Björn Ragnarsson, también conocido como Björn Piel de Hierro o Brazo de Hierro, fue un semilegendario rey vikingo que en el siglo IX navegó y saqueó a sus anchas por todo el Mediterráneo occidental. En la imagen, el personaje interpretado por el actor canadiense Alexander Ludwig en la serie 'Vikings', de Michael Hirst. | Redacción Digital

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Hubo un tiempo en el cual vivir cerca de la costa entrañaba un riesgo más que certero. Hubo un tiempo en el que la furia de los vikingos se dejó sentir en las tierras baleares, cuando las ratzias que erigieron su historia de leyenda por Inglaterra, Irlanda, la costa normanda y la orilla del Cantábrico se les quedaron cortas y contemplaron nuevos horizontes. Lo que no muchos conocen es que los hijos de Odin llegaron a nuestras Islas con sus largos barcos alrededor del siglo X, y como en tantos otros lugares, desembarcaron y saquearon prácticamente a su antojo. La serie Vikings, emitida en los últimos años por HBO, Antena 3, Prime Video y el Canal Historia, ha hecho refulgir el interés por el oficio guerrero de estos navegantes nórdicos cuyas incursiones, a finales del primer milenio después de Cristo, azotaron media Europa.

Sobre los vikingos sorprende la gran cantidad de falsos mitos que abundan -el casco con cuernos no merece ni mención-. Al contrario de lo que muchos creen ser vikingo no marcaba el origen étnico de estas personas sino su dedicación, su ‘oficio’ por llamarlo de alguna forma, navegando en partidas de asalto cuando el agitado mar del Norte era más benevolente, localizando objetivos y apresando en ellos copiosos botines y esclavos.

Muchos compaginaban esta ‘ocupación’ con trabajos en los campos y la mar, y su auge se ligó estrechamente a sus creencias religiosas, en concreto la exaltación de la gallardía y el valor de morir en combate para acceder al Valhalla, la casa del Padre de Todo donde solo se admitía a los más bravos.

Vikings
Los monasterios y poblaciones de Northumbria, en la costa este de Inglaterra, sufrieron en sus carnes numerosas oleadas vikingas. Foto: Archivo.

Al decaer el paganismo, con la conversión masiva al cristianismo de los pueblos escandinavos, el afán expedicionista de hallar nuevas ciudades y sus respectivos botines se contuvo. Antes de ello los intrépidos vikingos tuvieron tiempo de asolar buena parte del Mediterráneo, también nuestras Islas en varias ocasiones, tal y como relatan algunos autores que fijan tres acontecimientos bélicos relevantes, entre los siglos IX y XII.

La primera de todas ha sido documentada y plasmada por la exitosa serie de televisión, y fue comandada por Björn Piel de Hierro, el hijo primogénito de Ragnar Lothbrok en esta producción de Michael Hirst, que en la realidad se cree que fue un importante rey escandinavo, temible guerrero y gran navegante cuyo nombre ha sido adornado con el paso del tiempo con tintes ficticios y legendarios, creados por la admiración que despertó entre su pueblo cuya tradición todavía recuerda el lugar donde supuestamente fue enterrado, ahora hace más de 1.200 años.

Lo cierto y constatado por los estudiosos de la historia es que Björn, en su afán por conocer mundo y nuevas riquezas, navegó pegado a la costa con unos cuatro mil hombres, en su mayoría suecos y daneses. Conoció el Finisterre gallego y lo dobló, siguiendo hacia el sur. Navegó por el litoral lusitano y aproximándose al estrecho de Gibraltar apareció ante él la rica y formosa Algeciras. Sin muchos problemas la ciudad fue tomada y saqueada; su primera gran victoria tan lejos del hogar.

La habilidosa navegación y el ansia exploradora llevaron a los pueblos nórdicos a surcar el océano. Foto: Flore W.

Los siguientes fueron años de pillaje en todo el Mediterráneo occidental. Desde sus bases temporales en la Costa Azul abordaron caravanas comerciantes a la espera de encontrar y fijar nuevos puertos que asaltar. Los hombres de Björn y Hastein hicieron estragos en toda la zona que actualmente concuerda con la costa mediterránea francesa. Atacaron asimismo puertos italianos y se hicieron tierra adentro, en su intento de alcanzar la mítica Roma, y conocieron y pasaron por las armas a las ciudades principales de Sicilia y varios puertos norteafricanos. En esta vorágine no fue complicado ‘visitar’ las costas baleares. Según el historiador Pere Xamena la poderosa escuadra vikinga atacó el archipiélago, produciendo una gran despoblación de los lugares más grandes y ricos hacia el 859, poco más de cuarenta años antes de que Mallorca viviera su particular islamización por vía militar.

Tiempo después los vikingos consiguieron tierras y títulos en el Ducado de Normandia, en el extremo nororiental de la actual Francia. Allí se enraizaron y perduraron, muchos ya adoptando la fe de la cruz y tramando alianzas con multitud de nobles del continente para acrecentar su nombre y poder. Sus descendientes, nietos de los vikingos ávidos de riqueza y aventuras, eran en su mayoría grandes luchadores y tan belicosos como sus ancestros, de modo que a menudo participaban de los ejércitos, en muchas ocasiones como compañías de mercenarios. Fue el caso, por ejemplo de Roger de Tosny, noble normando que con un gran destacamento de descendientes de nórdicos infringía martirio a los contingentes de los emiratos sarracenos de Dènia y Mallorca hacia el año 1018.

