Lo peor es cuando llega al tramo sin barandilla... | Click

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El de hoy, aunque sea por humanidad, es un caso que requiere una urgente resolución, dado que nuestra protagonista no puede seguir un día más subiendo y bajando las escaleras de su casa como lo hace.

María Amparo Cortés Valiente vive en una de las fincas de ‘Corea’. Y vive en el piso más alto, al que se accede a través de una estrecha escalera, sin barandilla en el último tramo. O sea, que a partir de cuando desaparece ésta, no hay por donde agarrarse, pues a la izquierda está la pared, lisa completamente, y a la derecha, nada. El vacío. El estrecho hueco de la escalera, como vulgarmente se dice, que es tan estrecho que ni cabe ella.

María Amparo no puede permanecer mucho rato de pie. «En casa estoy sentada en una silla o en el sofá. Igual que si me voy a la calle… Que me bajan la silla en la que me siento junto al portal y así me entretengo. Porque de pie, como le he dicho, no puedo estar».

Además de poca movilidad...
Aparte de poca, por no decir nula movilidad, María Amparo padece asma, obesidad mórbida, tiene siete hernias discales y problemas con los tendones de los hombros, lo que le repercute en el movimiento de los brazos. «Entre cómo está la escalera y lo poco que me puedo mover sola, me paso semanas enteras sin poder salir de casa».

Dice que la familia no la puede ayudar, pues la tiene repartida entre Inca, Son Roca y Son Ferriol. «Un hijo vive más o menos cerca, pero tiene su trabajo y su familia... Tenía otro hijo, pero murió calcinado, junto con un primo, en un accidente de coche que tuvieron cerca de la Catedral. Chocaron contra una palmera, el coche se incendió y de los cuatro que iban, dos de ellos murieron. Uno de ellos, mi hijo, el otro mi sobrino. Como mi hijo vivía en pareja, pero no estaban casados, a la mujer no le dieron la viudedad, pero los niños sí cobran como huérfanos. No mucho, pero… Bueno, mejor eso que nada… Además, es que les corresponde cobrar».

Al dolor por las muertes de su hijo y de su sobrino, une la poca movilidad que tiene y la aventura que supone tener que subir y bajar a/de su piso. «Porque como no venga una amiga mía a ayudarme –dice María Amparo con preocupación–, que no siempre puede, pues tiene sus cosas que hacer, yo sola no puedo. Por eso me paso días enteros sin poder salir a la calle».

El suplicio de subir y bajar
Y para que veamos que lo que dice es cierto, de la palabra pasa a los hechos. Aprovechando que está su amiga, María Amparo intenta subir por la escalera.

Os lo contamos lo más gráficamente que podemos: Hasta que hay barandilla, no sin pocos esfuerzos y con mucha lentitud, y agarrándose con las dos manos a ésta, tira del cuerpo. A medida que va ascendiendo, el cansancio, por la voluntad y el esfuerzo que está poniendo, se refleja en su rostro. Debe de luchar contra la fuerza de la gravedad, y encima subir, escalón a escalón, con alguna que otra parada cuando se queda sin aire.

Mientras tanto, su amiga, por detrás de ella, la va guiando y animando. Y a ratos, empujando. Cuando llegamos al tramo de escalera sin barandilla, María Amparo, bastante cansada, debe apoyarse en los escalones y en la pared –apoyarse, que no agarrarse, sobre todo en la pared, pues como es completamente lisa, no tiene por dónde–, y a la vez seguir luchando contra la fuerza de la gravedad. Es como una ameba… Estira un brazo y lo apoya, estira el otro y lo apoya y cuando se siente segura y bien sujetas las manos al escalón y a la pared, tira de su cuerpo, y así, peldaño tras peldaño, por lo que la ascensión se hace lentísima, mientras que el esfuerzo llega al límite. De ahí que, en cada escalón tenga que parar.

Y si es descender, sola no sabemos cómo se las arreglará, pero suponemos que muy mal, tanto que prefiere quedarse en casa, pues su propio peso, sin donde sujetarse, puede hacerla caer escaleras abajo. Y en el caso de que la acompañe la amiga, ésta se pone delante, dejando que ella se agarre a sus hombros, y sin prisas, y con alguna que otra pausa, van bajando, escalón tras escalón.

Una peligrosa aventura, en pocas palabras, pues al menor traspiés –y nunca mejor dicho–, podría terminar en algo más que magulladuras.

Lo que cobra
Por ello, y con razón, María Amparo pide que le cambien su piso por una planta baja. O que pongan solución a su problema.

Nos cuenta que ha expuesto su caso a la psiquiatra que la atiende y que ésta le ha dicho que regrese en diez días, «pero como casi apenas puedo andar, no he ido… Porque tampoco tengo coche, ni nadie que me acompañe».

Más adelante dice que ha hablado con la trabajadora social, «y gracias a ella cobro una paga vital de 440 euros al mes, más otros 153 por la pulsera que llevo, que activo en caso de que tenga un problema… Pero, realmente lo que quiero es que me den una planta baja. La cambio por el piso, que es mío… Porque así no puedo vivir. No siempre tengo a una amiga o a una persona que me ayude a subir y a bajar… Y no sé qué hacer, ni a dónde ir…».

Como suponemos que alguien con mando en plaza debe de poder solucionar la situación en la que se encuentra María Amparo, que el día menos pensado puede caerse por la escalera, ya bien subiendo, ya bien bajando, dejamos su dirección: Cotlliure, 21A 3º.