Sergi Roig, junto a su padre, Sebastià (a la derecha), y los amigos de la familia Roig Alzamora (Bernat, Margalida y Jaime) en el helado río Tom, en la ciudad de Tomsk.

TW
3

Palma-Madrid-Moscú y destino final la ciudad siberiana de Tomsk, a cuatro horas en avión de la capital rusa. Ése fue el recorrido que realizó Sergi Roig Alzamora junto a su padre, Sebastià Roig, y un grupo de amigos. El objetivo del viaje fue regresar a la ciudad donde había nacido hace 24 años. «Vine a Mallorca con 3 años. De nacimiento tuve una enfermedad en las piernas y cuando tenía 5 años me las amputaron», explica este joven, regatista paraolímpico y campeón de España y Europa de vela adaptada.

Tomsk es una ciudad y centro administrativo del óblast (provincia) de Tomsk, situada sobre el río Tom, en el sudoeste del distrito federal de Siberia. «La ciudad está muy bien y es plenamente universitaria. Hay cinco universidades que están rodeadas por bosques. Eso sí, no viviría nunca ahí por el frío que hace».

El grupo mallorquín tuvo que soportar temperaturas de dos dígitos bajo cero y, como máximo, el mercurio alcanzó los 0 grados. «Otra dificultad para vivir es que para una persona como yo, que se traslada en silla de ruedas, la ciudad no está preparada, además de que el hielo hace que sea imposible moverme por mí mismo».

Otro de los problemas con los que se encontró el grupo fue el idioma, ya que nadie habla inglés. «Ni la chica de recepción el hotel», puntualiza Sergi. Este joven deportista fue al orfanato donde vivió los primeros años de su vida. «El edificio existe, pero ahora son oficinas». También intentaron buscar a su hermano, sin éxito. Todas las grandes cadenas de comida rápida han llegado a esta remota región, pero Sergi quiso probar la gastronomía local. «Me gustó, pero a todo le ponen pepinillo. Creo que, incluso, al café también», bromea. También tuvo la oportunidad de visitar una aldea tártara y no dudó en probar suerte con el tiro con arco. «Y acerté a la primera».

Ésta no ha sido la primera visita a su país de origen. El pasado noviembre acompañó a Moscú a su padre, cónsul honorario de Rusia, quien recibió la Medalla al Orden de la Amistad, una de las mayores distinciones del país, de manos del presidente, Vladímir Putin, con quien se fotografió.

«Me presenté al presidente Putin y le pedí si podía hacerme una foto con él. Me dijo que sí, pero me dijo que esperara un momento. Desapareció y al poco rato vino con dos sillas, una para mi padre y otra para él. Afirmó que tenía que estar a la misma altura de un campeón como yo. Fue muy amable».