Evelyn Morell, en su casa, junto al árbol de Navidad. | Esteban Mercer

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Hija de mallorquín y andaluza, aristócrata de pedigrí impecable, Evelyn Morell inaugura nuestras entrevistas de Navidad abriendo su casa palmesana. Evelyn es una de las caras más conocidas de la sociedad mallorquina porque ha hecho honor al nombre que ostenta por origen. Inquieta, viajera cultivada y trabajadora, y también madre de tres hijos, es el eslabón que une a su familia con el pasado y el futuro hoy encarnado en sus hijos, que siguen la estela familiar. Hoy habla para recordar de donde viene, Can Morell, cuna de su familia, convertido desde hace cuatro décadas en el Casal Solleric.

¿Cómo definiría a su familia paterna?
– Somos unos locos divertidos, algo hippies en el sentido libertario que la palabra implica, no en el de libertinaje. Nos gusta el arte, la literatura, somos artistas.

Una familia que ha dado muchos artistas...
– Sí, mi bisabuelo Fausto Morell Bellet fue un gran pintor. Sus cuadros están en todos los edificios importantes y diseñó las vidrieras de Santa Eulalia. Nuestra familia siempre ha valorado las vivencias de cada uno por encima del linaje, estoy muy orgullosa de pertenecer a ella precisamente por eso. Por descontado estoy muy orgullosa de mis antepasados aunque le digo una cosa, me preocupo más por el futuro de mis hijos que por el pasado de mi familia.

¿Es usted una esnob?
– Para nada, esnob significa ‘sin nobleza’ y el que me conoce en las distancias cortas sabe que no, otra cosa es la imagen que proyectamos en redes o en la prensa. Mi bisabuelo, el marqués de Solleric, decía ‘A las minorías siempre’; se refería a que hay que huir de la generalidad de la masa y hay que tener criterio propio, no el inducido por la masa.

Mucha gente no debe saber que su familia era la propietaria del Casal Solleric de Palma.
– Así es, en realidad la casa se llama Can Morell y pertenecía a los marqueses de Solleric. Nuestro despacho de abogados está justo enfrente, Despacho Morell, pero durante muchos años estuvo en el entresuelo de la casa. Allí nació mi abuelo, nació mi padre y fue la casa familiar hasta 1975, año en que se vendió al Ajuntament.

¿Cómo era la casa cuando se vivía en ella?
– Usted sabe que se vendió con la condición de que el Ajuntament respetara las salas nobles tal y como estaban, para que los visitantes pudieran admirar la belleza de las casas nobles mallorquinas, pero esa cláusula tan importante no se respetó y es una lástima porque los muebles han desaparecido o andan olvidados en los sótanos del Castell de Bellver. La casa de muñecas maravillosa se expone en Can Balaguer como si fuera de esa casa y nunca lo fue. Can Morell era una casa abierta, diferente al resto porque los Morell siempre han sido de una mentalidad muy abierta. Mi bisabuelo era muy anglófilo, lo que le abrió las puertas del gran mundo. Era el centro neurálgico de la vida cultural palmesana. Estuvo hospedada la emperatriz Sissi y tuvo a mi abuelo Joaquín en las rodillas. Lo gracioso es que les dijeron quién era cuando ya se había ido de la casa. Vino George Copeland a tocar el piano porque era muy amigo de mi abuelo; Ignacio Furió, Manuel de Falla, Sorolla... Esos salones se deberían haber conservado porque fueron testigos de grandes tertulias.

Ese mundo se trasladó a una película preciosa, ‘El reino de Momeralia’...
– Sí, retrata un reino insular que se inventó mi tía Conchita, que era la mayor de los hermanos, y tenía una imaginación prodigiosa. Creó su propio mundo dentro de los muros de la casa en el que ella era la reina, sin rey consorte claro, creó su himno, mi tío era el gato, a otros les otorgaba títulos de nobleza en el maravilloso salón de los damascos rojos.

Maravilloso documental…
– Luis Ortas, el director, entonces novel hoy ya consagrado, fue muy amable con la familia. Se estrenó en el patio de Can Morell con toda Palma presente y muchos miembros de la familia, que ya no están, que habían formado parte de ese mundo mágico, como mi tía Conchita o mi tía Fanny Morell Cotoner, que lo vivieron de principio a fin. Retrata muy bien la nobleza de aquella época, el principio de su declive como clase dominante que les obligó a trabajar por primera vez en la historia.

Cambió el mundo, como ahora está cambiando…
– Sí, totalmente. Cuando se vendió la finca de Solleric, el abuelo estaba tan triste que se fue a Inglaterra, desde donde importaba aceite de oliva mallorquín. Le fue fenomenal el negocio, hasta que regresó para instalarse en Can Morell, y en un momento dado tuvo que ponerse a trabajar para poder seguir manteniendo ese lugar tan hermoso. En Palma se decía: On arribarem si fins i tot don Joaquim Morell s’ha possat a fer feina! A ellos les daba igual, hacían de su capa un sayo y se ponían a trabajar sin ningún problema. Esa es la verdadera nobleza. El trabajo dignifica, hacerlo nunca se vivió como un drama, al revés.

Su abuelo Joaquín Morell Rovira fue el primer abogado de la familia, pero no el último, son una saga.
– Sí, se abrió el despacho en 1945, en el entresuelo de Can Morell. Lo siguió mi padre Fausto Morell Trujillo, con el que llevo trabajando 20 años. Mi abuelo fue el primer abogado de Mallorca de habla inglesa. Desde los años 50, la mayoría de sus grandes clientes eran y son ingleses. Los primeros fueron Peter Ustinov, Errol Flynn, Charles Boyer, después Annie Lennox, Cintia Lennon, la primera mujer de Lennon...

Evelyn Morell, rodeada por sus tres hijos, recuerda a sus antepasados.