José Luis Roses, propietario de las Bodegas José Luis Ferrer, prefiere ver la botella medio llena que medio vacía.

TW
19

El mundo del vino es uno de los segmentos del sector primario más agraviados por la situación de la pandemia provocada por la COVID-19. Entre el 85 y el 90 por ciento de la producción es consumido por turistas, y dada la anómala temporada turística miles de botellas se amontonan en los almacenes de las bodegas. «Además, el inicio de la temporada de ventas va muy ligada a la turística y desde mitad de marzo hasta casi julio la actividad ha sido casi inexistente por el estado de alarma», explica José Luis Roses, propietario de las Bodegas José Luis Ferrer, de Binissalem. Por si esto hubiera sido poco, la campaña ha sido dura, con la aparición de diversas enfermedades tras un exceso de lluvias en algunas zonas en abril y mayo, que ha hecho que hubiera que realizar un trabajo más arduo en el campo.

Para Ramon Servalls, «lo fácil sería decir que esta situación es una oportunidad, pero no sería real. Saldremos de esto con más trabajo y durante más tiempo», comenta el director de las Bodegas Macià Batle, ubicadas en Santa Maria, la otra ‘gigante’ del sector en Mallorca. «A mí no me da vergüenza decir que hacemos vino para los turistas, es que es la realidad», explica Servalls, y añade que en la crisis de 2008 fue precisamente el sector turístico el que salvó la economía balear. «Por la crisis financiera cayó el consumo local, pero fueron los turistas quienes hicieron que la situación no fuera más catastrófica». Al respecto, Roses se muestra optimista. «Nuestra bodega tiene más de 90 años de historia y ha sobrevivido a guerras y todas las crisis económicas, así que estoy convencido de que también superaremos ésta».

Todos los entrevistados se muestran de acuerdo en que el turista y el residente extranjero han sido claves para el crecimiento de este sector. «Ellos son los que han hecho posible que se mejore la calidad. De todas formas, creo que el sector depende en exceso del turismo. Aquí, el consumo local no llega al 15 por ciento, mientras que en Canarias es del 50 por ciento y es que siempre pensamos que lo mejor es lo de fuera», argumenta Esperanza Nadal, responsable y enóloga de Vins Nadal, ubicada en Binissalem.

Para Miquel Binimelis, «los mallorquines nunca hemos apreciado lo nuestro». El socio único de las Bodegas Vid’Auba, situadas en Felanitx, cree que son las bodegas pequeñas –la suya produce unas 30.000 botellas– «quienes han hecho espabilar a las grandes». Binimelis reconoce que apenas ha vendido el 20 por ciento de su producción. «Hasta hace unos días tenía el vino blanco sin embotellar y me he arriesgado a envasarlo. Ahora estoy acabando de vender lo del año pasado y empezando con éste», señala. Binimelis cree, al igual que el resto de los protagonistas del reportaje, que podrá recoger toda la uva, como es el caso de Miquel Jaume e Isabel Monroig, de las Bodegas Ca’n Coleto, de Petra. «No tenemos problemas de espacio porque tenemos el doble de capacidad de lo que estamos produciendo en la actualidad», señala Jaume, quien añade que la pandemia le ha coincidido con una fuerte inversión, ya que hemos crecido un 25 por ciento más al sembrar una hectárea más de viñedos. Estamos notando que se van activando un poco más las ventas desde que los restaurantes están abiertos».

Hace 27 años, justo cuando nació su hijo, Miquel e Isabel plantaron su primera vid. «Desde el primer momento apostamos por elaborar un vino ecológico y esto ha hecho que con el exceso de lluvia y las enfermedades hayamos tenido aún más trabajo en el campo». A este respecto, Mireia Oliver, propietaria de las Bodegas Oliver, en Algaida, dice: «Las viñas no entienden de coronavirus y hemos seguido trabajando igual, a pesar de que las ventas han sufrido una caída espectacular. Durante el confinamiento hemos vendido el 20 por ciento de lo que era lo habitual en los últimos años». Oliver añade que ha tenido que solicitar un crédito ICO. «Espero que la situación mejore y lo pueda pagar en cinco años. Durante mucho tiempo he sido pesimista, pero ahora necesito y quiero ser optimista».

Pere Calafat, que se autodefine como «agricultor y bodeguero» y que regenta las bodegas Jaume de Puntiró junto a su hermano Bernat, se adhirió a un plan del Gobierno para recoger la uva en verde. «Sin embargo, no hemos podido llevarlo a cabo porque nuestra bodega es pequeña y prefieren que este plan lo realicen las bodegas grandes, ya que es más fácil controlar una grande que diez pequeñas». Calafat considera que el hecho de que haya un exceso de viñedos «puede hacer que se produzca una merma en los precios. A los hermanos Calafat le quedan muchos de los 50.000 litros recogidos. «En un 95 por ciento la ha adquirido el cliente habitual y es que es muy difícil captar nuevos compradores con esta situación».

El mundo del vino es uno de los más complejos que existen. Para Servalls, «lo ideal sería crear el sector vitivinícola», pero esta unión parece bastante improbable porque la relación entre los bodegueros no es la mejor de las posibles. «Sí que tengo buen trato con algunos, pero con otros es muy difícil», señala otro de ellos.

Para que el lector se haga a la idea de cuál es el ambiente en el sector, es conocida la analogía de esta historia: un bodeguero se encuentra con el genio de la lámpara, quien le otorga el deseo que quisiera con la advertencia de que a su vecino, también bodeguero, le corresponderá el doble. ¿Qué elige el afortunado? Perder un ojo y así su adversario se quedará ciego.