Barbel Monika Ingrid Scharff, con un ejemplar del ‘Bild’ del 10 de noviembre de 1989, al día siguiente de la caída del Muro. | Julián Aguirre

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Barbel Monika Ingrid Scharff, berlinesa y residente en Mallorca desde 1968, nunca olvidará la noche del sábado 13 de agosto de 1961. «Vivía en Berlín con mis padres y hermano. Nuestra casa estaba en la zona rusa. En mi bloque vivían soldados rusos y detrás de él había cuarteles rusos. Vamos, que en Berlín me crié con rusos y... Pues que aquel sábado, con una amiga, que era peluquera como yo, fuimos a bailar a la zona norteamericana. Al regresar por la noche, nos encontramos que cerca de donde vivíamos habían puesto alambradas, y que en un hueco que se había dejado para que la gente pudiera pasar, había policías rusos que nos pidieron la documentación. Se la dimos, pero, tal vez guiadas por un sexto sentido, se la arrancamos de las manos y nos echamos a correr, y ellos detrás de nosotras. Pero como éramos jóvenes, corríamos más, por lo que logramos meternos en una casa. Luego, sin que nos vieran, fuimos caminando hacia la peluquería, abrimos y nos encerramos en ella. Desde allí llamamos a los dueños, que llegaron al rato. Nos contaron que habían puesto alambradas separando la zona donde vivíamos de las demás, y que había muchos soldados rusos y agentes de la Volkspolizei (VoPos). Por ello nos recomendaron que nos quedáramos allí. Al día siguiente nos fuimos enterando de lo que había pasado. Es más, unos amigos de mis padres me llamaron por teléfono diciéndome que no se me ocurriera regresar, y que no me preocupara por ellos. Lo siguiente que hice fue ir a un centro de inmigración para darme de alta como inmigrante, pues habiendo nacido en Berlín pero en la parte entonces ocupada era una inmigrante, y como tal tenía que ser dada de alta. Y como era menor de edad –tenía entonces 17 años–, primero me acogieron mis jefes y luego una señora, por lo cual, al tener una residencia, pude quedarme allí hasta que me trasladé a Dusseldorf, donde viví sin poder ver ni tener contacto con mis padres. Cinco años después me dieron un visado y pude cruzar a la parte rusa de Berlín. Mi madre me estaba esperando en la salida de la Friedrichstraße, en Berlín este. Ya se puede imaginar nuestra emoción después de tanto tiempo sin saber los unos de los otros».

Cuenta que una de las veces que entró con visado a ver a su familia «llevé una peluca a mi madre, pero como no avisé, no solo me la quitaron, sino que ese día no me dejaron entrar».

Barbel, con el paso del tiempo, se daba cuenta del deterioro que iba sufriendo la parte de la ciudad que la vio nacer. Apenas había luz en sus calles, los coches nada tenían que ver con los de la otra zona salvo los del partido, no había ninguna publicidad... «Siempre con el visado encima, cuando entraba en Berlín Este nos podíamos mover por la zona, aunque sabíamos que había gente que nos espiaba, vamos, muchos vecinos eran espías que informaban a la KGB si hacíamos algo que estuviera prohibido».

Y si la fecha del 13 de agosto de 1961 no la olvidará mientras viva, tampoco olvidará la del 9 de noviembre de 1989, día de la caída del Muro.

«Me enteré de madrugada, y al día siguiente, cuando llegué a mi peluquería –Sascha´s, en Jaume III– una clienta me lo confirmó, y luego, en el Bar Can Miquelet fue donde vi las primeras imágenes de la gente saliendo de detrás del Muro, recobrando la libertad. Me pareció increíble, pero era verdad»