Por aquel entonces los condados cristianos a duras penas resistían el empuje de los ejércitos berberes, instalados ya en buena parte de la Península Ibérica, y estos agradecieron con gusto la llegada de voluntarios y mercenarios de sangre escandinava que, como Roger de Tosny, arribaban a sus tierras para librar sus batallas.

Cuentan las crónicas que Tosny fue contratado por Ermessenda de Carcasona, condesa de Barcelona regente de su hijo a la muerte de su esposo Ramon Borrell. La dama le encomendó una misión clara: contrarrestar los actos de piratería que Mujahid, emir de Dènia, y sus vasallos baleares dedicaban a toda nave barcelonesa que se les ponía a tiro. Si Mujahid constituía una pesadilla para las embarcaciones cristianas, Tosny sería su homólogo con respecto a las caravanas de bandera sarracena. Se le dio tan bien convertirse en azote de los musulmanes que le apodaron el Devorador, y en 1023 participó en la defensa de Barcelona. Tan complacida quedó la noble catalana que, en contrapartida por sus méritos, le cedió la mano de su hija en matrimonio.

Los nobles normandos heredaron de sus ancestros su ánimo belicoso, y encontraron en las tierras de frontera de la Península un campo ideal donde progresar y hacerse un nombre. Foto: Jasmin Sessler.

El último gran envite escandinavo contra las Islas Baleares se produjo en 1109, en el transcurso de la llamada Cruzada noruega que atacó Tierra Santa, una expedición comandada por el rey Sigurd I y que tiene en su haber el mérito de haber alcanzado el triunfo en todas las batallas que emprendió. Coincidió con el final de la primera cruzada al partir el monarca de sus puertos del sur el otoño de 1107, con una flota compuesta por sesenta naves y unos 5.000 hombres. Sabemos que pasaron el primer invierno en Inglaterra y el segundo en Santiago de Compostela. Por el camino derrotaron alguna pequeña compañía de sangre normanda y, como hiciera su antecesor Björn, Sigurd bordeó la costa atlántica de la Península Ibérica, saqueando Sintra, Lisboa y Alcácer do Sal, entre otros. Otra flota pirata cayó en su haber en Gibraltar, donde decidieron poner rumbo a las Baleares, refugio tradicional de piratas y esclavos.

Cuentan los cronistas de los que beben los historiadores escandinavos que en las Islas se refugiaban muchos piratas infieles, y Formentera fue el primer puerto de Baleares al que llegaron. Allí encontraron un gran número de blámenn -el concepto nórdico para designar a las personas de piel oscura- y sarracenos. Los entendidos califican lo que se vivió allí como uno de los acontecimiento más notables de la historia de la Pitiusa menor, donde tras doblegar las defensas locales los noruegos se hicieron con grandes tesoros.

Un episodio en concreto llama la atención, y podría haber quedado fijado en un nombre de lugar local: la Cova des Fum, en los escarpados acantilados de la Mola. La historia, que se plasma en las crónicas normandas y escandinavas de la época e incluso ha cautivado a autores actuales, habla de una cueva de piratas llena de fastuosos tesoros. Explica que Sigurd, de forma audaz y clarividente, mandó talar árboles y con ellos fabricaron grandes ruedas. Dada la escasa altura de la Isla no fue complicado subirles encima una o dos de sus naves, y empujándolas las encaramaron hasta lo alto del acantilado. Con nocturnidad, amparados en las sombras, los herederos de los vikingos descolgaron los barcos a fuerza de brazos y cuerdas, situándolos en la entrada de la gruta.

Cova des Fum
Entrada de la Cova des Fum, un lugar de interés arqueológico e histórico en Formentera. Foto: Museu Arqueològic d'Eivissa i Formentera.

Por la mañana los piratas sarracenos tuvieron un despertar desapacible, al toparse con las naves repletas de guerreros hostiles en la misma puerta de su casa, que les obsequiaron con una lluvia de flechas. Trataron de huir refugiándose en la profundidad de la cueva y entonces Sigurd dio la orden: los fuegos preparados en la entrada ardieron y la cavidad no tardó en llenarse de humo. Sin más opción, los piratas tuvieron que rendirse, aunque para ellos no hubo piedad ni contemplaciones. Desde ese día el humo bautizó un enclave con interés histórico y arqueológico, en el cual se dice que los guerreros noruegos se hicieron con un tesoro tan abundante y valioso que fueron incapaces de cargarlo por completo en sus navíos, y parte de las riquezas quedaron desperdigadas en la Isla.

Tras Formentera vinieron Ibiza y Menorca, que corrieron la misma suerte. Tímidos combates ante tal potencia militar precedieron al saqueo masivo de objetos preciados, no solo monedas y enseres de metales nobles sino también mercancías cotizadas para la época. Sin embargo, los noruegos evitaron atacar Mallorca, quizás porque su creciente peso comercial aseguraba defensas más correosas que las de sus vecinas, y en las Islas tan solo 'pasaban el tiempo' antes de su gran acometida contra la Jerusalén islámica. Cuentan que esa tentativa exitosa contra el archipiélago y las noticias de los fabulosos tesoros apresados inspiraron años después la cruzada pisano-catalana que arremetió con virulencia contra Madina Mayurqa. Pero esa, esa es otra historia.