Juan Bausá es uno de los 'cachorros de Dios'. El joven de 26 años se está formando para ejercer de sacerdote. | M. À. Cañellas

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Desinhibido, cercano, afable y culto. Todos los adjetivos encajan en Juan Bausá, uno de los jóvenes seminaristas que la diócesis de Palma moldea para comandar su próximo relevo generacional. Sorprende su capacidad de comunicación y su ‘normalidad’, esto último dentro de un contexto desmitificador, enfocado a aquellos que tildan de ‘bicho raro’ a un joven del siglo XXI dispuesto a consagrar su vida a Dios.

¿A qué edad le llama Dios?
– A los 21 años. Estaba terminando la carrera de Filosofía, salía con una chica y tenía planes de boda. Estuve un año discerniendo con pausa y luego entré en el seminario.

¿Qué le costó más dejar atrás?
– A la chica a la que amaba, tuve suerte porque su respuesta fue elegante, generosa y ejemplar. Dio un paso al lado y no me dio la espalda.

¿Qué debe tener claro quien quiera dedicarse a esto?
– Es duro, servir a los demás exige tener una disponibilidad total, y sobre todo hay que estar muy enamorado de Jesucristo.

¿Era más fácil dar este paso hace 50 años?
– Probablemente sí, porque el contexto social acompañaba.

¿Qué echa de menos de su vida anterior?
– Quizá una mayor disponibilidad de mi tiempo.

¿En el encierro muere la vanidad?
– Sí. Nos viene bien el horario y la rutina para hacernos más humildes, aunque a veces cuesta decir no a una caña con los amigos.

¿Tiene acceso a la televisión e internet?
– Sí, claro, estamos en el siglo XXI. También tenemos agua corriente y electricidad (risas).

¿Y no cree que esto debilita su labor preparativa?
– Creo que es importante que quien se prepara para ser sacerdote esté al día de lo que pasa en el mundo.

¿Tiene cabida el mensaje de la Iglesia en la sociedad actual?
– Sí, otra cosa es que haya personas a las que no les interese que se oiga, porque la Iglesia denuncia muchas injusticias.

¿De todas las situaciones injustas que ha destapado la crisis cuál le enerva más?
– Muchas. Por ejemplo, las personas mayores que han dado todo por su familia y que han tenido que morir solos.

¿Qué le dice a los escépticos de su vocación?
– Que no es obligatorio entenderla. Ahora bien, ese escepticismo puede dar lugar a un diálogo muy fructífero para ambas partes, porque ninguna posee la verdad por completo.

¿Cree que se puede entender la crisis y su impacto económico como una oportunidad de conversión ética y moral, de revisar prioridades y ser más humanos?
– Totalmente, creo que los momentos de crisis son un buen marco para discernir hacia dónde vamos como sociedad.

¿Qué opina del fundamentalismo?
– Un fundamentalista es una persona que no conoce a fondo la religión, tan solo un aspecto aislado y lo absolutiza de manera que pierde de vista todo lo demás, y eso le cierra la mente al diálogo.

¿Le preocupa el avance imparable del ateísmo?
– Sí, me preocupa una cultura atea porque, como decía Chesterton, ‘cuando uno no cree en Dios, cree en cualquier cosa’.

¿Ciencia y religión son compatibles?
– Durante muchos siglos la Iglesia ha sido promotora de los avances científicos. Creo que el diálogo ciencia y fe es un campo muy rico, tanto para los religiosos como para los científicos.

¿Qué puede hacer la Iglesia para estrechar la creciente desigualdad entre ricos y pobres?
– La iglesia no es una empresa ni un gobierno, pero tiene una rica tradición en moral social, y puede plantear otras formas de comprender la economía, como por ejemplo a través de los principios de solidaridad.

¿Está de acuerdo con la opulencia en la que vive el Vaticano?
– En la Iglesia hay personas que viven de una forma escandalosa, pero el tema del Vaticano hay que desmitificarlo, cuando rascas un poco te das cuenta de que es un patrimonio cultural y artístico universal, que conviene conservarlo, que es una manera también de contribuir a ayudar a los más necesitados.

¿Hacen falta cambios importantes en la Iglesia?
– Un problema serio que tenemos es el clericalismo, que la Iglesia se sirva de su posición para ejercer poder sobre los demás es la raíz de problemas como el de los abusos a menores.

¿Comprende a quienes se definen como católicos no practicantes?
– Entiendo perfectamente lo que dicen, es como si yo te digo que soy futbolista no practicante. Yo les invitaría a refrescar un poquito su ser cristiano porque no van a perder nada, todo lo contrario, van a ganar.

¿Debe la Iglesia abrir sus puertas a las mujeres para ejercer el sacerdocio?
– No, por razones teológicas. Esto no significa que la mujer sea menos, la Iglesia en su esencia es femenina porque da vida, como las mujeres que tienen ese papel tan sagrado de dar a luz.