El impacto del coronavirus en la vida cotidiana genera miedos hasta tal punto que altera incluso las relaciones de pareja y las sexuales.

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Olivia (nombre ficticio) tiene 30 años, lleva poco más de un año separada, ha vuelto a casa de sus padres y las restricciones por la crisis del coronavirus hacen que las paredes se le caigan encima. «De casa al trabajo y del trabajo a casa. Esto no es vida. Ni puedes salir a tomar algo con tus amigos ni mucho menos conocer a alguien. Todos los solteros que usamos las aplicaciones de citas online echamos pestes, pero la situación actual nos condena a usarlas como si fuesen la típica barra del bar», confiesa esta joven.

Los solteros, sobre todo si viven solos, son los que más están sufriendo esta ‘nueva normalidad’ marcada por las restricciones. Pero cada vez hay más y la tendencia no da visos de que vaya a remitir. Según los últimos datos del INE, en Baleares hay más de 100.000 personas que viven solas, y en todo el Archipiélago 54.000 hogares formados únicamente por solteros, mientras que en todo el país hay 4,4 millones de viviendas unipersonales.

Si a esto le sumas que los españoles somos líderes europeos en el uso de smartphones, no le ha de extrañar a nadie que internet haya revolucionado las reglas del juego a la hora de buscar pareja. Si ya resultaba más fácil ligar a través de la red que hacerlo en persona hace un año, imagínense ahora con bares y espacios deportivos cerrados, y con las citas a ciegas y las típicas presentaciones de amigos en coma inducido.

Lo confirma Javier, que se separó en enero del año pasado y encontró piso una semana antes del confinamiento férreo de marzo a mayo. «No le deseo a nadie pasarse varios meses solo en una casa nueva y a medio montar, con tu familia residiendo a cientos de kilómetros, teletrabajando y comiéndote la cabeza tras un ruptura dolorosa. ¿Y sabe lo peor? Que a veces he acudido a chats de encuentros virtuales por hacer algo, por sentir ‘el calor’ virtual de alguien... y por si alguien no lo sabía, las apps de contactos son el lugar equivocado para lograrlo», apunta.

Es un hecho. El coronavirus y sus limitaciones nos han cambiado la vida hasta tal punto que las relaciones, personales, sentimentales o sexuales, también lo están haciendo. Se agudizan las crisis de pareja al pasar más tiempo juntos, aunque curiosamente a otras les ha venido muy bien bajar el ritmo y profundizar en su relación; los solteros siguen buscando sexo, esporádico o no, pero los encuentros virtuales ganan peso; y la autosatisfacción está más a la orden del día que nunca. «No sé si en los próximos años viviremos un boom sexual como se augura, pero está claro que la gente sigue explorando su sexualidad y sus límites», apunta Claudia Marcos, propietaria de una conocida tienda erótica en Palma, y que imparte talleres sobre sexualidad en toda la Isla. «Las ventas del Satisfyer, tanto masculino como femenino, han subido una barbaridad en el último año. Pero también los juguetes eróticos para disfrutar uno solo o en pareja».

Miedo al contagio

La pregunta es obvia. ¿La gente sigue buscando pareja o sexo al igual que antes o la pandemia ha reducido ese frenesí sexual? Laura, por ejemplo, celebró la desescalada con un conocido, también soltero sin compromiso, con una cita que comenzó con un test de sangre para saber si tenía el coronavirus. «No valen nada, pero eso en junio no lo sabíamos. Si no hubiese aceptado, habría sido imposible que me relajara. Ahora tengo tests de antígenos en casa. Mejor prevenir que lamentar», recalca.

