El letón Ivars y los búlgaros Stamen y Krasimirov, junto a las tiendas de campaña en las que duermen. | Click

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Os contamos hace unas semanas que en Palma había crecido el número de asentamientos de gente sin techo, y señalábamos como ejemplo de lo que decíamos a los del Parc de les Estacions, carretera de Inca y al situado en el solar de la parte de atrás de los Ocimax. Ahora se vuelven a ver chabolas en el cauce de sa Riera, a la altura del cementerio, y han regresado al parque de Pocoyó algunos de los que ya estuvieron allí hasta el día en que la policía, por orden de Cort, los expulsó del lugar.

Este lunes visitamos el emplazamiento situado detrás de los Ocimax y hallamos dos personas –hombre y mujer– durmiendo en otros tantos colchones debajo de un árbol. Dormían tan plácidamente que ni se enteraron de nuestra presencia.

Sueldos muy bajos

Un poco más adelante, por debajo del puente, se levantan una serie de tiendas de campaña –seis en total, una de mayor volumen que las otras– y un pequeño cerramiento. Entre una tienda y este último, hay una mesa, con varias sillas a su alrededor, una de ellas ocupada por el búlgaro, de Varna, Stamen Nicolov. A poco se sumaron el también búlgaro Krasimirov y el letón Ivars. Los tres dejaron sus países buscando un lugar donde pudieran ganar más dinero, cosa que por una serie de circunstancias no han conseguido, porque de lo contrario no vivirían donde viven. «En Bulgaria los sueldos son muy bajos. Unos 300 euros cada mes trabajando un montón de horas», nos dice Stamen, a la vez que su compatriota asiente. Por su parte, Ivars, que en Letonia era leñador, «ganaba unos 100 euros al mes». Así que hicieron el petate y se vinieron a Balears, Stamen e Ivars a Mallorca, y Krasimirov a Eivissa, donde cuidó caballos, pero a causa de un problema de salud tuvo que venirse a Palma, para ser tratado en Son Espases. Y si este perdió, pero recuperó, su documentación, lo que le da mayor libertad de movimiento, Stamen la extravió, sin haberla recuperado todavía, lo cual le crea problemas a la hora de buscar trabajo, que por otra parte, a raíz de la pandemia, no lo hay.

Organizados

Pese a todo, se han sabido organizar. Porque mientras Krasimirov e Ivars buscan dinero aparcando coches –se sacan un promedio de 20 euros cada uno, cada día, con los que compran comida–, Stamen, que vino a Mallorca porque su hermana, que vive aquí, le mandó un billete para que pasara unas vacaciones, pero como le gustó, se quedó a vivir y a trabajar… hasta que el trabajo escaseó, luego se complicó la cosa con la pandemia y… Pues que Stamen se queda al cuidado de las tiendas, limpiando el entorno y preparando la comida. Porque incluso viviendo en tiendas de campaña debajo de un puente, estar organizados es importante. Y ellos, cuanto menos, se han repartido los trabajos. Y todos contentos. (En cuanto a los otros tres miembros que forman la comunidad, uno es subsahariano, y no quiere opinar ni aparecer en la prensa, y los otros dos son Pabel Sokorov, búlgaro, que está en el hospital, y Ángel, que no estaba en el lugar cuando lo visitamos).

En cuanto a ayudas, solo las reciben de Cruz Roja, la iglesia Evangélica, de algún comedor social y de Cristóbal Ruiz, quien moviliza a gente de los alrededores para que les den comida caliente, ropa y mantas.

De cuanto vemos a nuestro alrededor, nos llaman la atención dos cosas, aparte del orden, dentro de lo que cabe, que reina en el lugar: el pequeño habitáculo forrado de plástico de color azul que hay junto a la tienda de Krasimirov, y la cicatriz reciente que tiene éste en la cabeza. «Es la ducha –dice, señalando el pequeño espacio–. Ahí tenemos todo lo que necesitamos para asearnos, y si lo hemos forrado es para que no nos vean cuando nos duchamos».

Y en cuanto a la cicatriz de Krasimirov, «la otra tarde íbamos Stamen y yo por una zona en la que hay dos supermercados –dice, refiriéndose al Amanecer–, cuando de pronto, saliendo por nuestra espalda, aparece un hombre con un palo grueso, que golpea a Stamen en la pierna y en el brazo, y luego me golpea a mi, en la cabeza… –señala con su dedo la cicatriz–. Yo sé quién es esa persona, dónde vive y por qué lo ha hecho, pero no lo voy a decir...» –apostilla, haciendo un gesto de no querer seguir con este asunto, por lo que no le preguntamos si lo ha denunciado a la policía–. «Dejémoslo así. Ya pasó. Cristóbal nos acompañó a Son Espases donde nos curaron».

Está claro que, pese a las circunstancias en que viven, no quieren malos rollos, sino echar para adelante como puedan. Saben que el presente y el futuro son duros, por lo que, cuanto más unidos estén, mejor les irán las cosas.

El asentamiento búlgaro-letón-subsahariano está debajo del puente, por detrás de los Ocimax, aislado por una valla.