Engracia Vicens, el coraje de una abuela aventurera que vive una experiencia inolvidable en parapente a motor. | Toni Rodríguez Ripoll (Milana Dron)

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Engracia Vicens tiene 89 años. Nació en Calvià, pero vive en Palma. Su padre, represaliado de la Guerra civil, fue preso en Can Mir y el Castell de Bellver, pero una vez que recobró la libertad, con su esposa e hija, se marcharon a vivir a Argel, como tantos otros mallorquines en aquellos años. Aquel fue un largo viaje de dos días en ‘patera’, porque los recursos eran escasos. En Argel vivieron durante diez años, que para Engracia Vicens «fueron los mejores años de mi vida». Su padre abrió una carpintería mientras ella aprendía a coser con un conocido modisto. En una de las vacaciones que pudo disfrutar, regresó a Mallorca y en la Isla conoció al que sería su marido y, después de casarse, no regresó a Argel. Y no volvió a coser más. El matrimonio tuvo dos hijos y uno de ellos una niña, su nieta Marina.

Puede que esa vida aventurera la marcara desde niña y ayudara a moldear su talante, un coraje que es el mismo que ha hecho que no dudara en volar en paratrike, una modalidad de parapente motorizado, con ruedas, algo que para ella fue más que otra aventura.

Fue su nieta, Marina, que el domingo acompañó a Engracia al campo de vuelo en Capdepera, quien hizo posible esa hazaña. «Mi abuela, que ya ha volado en avión, me dijo que le apetecía volar en algo que no fuera un avión, así que a través de internet busqué, y encontré Mallorca Paramotor. Hablé con ellos y aquí estamos. Y ella, como puede verse, está encantada por volar».

Momentos antes de emprender el vuelo, durante los meticulosos preparativos, Engracia Vicens exclamó entusiasmada: «¡Estoy muy animada!, y mucho más desde que me han dicho que podré conducir yo».

Conducido por el piloto Marcos Forján, que además es presidente de la Federación Balear de Deportes Aéreos, el paratrike despegó y tomó altura hasta alcanzar los mil pies, unos trescientos metros. El viaje se prolongó durante cuarenta minutos, sobrevolando los límites de Capdepera –no se puede volar sobre ninguna ciudad–, su castillo, Cala Agulla, el faro de Capdepera y también divisaron Menorca, regresando por Cala Rajada, Canyamel y Artà.

Tras el aterrizaje, Engracia no podía disimular la satisfacción que le había producido tan particular, personal e intransferible bautismo del aire en paratrike. «No tengo palabras –dijo adelantándose a cualquier pregunta–. ¡Ha sido realmente indescriptible! Porque ni en sueños te puedes imaginar cómo es y, ¿sabe lo que le digo? Pues que no espere a mi edad para probarlo. ¡No espere! Es más, si se decide, dígamelo, que yo le llevaré».

Lo que más impresionó a Engracia fue «volar entre las nubes, y luego, sobre ellas, y ver ese cielo de color rojizo. ¡Una maravilla!». Tanto disfrutó que está segura de que repetirá la experiencia. «Volveré. No lo dude. Porque vale la pena una experiencia como esta. Porque ni soñando te puedes imaginar lo que ves desde allá arriba, ni las sensaciones que sientes. Además, ¡si es que he visto hasta a Sant Pere! Y encima, he llevado los mandos un rato. Cuando estás arriba no quieres bajar».