Ignacio Rossich, Pedro Vizcarro y Antonio Cerezo, junto a la placa de homenaje a los aventureros Amudsen y Nobile.

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La Fundació Aeronàutica Mallorquina, que preside Miguel Buades, para ayudar a sobrellevar el confinamiento a que estamos sometidos, ha creado una plataforma con el fin de que el ciclo de conferencias que tenía previsto para este año se puedan celebrar de forma telemática.

La primera de ellas se llevó a cabo este jueves, donde el ingeniero aeronáutico Antonio Cerezo habló sobre su experiencia de vuelo desde Son Bonet al Círculo Polar Ártico junto a sus amigos, el comandante de aviación general Ignacio Rossich y el aviador aficionado y empresario Pedro Vizarro.

Cerezo, artífice del proyecto, es un gran admirador del explorador de las regiones polares Roald Amundsen, primero en alcanzar el Polo Sur y también pionero en surcar el Paso del Noroeste, que unía el Atlántico con el Pacífico. Además, formó parte de la primera expedición aérea que sobrevoló el Polo Norte. «Sin duda ha sido el mejor explorador del mundo, pero como persona dejaba mucho que desear. Traicionó a muchos compañeros y amigos porque para él lo primero era lograr su objetivo», explica Cerezo.

Junto a sus dos compañeros, trazó un plan exhaustivo para no dejar nada al azar, a pesar de que había riesgos ineludibles. Los 800 kilómetros de distancia entre Tromso, donde se encuentra el último aeropuerto de Noruega continental, y la pista de aterrizaje de la isla de Spitsbergen, confluencia del océano Ártico, el mar de Barents y el de Groenlandia, supusieron un problema. Desde Spitsbergen, Amundsen y el italiano Umberto Nobile protagonizaron la gesta de llegar en 1926 en un dirigible a Alaska. «La autonomía de la avioneta iba justa respecto a la distancia a recorrer. De hecho, alquilamos un barco para poder recargar combustible en Spitsbergen».

La expedición había despegado del aeropuerto de Son Bonet el 8 de mayo y una semana después lograron su objetivo al segundo intento. «Lo habitual era que Ignacio y yo nos turnáramos en el pilotaje», explica Cerezo.

El viaje, realizado en primavera, hizo que la temperatura en el Ártico no bajara de -5, aunque en el aire llegaron a estar 24 bajo cero. «Desde el punto de vista técnico, lo más delicado fue evitar que hubiera hielo en las alas que dificultara el aterrizaje o que se congelara el combustible». A pesar de que la relación de Amundsen con Nobile se deterioró porque ambos se atribuían la autoría de la hazaña, el noruego participó en el rescate del italiano, accidentado en otra expedición, pero durante el mismo su hidroavión cayó y falleció.