Gabriel Vairoletti (construyendo un refugio de montaña) es instructor de ‘bushcraft’. Lleva años transmitiendo a grandes y pequeños sus conocimientos. | Archivo

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Vivimos tiempos en los que parecemos haber dado la espalda a la naturaleza y a nuestra ineludible condición de seres que viven y se desarrollan en ella. Más allá de los tópicos, seguramente exagerados, que hablan de niños que creen que la leche se fabrica y que su lugar natural es el tetrabrik , es innegable que cada vez ignoramos más nuestro entorno y seríamos incapaces de sobrevivir en él valiéndonos únicamente de nuestras manos y nuestro ingenio.

Ante este panorama cada vez va teniendo un hueco más grande en la sociedad en general y en la de la Isla en particular un nuevo término, el bushcraft. Definido como el arte de vivir en la naturaleza, esta palabra en su sentido actual, ya comenzó a ser utilizada hacia finales del siglo XIX en lugares como Australia o el sur de África. La traducción literal podría ser «habilidades con arbustos», aunque su significado completo abarca muchos más aspectos, siempre relacionados con la naturaleza y la intervención del ser humano en ella.

A grandes rasgos, el bushcraft se podría definir como el conjunto de habilidades manuales que permite al hombre vivir en la naturaleza prescindiendo de cualquier herramienta moderna, con el respeto al medio ambiente como máxima premisa y con el aprendizaje continuo y la mejora de la autoestima como principales beneficios, especialmente para aquellos que se inician en este mundo sin haber tenido antes especiales habilidades al respecto.

En el continuo espíritu de superación de los aficionados está siempre el lograr construir utilizando la menor cantidad posible de herramientas convencionales.

Se trata de una disciplina muy alejada de conceptos como el de supervivencia. En este sentido la comunidad del bushcraft hace siempre mucho hincapié. Gabriel Vairoletti, uno de los referentes en Mallorca en este ámbito, afirma que mientras que la supervivencia recoge habilidades en la naturaleza para casos de emergencia y siempre desde un punto de vista muy relacionado con lo militar, el bushcraft se desmarca como una forma de vida. Se considera el entorno no como hostil, sino como una fuente de soluciones y recursos inagotable.

Forma de vida

Esta forma de vida, que no de supervivencia, está aglutinando cada vez a más personas atraídas por su concepto. Se trata de aquellos que quieren disfrutar de la naturaleza desde una posición respetuosa, alejada de otra competitividad que no sea contra uno mismo. Los foros y páginas en internet dedicadas a esta afición no hacen más que crecer. Sus integrantes han formado una gran comunidad que tiene un enorme afán por compartir conocimientos, técnicas y maneras de progresar.

La vida pre-digital es el campo de cultivo y experimentación de los aficionados al bushcraft. Para Vairoletti, en este sentido siempre se aprende, nunca se llega a un final. El camino sin duda ha sido muy largo. Como destaca Marc Ayats, otro de los nombres propios en este campo, «el tiempo que evolutivamente hemos estado practicando estas habilidades es abrumadoramente superior al que llevamos delante de teclados y pantallas. Es por esto que nuestro cuerpo aún está más adaptado a esta forma de vida que a la actual».

Entre sus muchos beneficios están el desarrollo de habilidades manuales, la mejora de la capacidad de cálculo, la mejora en la percepción del espacio, la práctica de ejercicio físico y especialmente el valor de la cooperación. «La enseñanza más importante es cómo relacionarnos con la naturaleza desde una posición no de superioridad, como estamos acostumbrados a hacer, si no desde el respeto y el reconocimiento de que formamos un todo», sentencia Ayats.

Actividad global

El bushcraft entendido como la habilidad de entender y proveerse en la naturaleza por medios propios, abarca un sinfín de aspectos que hacen que cada persona pueda vivir esta actividad de una manera propia y personal.

Algunas de la técnicas que el ‘bushcraft’ enseña pueden ser muy útiles en la vida diaria ante ciertos problemas, como el traslado de una persona herida.