Javier, por su parte, no ha sentido miedo al contacto, pero sabe de primera mano de amigos del colectivo gay que han sumado su temor habitual al VIH al contagio por coronavirus. «El miedo siempre es peligroso», agrega, al tiempo que confiesa su propia experiencia en este campo. «En este último año he probado el sexting, el sexo online y las citas directamente sexuales. Con todas las personas con las que he coincidido la conversación comienza igual, ‘si te cuidas, si te preocupa el contagio a la COVID-19... uno me dijo que prefería no besar por miedo a enfermar, pero para todo los demás estaba dispuesto. Hay cada uno...», comenta entre risas.

Olivia, por su parte, lo tiene claro. Si estás en una app de citas, no tienes miedo. «Hay tres tipos de perfiles: uno que pasa el rato para echarse unas risas; otro que está verdaderamente interesado en conocer gente; y los que solo buscan sexo y son directos. De eso no tengo nada que decir. Si te lo dejan claro, no pasa nada. Todos somos mayorcitos para saber qué queremos, cuándo y con quién. Los peores son los que te regalan los oídos y te venden una noche de blanco satén y a los 10 minutos de pasar por el catre te contestan con monosílabos para dejarte claro que molestas. A esos mejor no digo lo que les haría...», afirma esta joven.

Olivia, como casi todos, tiene una relación de amor-odio con las apps de contactos. Se da de alta y de baja cada dos por tres y acumula historias para escribir un libro «para morirse de la risa o de la pena», apostilla, al tiempo que recuerda con humor su última cita vía Tinder: «Un tío de mi edad que se vendió como un hippy, pero se presentó con una chaqueta de 400 euros. Encima tuvo las narices de decirme que no compraba en franquicias porque los que lo hacemos fomentamos la explotación infantil. Al final de la cita me encontré en un bar de mala muerte, charlando con una conocida suya que nos habíamos encontrado y él jugando al futbolín. Me di cuenta de lo surrealista de la situación, así que cogí mis cosas, me despedí de su amiga, no de él, y me largué sin pagar la consumición. Tenía el pálpito de que iba a ser un desastre. Nunca me equivoco».

Esporádicos

Ana está separada, tiene un niño de cinco años y le preocupa el futuro sentimental. «A ciertas edades, incluso con 36 como yo, es difícil conocer gente. Imagínese siendo madre y con el coronavirus de por medio», señala. Aunque una compañera le quita hierro al asunto recordándole que el trabajo y el parque infantil se han convertido en el lugar habitual para ligar: «Ya no te tiran la caña, ahora te lanzan directamente la red de arrastre. A ver si es verdad...».

En los últimos meses Ana ha tenido una relación fluctuante con un chico en su misma situación: «Pero unir agendas teniendo críos es casi una misión imposible». Y algo impensable en ella, quedó con un contacto de Tinder para tener sexo en su casa, y la experiencia fue lamentable. «Por precaución, envié la ubicación a unas amigas a las 20.20 y a las 20.40 ya estaba de vuelta en el coche. Quería un encuentro esporádico, no una cita de un minuto. Cuente: subes, presentación, una cerveza, pasamos a la cama y despedida. Todo en 20 minutos –apunta con sorna–. Si es que no me dio tiempo a saber qué estaba pasando cuando se recostó triunfal en la cama, como si hubiese logrado una proeza. Esto de los polvos rápidos no va conmigo... Habrá que esperar a que todo esto termine».

El diccionario Tinder-castellano

El 56 % de los jóvenes españoles emplea internet para buscar pareja y el 30 % en el caso de los solteros de más de 50 años. Pero tanta tecnología trae consigo novedades, hasta una nueva forma de expresarse. Por ejemplo, el término zumping se acuñó durante el confinamiento. Consiste en cortar una relación por videollamada. El ghosting, por ejemplo, es una ruptura sin ruptura. Pasa por no responder llamadas y mensajes o incluso bloquear a otra persona sin dar ninguna explicación. Mientras que el snooping es fisgonear todo lo que podamos de una persona; o el whelming, que significa sobrepasado, consiste en contar a tu match lo ocupada que está tu vida amorosa cuando lo que se pretende es avivar el interés de la persona con la que estás hablando.