Analizamos con expertos en redes sociales y psicólogos la necesidad de muchos adolescentes de buscar la aceptación social en las plataformas digitales. | Archivo

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Un chaval de 16 años sube una story a su cuenta de Instagram bailando una canción de Luis Fonsi que visualizan más de 1.000 personas. Al día siguiente, su profesor le anima a repetirlo delante de sus 30 compañeros de clase y el alumno se niega en rotundo avergonzado. Cuando su educador le pregunta por qué no ha querido hacerlo, su respuesta es tan madura como desconcertante: «En la red no sabes quién te está viendo. Por eso tiendes a ser más atrevido, no te preocupa qué pueden pensar de ti. La pantalla nos despersonaliza», asegura el estudiante.

A todos nos gusta gustar, y en un mundo ‘megaconectado’ como el que vivimos, la posibilidad de llamar la atención y atraer a más gente es mayor si cabe. En este microcosmos virtual los adolescentes buscan formas propias de desarrollar su identidad y comunicarse, y en las que la imagen, guste o no, dice mucho (o todo) . «Es un tema peliagudo –señala Ana María Madrid, vocal del Col·legi Oficial de Psicologia de les Illes Balears (COPIB) –.

Existe una brecha generacional entre los ‘inmigrantes’ digitales, que hemos crecido viendo el nacimiento de Internet, acudiendo a cibercafés o perdiendo la conexión en casa cuando alguien llamaba por teléfono, a los llamados ‘nativos’ digitales, que han jugueteado con un smartphone desde bien pequeños. La relación es diferente: para unos resulta una herramienta, mientras que para los más jóvenes, el mundo 2.0 es un templo. Y si no tienen perfil en según qué aplicación, se convierten en los raros de la clase. Lo oímos todos los días, tanto de padres como de los mismos chavales», explica la psicóloga.

La relación 2.0

Ana María Madrid recuerda que «los adolescentes utilizan la social media como una forma más de comunicarse y una proyección de su personalidad. Es su identidad digital», recalca. Por su parte, Héctor Romero, socio y dircom de la agencia especializada en comunicación corporativa C3PO Usalafuerza, señala lo curioso de que los que ahora peinan canas se relacionaban menos con sus amigos pero tenían más contacto directo con ellos, mientras que ahora no dejan ni un minuto de relacionarse con sus amistades gracias a WhatsApp o Instagram, pero su contacto directo es más esporádico: «Para ser más claros, nosotros nos tomábamos una caña y ellos hablan por Facetime desde la cama. No es ni mejor ni peor, solo es diferente», especifica Romero.

Pero qué sucede cuando la afición por las redes sociales llega a magnificarse de tal manera que se convierte en obsesión. Por ejemplo, hemos conocido la noticia de una adolescente de 16 años de Malasia que se ha tirado desde la azotea de su casa después de hacer una encuesta en Instagram. La pregunta era esta: «Muy importante, ayudadme a elegir D/L Death/Life, morir o vivir )». Un 69 por ciento de sus seguidores eligió la opción ‘D’. La investigación está en curso, y la Fiscalía malasia no descarta imputar a los seguidores de la fallecida por incitación al suicidio.

Es uno de los peligros que los psicólogos detectan hoy en día en las generaciones más jóvenes, la pérdida de empatía o, lo que es lo mismo, la incapacidad de los adolescentes de ponerse en el lugar de otro. Parece que al estar tras una pantalla, no son personas que sienten y padecen como nosotros. Por eso, mientras se detectan menos casos de bullying en la aulas, el ciberbullying se hace cada vez más fuerte. «Las claves son gestionar y controlar. Necesitamos reeducar tanto a niños como padres en las nuevas tecnologías», asegura Ana María Madrid.

La dictadura del 'like'

Al igual que recibir una crítica positiva a viva voz, con cada like el cuerpo libera una descarga de dopamina, según los expertos. Pero existe el peligro de que recibir estímulos positivos puede terminar enganchando. Y con las redes sociales se multiplica el riesgo. Atentos al revelador dato: el 18 por ciento de jóvenes en la franja de edad de los 14 a los 18 años utiliza de manera abusiva las nuevas tecnologías en España. Ante semejante cifra, no le debe extrañar a nadie que el uso compulsivo de Internet se haya sumado por primera vez a la Estrategia Nacional de Adicciones 2018-2024. «No hay que demonizar las redes sociales. Es otra forma de comunicación que no va a desaparecer, es más, seguirá evolucionando. Lo que hace falta es hacer un buen uso de esta herramienta. Y nuestro trabajo consiste también en educar a estos jóvenes a saber utilizar bien las redes sociales», argumenta Jennifer Munar, dircom de Núcleo duro, una agencia palmesana de marketing y comunicación, al tiempo que Héctor Romero, responsable de C3PO, se pregunta qué deberían hacer los padres: «¿Dejarles a su libre albedrío o ellos solos se encauzarán? Porque los progenitores no estamos preparados para darles pautas. No hemos recibido tantos inputs y de una manera tan constante como ellos», lamenta.

Quiero ser superfamoso

Youtubers, vlogers, instagramers, protagonistas de vídeos virales con un estrellato tan espontáneo como caduco... hoy en día, las estrellas de cine y televisión y los futbolistas se codean con los llamados influencers, que hasta hace dos días eran personas anónimas. Tu caché vale tanto como el número de seguidores que tengas. Todo a golpe de click y like. Y es en este nuevo mundo donde los más jóvenes posan su mirada. «Si antes veíamos jugar a Messi y decíamos ‘quiero ser como él’, ahora sucede con los influencers. Pensamos que podemos ser como Dulceida o el Rubius, buscar el ‘me gusta’ constante, cuántos más likes, mejor. Eso, al final, solo genera frustración», señala Jennifer Munar, especialista en marketing y redes sociales, «porque no todos podemos ser estrellas. Ni falta que hace», finaliza la dircom de Núcleo duro.