un candado y ha desconectado el timbre de entrada. «Eso sí, las cámaras de seguridad funcionan», asegura. Al propietario del lugar lo que más le gustaría es disponer de 500 metros cuadrados más. «Elevaría unas columnas y pondría mis obras para tapar el cemento que me rodea y dejar libre los espacios por donde entra el aire y el sol».