María Teresa, en la puerta de Tardor, en donde es voluntaria y almuerza. | Click

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María Teresa Quattorocchi es italiana, de Cagliari (Cerdeña). Está divorciada y tiene tres hijos ya mayores. Es una mujer menuda, aunque corajuda. Además, es culta –basta, si no, escucharla hablar–. Estudió Filosofía y Letras, tiene el título de recepcionista de hotel, ha trabajado como ayudante de cocina, ha sido mujer de limpieza y, últimamente, antes de quedarse sin trabajo, cuidaba a una mujer de 94 años, «trabajo que perdí por intromisión de un familiar suyo, ya que, en mi lugar, propuso otra cuidadora amiga. De cobrar 600 euros, me quedé en la calle y sin un céntimo».

En estas condiciones, «me fui a vivir a una cueva de Son Verí, cueva con puerta, cuyo propietario me cedió. Al cabo de un tiempo, cambié la cueva por una casa semiderruida, sin parte de su techo, sin ventanas, sin agua… Pero como era verano, me apañé, pues lo del aseo lo solucionaba bañándome en el mar. De ahí pasé a Ca l’Ardiaca, en Primera Acogida, que dejé porque el ambiente no me gustaba, había gente con adicciones, que a nada que te descuidabas te quitaban las cosas… No me quejo de los funcionarios, que hacen lo que pueden, pues son muchos los problemas que deben de resolver a diario, y la gente de allí no ayuda mucho... Como no puedo cobrar un retiro, pues no he cotizado lo suficiente, solo cinco años, ya que, generalmente, me pagaban en negro… Porque o eso, o nada… Así que, tras haber hecho no pocas gestiones, me pagaron la contributiva de 395 euros, con los correspondientes atrasos, que me sirvieron para poder irme de Ca l’Ardiaca, alquilar una habitación por 300 euros, más otros 300 que dejé como fianza y… Pues que con eso me tengo que apañar: 300 para el alquiler y 95 para agua, luz, comer y vestir», relata.

«He pedido –sigue– cobrar la Resoga, una paga de 120 euros al mes, pero sigo haciendo los trámites. Y mientras tanto, como con lo que me pagan no me basta para vivir, alguien me habló de Tardor, me acerqué a hablar con quienes lo dirigen, que me comunicaron que tenía que hablar con mi asistenta social para que me derivara a ellos. Pero como no hay manera de hablar con ella, entendieron mi situación y, a cambio de voluntariado, me dan comida. Y aquí estoy, preparando tapers y lo que me digan, y encima haciéndolo a gusto. ¡Y gracias!, pues puedo comer».

Naturalmente, le hemos preguntado que por qué no acude a sus hijos. «Porque bastantes problemas tienen para poder sobrevivir, por lo cual no quiero ser una carga más para ellos. Así que mientras pueda, me defenderé sola», comenta.

Demasiada burocracia

A María Teresa no le importa hacer gestiones en los estamentos oficiales ni ir a hablar con funcionarios y asistencia social o ir a donde sea con tal de mejorar. «Pero es que vas una y otra vez, y te dicen que vuelvas otra, o te envían a un lugar que luego resulta que no es, o que tú te equivocas y vas a otro… No es que quiera ser crítica, pero por tan poco dinero que te dan, que bienvenido sea, tienes que mover muchos papeles y encontrarte con personal que no siempre te trata correctamente, con lo cual pierdes un tiempo que podrías aprovechar para buscar trabajo», afirma.

«Y digo todo esto porque he intentado hablar con mi asistenta social para que me derivara a un comedor y no me atendió ella, sino otra persona, que me dio un teléfono, al que estoy llamando, pero que nadie descuelga. También tengo problemas con mi empadronamiento, cuando pienso que empadronarse no debe de ser tan complicado… Afortunadamente, te encuentras comedores como este, en los que sí te resuelven los problemas, o te aconsejan cómo resolverlos».

Nada es igual

Y es que el mundo está montado así: la opulencia para algunos, la miseria para otros. Y encima, miseria nada fácil de enfrentarse a ella para, cuanto menos, intentar sobrevivirla. Porque personas, algunas enfermas, otras desorientadas, y que encima desconocen la maquinaria administrativa, se enfrentan a una excesiva burocracia, la cual es mucho para el ignorante, o para quien de pronto se ha quedado sin nada, como está ocurriendo ahora con la crisis del coronavirus, y que además ha de sacar adelante a la familia, haciendo entender a sus hijos, y más si son niños, que nada es igual a como era ayer», dice.

Todo, como en el caso de María Teresa y otros miles de casos como el de ella, por una paga de 395 euros. «Si al político se le llena la boca diciendo que para quienes no tienen nada han creado las pagas contributivas y las ayudas vitales… Pues que lo simplifiquen para que esta gente no se ahogue con tanto papeleo, idas y venidas y si encima hay teléfonos de por medio, que contesten cuando llamen… Y a todo esto, sumadle que estamos en tiempos de COVID-19, donde las dificultades se han agigantado, porque nada es igual a como fue».