Los buques de pasajeros ‘General Mangin’ y ‘Villa de Madrid’, junto al trasatlántico ‘Cabo San Roque’, en Palma en una imagen de 1961. | APB

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El puerto de Palma esperaba recibir este año 586 escalas de buques en crucero, una cifra considerable, aunque sin batir la marca establecida por un escaso margen en años anteriores (en 2018 fueron 594 las visitas registradas). En todo caso, y de no ser por la pandemia, donde sí se hubiera podido establecer un récord es en el número de visitantes, que el pasado año superó los dos millones (2.153.295), debido al constante incremento en el volumen de los buques.

Esta circunstancia, antaño acogida de forma positiva debido al gasto que generan los turistas en tierra, en los últimos años ha suscitado la oposición de una parte de la población y la clase política debido a la masificación en zonas como el Casc Antic. Un efecto negativo para un sector crítico de la vecindad, aunque visto de forma positiva por parte de los comerciantes, oferta complementaria y restauración.

El célebre trasatlántico Italiano ‘Leonardo da Vinci’ , atracado en Palma en el año 1963.

Un siglo

Ahora se cumplen cien años de un boom hoy por hoy estancado. Fue a principio de los años 20 del pasado siglo cuando este fenómeno social empezó a constituir una nueva realidad minoritaria en Mallorca. Aunque existen referencias de visitas anteriores, los cruceros entonces constituían el privilegio de una élite, la de las clases pudientes que escogían las vacaciones en el mar como opción de viaje, con altas dosis de aventura y romance, en el glamuroso ambiente de la Belle Epoque. Ya a principios de siglo la mallorquina Isleña Marítima, a bordo de sus elegantes vapores, ofrecía la popular excursión de la vuelta a la isla destinada al público local.

La moda, introducida por británicos y alemanes en el siglo XIX, creció hasta el punto de que durante los años 30 se superó en Palma la barrera de las 90 escalas, hasta superar la marca de las 200 visitas durante años consecutivos, entre 1933 y 1935. El número de pasajeros que transportaban aquellos buques, que eran en realidad transatlánticos de línea regular adaptados a este cometido, era mucho menor que el actual, rondando entre 300 y 800 turistas por buque. Su majestuosa estampa destacaba fondeada tras la escollera panorámica del desaparecido Passeig de la Riba, el más querido de la ciudad, como la prolongación marinera de Es Born. Buques como el francés París, el italiano Duilio, el inglés Britannic o el alemán Reliance, eran habituales en la bahía.

No sería hasta los años 50 y 60, tras el paréntesis de la Guerra Civil y la II Segunda Guerra Mundial, cuando se recuperó la actividad y las cifras, tanto en número de visitas como de cruceristas. Buques míticos como el Caronia o el Andrea Doria marcaron una época con su presencia en aguas de Palma durante la posguerra. Y así, a partir de 1963, empezaron a atracar en Palma los grandes trasatlánticos con la construcción de la dársena de Poniente –con anterioridad debían permanecer fondeados en la bahía–, y hasta 1970 se superaba todos los años la cifra de las 200 escalas, un hecho que la entonces Junta de Obras del Puerto celebraba con una ceremonia a bordo del primer buque que alcanzaba esta marca.

El trasatlántico ‘Rembrandt’, amarrado en Palma en 1998.

Bella estampa

Navieras como Ybarra, Italia Navigazione, P&O, American Export o Línea C se hicieron muy populares con sus trasatlánticos de hermosas líneas marineras. Durante los años 60 destacaron los británicos Queen Mary y Queen Elizabeth, con una sola visita, o los asiduos Canberra y Oriana, los italianos Leonardo da Vinci, Michelangelo y Raffaello, muy asiduos, junto con los estadounidenses United States, Constitution e Independence, y también los españoles Cabo San Roque y Cabo San Vicente, que fueron los ilustres pioneros de los grandes cruceros turísticos en el mercado nacional. Fueron unos hermosos navíos que también incluyeron la escala palmesana en su línea con Sudamérica y representaron lo más moderno en materia de diseño y confort en su época. Fue aquel un auténtico desfile de joyas náuticas que podía contemplarse a todas horas desde el popular paseo del espaldón del Dique del Oeste, ahora por desgracia cerrado al público.

La crisis petrolífera de 1973 determinó el final de aquel tiempo floreciente que, además, coincidió con un puerto abierto a la ciudad, con diversas terrazas panorámicas, con sus bares y restaurantes en todas las terminales. Una actividad muy popular hasta el punto de convertir a la pionera Estación Marítima internacional en el más conocido y agradable punto de encuentro ciudadano, abierto día y noche.

No sería hasta mediados de los 90 cuando Palma recuperaba las cifras de buques en crucero establecidas treinta años antes. Desde entonces, este sector turístico ha experimentado un crecimiento exponencial. Durante décadas, el mayor ‘líner’ registrado en Palma fue el Queen Elizabeth 2, buque insignia de la legendaria Cunard Line, que cuando llegó por vez primera a Mallorca en 1972 registraba 65.863 toneladas y trasportaba unos 2.000 pasajeros. El pasado verano cada semana la capital mallorquina ha recibido la visita de un megacrucero de la clase Oasis of the Seas, de Royal Caribbean, de 228.081 toneladas y con capacidad para 6.680 cruceristas. Estos números que triplican las marcas anteriores son en la actualidad el común denominador en las principales navieras generalistas, como Costa, Aida, o MSC que este año habían programado 100, 94 y 80 escalas, respectivamente.