Luis Forteza pide la eutanasia en Palma. | Youtube Ultima Hora

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La plaza de España, de Palma, es un lugar de paso, ya que a ella van a parar calles y una larga y amplia avenida. Por ello, allí te puedes encontrar con mucha gente que va y que viene. O gente que está, como el pequeño grupo de indigentes que hacen tertulia bajo los árboles después de haberse comido el bocadillo que les han dado en el convento de los capuchinos o ancianos que hablan de sus cosas o de tiempos pasados, sentados en cualquiera de los bancos o chavales que han convertido el lugar en punto de encuentro o de algún predicador espontáneo que aparece de tarde en tarde y que a voz en grito cita pasajes de la Biblia que sujeta con una de sus manos sin que los paseantes le hagan apenas caso. Suele ser también donde van algunos en busca de trabajo para salir del paso, porque, quién sabe, igual se encuentran con alguien que se lo da o que le dice dónde puede encontrarlo.

La plaza de España es también sitio para mercadillos, como el que se está preparando ahora de cara a la Navidad y es también lugar de ofrendas al Rei en Jaume I, punto de arranque o final de manifestaciones. Y dos cosas más: su suelo puede que sea uno de las más parcheados de los de Palma y el cierre durante meses de Es Rebost –ahora abre, ahora cierra– y la larga cola de taxi son baremos más que seguros de la crisis que estamos atravesando.

Tumbado en la acera...

Cruzando la avenida, está la estación del tren, el viejo hotel Términus construido por Eusebi Estada, un tenderete de libros, un par de cafés, las paradas del bus, más gente yendo y viniendo, una explanada en la que se montan pequeñas ferias…

Y en cuanto a personajes, también te los encuentras. Es gente que llega y que se queda durante una temporada. Como aquella mujer que vivía en Son Gotleu y que cada día se desplazaba hasta allí, cargada de bultos y carritos de la compra, que transportaba de uno en uno, en etapas de cien metros, por lo que tardaba dos horas en llegar. Una vez en él, junto al Términus, que es donde solía parar, desparramaba cuanto llevaba sobre el suelo, dando la sensación de como si de pronto hubiera llegado un camión repleto de trastos y los descargara allí, sin más. Y ahí se quedaba hasta la tarde, se supone que tratando de vender algo, regresando a casa, también transportando los bultos por etapas. Y eso lo hacía cada día… Hasta que un día dejó de hacerlo, para instalarse frente a la fachada de una vieja pensión que había en la plaza de las Columnas, hasta que cerró, años atrás, de donde un día la policía se la llevó.

Pues bien, la otra mañana, caminando por ese tramo de plaza, tras dejar a nuestro paso a un hombre tumbado sobre la acera, durmiendo, a pleno sol, llegamos hasta el Términus, cuya fachada está completamente pintada por los mamarracheros, pensando que no es bueno que una ciudad como Palma tenga indigentes durmiendo sobre la acera, a plena luz del día, ni que cientos de sus edificios, como este, estén echados a perder gracias a la brocha y al spray dados a discreción.

Los motivos de Luis

Junto a uno de los ventanales de la cafetería del mencionado establecimiento y al lado de una joven que está tumbada panza abajo, como sesteando, estaba Luis Forteza, de 52 años, que nos dijo que en el año 2000 se rompió un pierna trabajando, por lo que «pedí una discapacidad que me negaron», que vivía en la calle, «durmiendo donde puedo, entre ratas y jeringuillas», y que a su madre se la llevaron a una residencia en contra de su voluntad, donde murió, por lo que había decidido durante el día instalarse allí para pedir que le hicieran la eutanasia, pues –dio a entender, mostrándonos un montón de papeles oficiales– que para vivir así, mejor es irse de este mundo cuanto antes. «No quiero vivir más, esto es un infierno».

Además de esos papeles, dispuestos a mostrárselos a quien se parara a preguntarle qué hacía allí, observamos que en el suelo ha colocado una serie de carteles en los que expone su situación, de cómo murió su madre en una residencia de ancianos, del trato que le dieron en ella, del trato que le han dado a él en un ambulatorio, preguntándose dónde está la Justicia española, dónde está el derecho a la vida, al honor, de la familia, y señalando lo cansado que está de ir y venir de un sitio a otro tratando de escuchar algo convincente. «Por eso, como no lo escucho, es por lo que pido que me den la eutanasia. Prefiero irme que vivir así».

A lo largo de los años que llevamos en esto hemos visto todo tipo de reivindicaciones, pero jamás habíamos oído a nadie pedir que le aplicaran la eutanasia.

«¿Seguro? –insistimos– ¿No hay otra solución?». El hombre, que cubre su cabeza con una gorra visera, la mueve de izquierda a derecha. «No. Por eso sigo aquí», dice. Si no le hacen caso, y no quiere vivir, ¿ha pensado en el suicidio?, ¡que se yo!, con tirarse de un quinto piso, con arrojarse a las ruedas de un autobús…, se nos ocurre decirle… El hombre nos mira fijamente. «No. Eso no lo haré nunca, quiero morirme, pero sin dolor. Y con la eutanasia mueres sin sufrir».

Al día siguiente, pasamos por allí, y allí seguía. Y seguía para pedir que le aplicaran la eutanasia. Y al día siguiente, también… Hace dos días que no vamos por allí, pero igual sigue.