Jaime Simonet, vecino de Ca’n Pastilla, posa junto a su familia.

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Con los hoteles paralizados, los negocios cerrados y las calles desiertas, Magaluf se encuentra irreconocible. La playa de la localidad turística, otros años desembocadura de los excesos nocturnos de Punta Ballena, ha vivido el regreso de los locales que, con un sentimiento agridulce, este verano disfrutan de una olvidada tranquilidad costera en Magaluf.

«He venido para conocer el cambio de primera mano, en busca de un paisaje apocalíptico que se ha confirmado y que, además, demuestra la magnitud de la tragedia» expresó Pablo Hermoso, algo consternado al observar los grandes hoteles inactivos.

La mayoría de los residentes traen sus propias sombrillas, alimentos y bebidas, por lo que los negocios que se mantienen activos resultan poco rentables. De vez en cuando zarpa un velomar y las gaviotas descansan en las tumbonas que solían ocupar los visitantes.

Consuelo Merchante afirmó que hacía 40 años que no pisaba la playa de Magaluf: «No venía por el turismo inglés, con la niña no se me ocurriría nunca. En Facebook vimos el aspecto de la playa, limpia y con el agua turquesa, y decidimos acercarnos». «Con todos los extranjeros que había no podía venir con los niños. Ahora nos es muy práctica», explicó Jaime Simonet.

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«Esto es un desastre, la playa tendría que estar a tope», expresó José Martín, visiblemente preocupado por la ausencia de turistas: «Tenemos un restaurante en Magaluf, llevamos toda la vida aquí. A un año de jubilarnos, no hemos podido abrir. Ha sido un golpe muy duro».

Por otro lado, Juan y Mar le buscaban la cara positiva a la situación: «Como funcionarios, para nosotros esto es idílico, pero entendemos que la gente que vive del turismo lo pasa mal»,«Estamos tocando otro turismo que puede ser positivo de cara al futuro».

Charles vive a cien metros de la playa, aunque reconoce que pocas veces ha pisado la arena de la playa de Magaluf: «Nunca ha estado tan vacía. Me gustan las playas tranquilas. Ahora puedo venir con mis hijos».

«Esto resulta desolador, parece un día entre semana en el mes de junio» afirmó soprendida Caterina. Por su parte, Felisa y Vicente mostraron sentimientos encontrados: «Por un lado estamos contentos por la tranquilidad, pero también da pena ver la playa y los negocios vacíos. No nos queda otro remedio que apechugar. Supongo que, al menos, los pocos turistas que hay se llevarán una buena imprensión».