Noemí P. madre de una preadolescente con TCA. | Jaume Morey

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«Tienes los muslos grandes». Este es el comentario que le soltó una vecina durante el confinamiento a Yani, una niña de tan solo 11 años, que le hizo cambiar radicalmente su forma de mirarse ante el espejo. Todo acababa de comenzar.

«Echas la vista atrás y te das cuenta de las pistas que, sin querer, tu hija va dejando sobre su enfermedad. Primero se negó a ponerse bikini en verano. Luego eliminó el bocadillo de nocilla de la merienda y empezó a pedir fruta a todas horas, cuando convencerla antes para que se comiera una simple fresa ya era un triunfo. Un día me respondió que ya no iba a beber agua porque ‘engorda’. Se obsesionó con la hora de atletismo, quería entrenar todos los días, hasta que cada comida se convierte en una lucha diaria. ¿Por qué tardamos meses en descubrir la verdad?», se pregunta Noemí, madre de esta niña que, a pesar de su corta edad, no es un caso único, ni mucho menos, en Son Espases. «Nunca piensas que esa enfermedad la puede padecer tu hija», confiesa.

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«Del pediatra pasamos a esperar consulta en la unidad especializada del hospital de Manacor, pero vi el estado en el que se encontraba, la metí en el coche y me presenté en Son Espases sin cita. Ese día se quedó ingresada. Pesaba 39 kilos con una altura de 1,53», recuerda esta madre.

Yani estuvo ingresada tres semanas en Son Espases: después pasó por el hospital de día de la Unidad de Trastornos de la Conducta Alimentaria; y ahora su familia controla que haga cinco comidas al día: desayuno, almuerzo, comida (dos platos y postre), merienda y cena de dos platos. «Tenemos mucho camino por recorrer, pero al menos admite que tiene un problema. Eso es lo más importante», apunta esperanzada.