Paquita López, tardes atrás, en la Plaça d’Espanya, donde pasa la mayor parte del día buscándose la vida y hablando con la gente. | Click

TW
27

Posiblemente, Paquita López sea de las personas que lleva más años deambulando por la Plaça d’Espanya de Palma y alrededores. Pequeña, delgada y de pelo corto, teñido de rojo deslucido con canas blancas sobre su frente y anteayer con mascarilla por debajo de la barbilla. Cuando no está parada, va y viene a paso rápido, pidiendo algo para comer o diciéndote que tal día, a tal hora hay una manifestación en tal o cual sitio. O te la encuentras sentada en una terraza en compañía de otros, a los que seguramente acaba de conocer, y que la han invitado a que se tome una cerveza con ellos. Y aunque lo pueda parecer, Paquita no es una indigente, pues cobra una pensión de 395 euros al mes, vive de alquiler en una casa del Molinar (por la que paga 150 euros al mes) y tiene un bonobús que la permite ir y venir del Molinar a Palma y viceversa.

A Paquita nos la encontramos el sábado por la tarde por Sant Miquel. Por llevar mascarilla, no nos reconoció y nos pidió algo para comer… Aunque de habernos reconocido, habría hecho lo mismo. Siempre lo hace. «¿Me das un euro para comprar algo para comer…?»
Paquita, con quien luego estuvimos hablando en lo que se comía el bocata y se bebía la cerveza, nos estuvo hablando del futuro, de la que se avecina tras el coronavirus. «Me da la impresión de que, por desgracia, mucha gente que hasta ahora ha ido tirando con su trabajo, con el paro que se avecina se va a pasar a donde estoy yo: la más absoluta pobreza. Aunque –añade– yo tengo una ventaja: que estoy en esta parte de la vida desde que tengo uso de razón. Vamos, que ya estoy acostumbrada, mientras que ellos se tendrán que acostumbrar, lo cual, para muchos va a ser muy duro, pues de tener aunque sea poco a no tener nada, hay mucha diferencia. Pero a todo se acostumbra uno».

La vida de Paquita no ha sido fácil, lo cual reconoce. Habla de su madre, pero no de su padre. O mejor, habla de su madre y de sus dos hermanas. «Las dos están ya muertas. A la mayor, llamada como yo, la violaron, y mi madre fue a por el violador y lo mató. La metieron en la cárcel cuarenta años, pero al morir Franco la amnistiaron. La otra hermana, a la que llamaban ‘La Muñeca’ y que bailaba en la calle a cambio de unas monedas, se casó a los 12 años con un hombre que se acostaba con mi madre. Con el tiempo fue perdiendo la autoestima y murió anoréxica. Yo, mientras tanto, estaba en El Temple, donde mi crié… Y mi padre, al que llamaban ‘El Cordobés’, fue atropellado por un coche en Can Blau, muriendo a causa del golpe».

A todo esto, Paquita tuvo dos hombres en su vida o al menos dos que la marcaron: uno, con el que tuvo dos hijas, y otro, Manolo, indigente, otra niña. «A mis hijas me las quitaron por no poderlas mantener… Pero soy feliz sabiendo que están bien. En cuanto a Manolo, se murió. Una noche se tomó una sobredosis de metadona, quince tranquimazines y bebió mucho whisky. Por la mañana, cuando desperté, estaba a mi lado, quieto, como dormido. Intenté despertarle, pero vi que estaba muerto. Llamé a la policía… Tiempo después, su madre me quería denunciar por omisión de socorro… Pero, ¿cómo podía ayudarle si yo me dormí antes que él y no me desperté hasta la mañana siguiente, que fue cuando me lo encontré a mi lado, muerto? La denuncia no prosperó». Volviendo al presente, Paquita piensa que por mucho que se diga que el coronavirus nos hace reflexionar y ver las cosas de otro modo, «me temo que cuando esto pase, la mayoría va a seguir haciendo las cosas como antes… Aunque, como digo, a muchos, desgraciadamente, el virus los habrá dejado sin trabajo».

Paquita, durante el confinamiento, ha seguido haciendo su vida, «pues tengo que comer. Eso sí, tengo que dar las gracias a la gente que me ha ayudado, gente humilde, pero solidaria».