Las habilidades que permite desarrollar son muy variadas, como la construcción de refugios, herramientas de todo tipo, encender un fuego, organizar con medios muy rudimentarios el traslado de una persona herida o impedida o incluso la fabricación de útiles de cocina o en algunos casos hasta de toda una cocina eficiente y respetuosa con el medio ambiente. En este ámbito Ayats es todo un experto. Su iniciación en este mundo vino de la mano de las cocinas de barro. Su trabajo se centra en crear y desarrollar cocinas solares, que aprovechan esa energía para procesar alimentos, o la construcción de hornos eficientes a base de barro y paja. Se trata de ingenios sencillos, pero que construidos con las técnicas adecuadas pueden cocinar los alimentos con muy poco consumo de leña. Estas técnicas son de especial ayuda actualmente «en países donde
la deforestación y las enfermedades respiratorias por inhalación de humo son la fuente de muchos problemas», afirma.

Otro exponente de estas habilidades relacionadas directamente con algo tan básico como la alimentación es Pierrick Le Guillou. Francés afincado en Mallorca desde hace 17 años,
es toda una autoridad en la construcción de algo tan sencillo en apariencia como las cucharas de madera. Siempre le había gustado trabajar la madera, pero un día decidió tallar uno de estos cubiertos pensando que sería sencillo y resultó todo lo contrario. «Hacer una cuchara de madera usando solo herramientas tradicionales y que sea a la vez funcional, estética y ergonómica es mucho más complejo de lo que parece», señala.

Fue haciendo más y más cucharas y perfeccionando su técnica. En la actividad encontró una manera de «vaciar la mente, desconectarme del trabajo y de los problemas del día a
día». Al mismo tiempo que se introducía en ese mundo descubrió una enorme comunidad de personas en todo el planeta dedicadas a esa misma ocupación que, como es ya común
en nuestros tiempos, recibe su propio nombre: el spooncarving, que culmina con la celebración de un gran festival anual, el Spoonfest, en Inglaterra, donde personas del mundo entero se reúnen para intercambiar técnicas y experiencias. Allí este hombre pudo descubrir cómo una simple afición a la que se llega por casualidad puede convertirse en una forma de vida.

«Cuando empecé a hacer cucharas estuve buscando gente que hiciera lo mismo en Mallorca y que me pudiera enseñar, pero no encontré a nadie», indica Le Guillou. «Muchos me hablaron de cómo sus abuelos tenían y usaban este tipo de utensilios, de cuáles eran las mejores maderas para hacerlos, el naranjo y el ginjoler, las preferidas en el campo mallorquín, pero desgraciadamente ya no queda nadie que las haga». Es en este punto donde esta disciplina entronca con ciencias modernas como la arqueología experimental, con la que colabora estrechamente, para comprender cómo utilizaban el ingenio los antiguos pobladores en su vida.

Atención al pasado

Aunque en Mallorca el bushcraft es aún minoritario y se está muy lejos de cualquier tipo de regulación de la actividad, Vairoletti afirma sin dudar que en realidad lleva presente en la Isla desde siempre. El practicante de estas técnicas busca el ingenio de las personas que tradicionalmente han vivido en y por la tierra, que han resuelto con las mínimas herramientas y mucho ingenio las necesidades que se les presentaban en sus tareas cotidianas, y de estos los mejores ejemplos son los payeses.

Hay muchos hombres y mujeres del campo mallorquín que han mantenido unas habilidades asombrosas para, con escasos recursos, solucionar todos los problemas cotidianos. «Ellos no lo saben, pero son verdaderos maestros del bushcraft», afirma Vairoletti. Las gentes del campo usaban lo que había a su alcance, tenían sus propios trucos, su manera creativa de encarar las carencia materiales que su condición de campesinos les imponía. Es por ello que son un verdadero ejemplo para estos modernos aficionados a lo manual y lo sostenible.

Al margen de estas cuestiones, el movimiento tiene un gran futuro en los niños. Cada vez más escuelas y colegios se interesan por llevar hasta los pequeños el bushcraft como manera equilibrada de relacionarse con la naturaleza, alejada del consumismo feroz. Relacionarse con ella desde el respeto y demostrar a los pequeños cómo pueden valerse por sí mismos estimulando su creatividad y su relación con los otros niños es una de sus principales enseñanzas.