Tomeu Salom, junto a su perro ‘Bobby’, en un coto de la urbanización Puntiró. | Pere Bota

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Desde el pasado 12 de octubre y hasta el próximo 27 de enero está abierta la veda de la caza del tordo, una de las aves más preciadas por ser considerada una exquisitez culinaria.

En Baleares existen unas 20.000 licencias de caza. «Somos la comunidad con más cazadores en relación a su población», comenta el presidente de la Federación Balear de Caza, Pedro Bestard. De este número, unos 15.000 se dedican en mayor o menor medida a la captura del tordo, y una minoría, unos 2.000, lo hacen con la técnica del filat: una gran red sujeta por dos palos donde quedan atrapadas las aves. El resto, como Tomeu Salom, de sa Cabaneta, prefiere la escopeta. «Empecé a los 16 años y ya tengo 65. Como ya estoy jubilado, vengo todos los días que puedo», afirma junto a Bobby, su perro mezcla de bretón y braco, parte imprescindible en esta modalidad cinegética.

«Una vez que el cazador abate al tordo, es el animal quien se cobra la pieza, que suele caer entre la maleza», explica Bestard, quien procede de una familia de cazadores, afición que también ha inculcado a su hijo Joan, campeón de Balears, subcamepón de España y campeón de España en categoría Junior. «Trabajo de camarero en un bar del Port d’Alcúdia, pero ahora que ha acabado la temporada, puedo dedicarme por entero a mi gran afición», explica mientras no pierde ojo ante la presencia de alguna presa.

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Su padre defiende la importancia de los cazadores para el equilibrio del ecosistema. «Hay especies que, si no se cazaran, desaparecerían». Bestard explica esta frase, que puede resultar contradictoria. «Tenemos el caso, por ejemplo, de la perdiz, cuyo macho es dominante y no deja entrar al joven. Si fuera siempre así, se volvería mayor, dejaría de reproducirse y, en 10 años como mucho, significaría el fin de la especie en este territorio. Otro ejemplo es la paloma torcaz, que era migratoria y se ha vuelto sedentaria, y ataca los viñedos, olivos y sembrados».

Bestard sabe que hay cazadores que han cometido barbaridades, «pero no se puede culpar a todo el colectivo». Lo que cree que han desaparecido son los cazadores furtivos. «Hace 20 años sí que había».

Para la caza del tordo con escopeta se utiliza una munición de 30-32 gramos, plomo 8-9. Cada cartucho alberga unos 900 perdigones. «Lo habitual es utilizar una caja de 25 cartuchos, que cuesta unos 6 euros. Un cazador bueno acierta uno de cada tres disparos», explica Pedro Bestard, quen recuerda que el máximo de aves cazadas al día es de 18, «pero casi nunca se llega a ese número».

El fin de estos pájaros, cuya venta está prohibida, es la cazuela o la sartén, ya que su bocado está considerado uno de los más exquisitos que existen.