Imagen de los exteriores y la antigua recepción de los apartamentos okupados en Cala d'Or. | Alejandro Sepúlveda

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Cuando colean todavía los ecos de la polémica okupación -y desokupación- de los apartamentos 'Sol y Mar', que situaron a Cala Bona en el epicentro informativo a nivel nacional y activaron todas las alarmas en el sector turístico, los interrogantes que acompañan a un asunto que explotó, curiosamente, días antes de una vista judicial que llevaba años cocinándose y apuntaba el padre del actual administrador del establecimiento, tienen poco que ver con lo que sucede en otro punto del este de Mallorca.

Si el 'Sol y Mar' ocupa un lugar privilegiado en Cala Bona, lo hace también el complejo de apartamentos okupado desde la pandemia y cuyo propietario, Jordi Chalé, denuncia lleva casi un lustro viviendo una situación con ciertos paralelismos, aunque enquistada en el tiempo. Todo lo contrario que lo sucedido en el litoral de Son Servera, donde la okupación -demostrada o comprobada por las autoridades- apenas duró unos días. Aquí ya va por varios años.

Escondidos y no muy lejos de Cala Gran, a unos metros de una Cala d'Or que hiberna en estas fechas, los miembros de una familia con varios menores a su cargo, nueve según ellos mismos, defienden que, como en la mayor parte de los casos, un contrato les amparaba. En Cala Bona, esperaban el documento tras pagar por adelantado; en la costa de Santanyí, el arrendador ya no está para corroborarlo. El silencio del invierno y las persianas bajadas es su mejor aliado por ahora, aunque el último caso demuestra que es posible sobrevivir a la temporada alta turística, en un caso especial al cobijarse en un complejo cerrado y sin actividad desde, según su propietario actual, el año 2019. La pandemia fue el argumento para echar abajo sus puertas y marcar el principio del fin -por ahora- de un negocio, ahora mismo ruinoso, que deberá remontar la reputación que le ha llevado a ser conocido como el 'Son Banya de Cala d'Or'. Que cada uno saque sus propias conclusiones...

El entramado -más o menos organizado- para avituallar a los okupas del 'Sol y Mar' no es necesario en Cala d'Or, donde siempre queda alguien en el interior de los apartamentos para evitar que puedan ser tapiados y sus ocupantes desalojados. Hacen su vida cotidiana y acompañan a sus hijos al colegio, como si nada. Y pasan casi inadvertidos para unos vecinos que, en algún caso, hasta les saludan. Aquí, la 'organización' de Cala Bona brilla por su ausencia, arrollada por la normalidad de una familia que hace una vida normal dentro de las circunstancias, aferrándose a una ley que, por ahora, les ampara ante la impotente mirada del propietario, inmerso en un océano de procesos judiciales contra los okupas o quienes intentan, desde fuera, sabotearle.

Son dos perfiles realmente opuestos, aunque el telón de fondo y los argumentos son los mismos. En este último caso, el deterioro del complejo hotelero se suma a la presencia de los okupas como motivo para detener el proceso de búsqueda de viabilidad y crédito para poder reformar y reabrir el negocio, objetivo de su ahora propietario, que recibió una herencia erigida en dolor de cabeza y en una tensión permanente por no saber si, a 'Los nueve de Cala d'Or' se les pueden unir otros más, como ha ocurrido anteriormente y podría pasar con el inicio de la temporada turística, cuando lleguen potenciales nuevos 'húespedes'.

Porque estos apartamentos, vigilados y monitorizados, pese al estado de ruina y grave deterioro de buena parte de ellos, siguen siendo un blanco fácil para los potenciales okupas, una amenaza que, de una manera u otra, ya ha saltado a las agendas de los empresarios hoteleros, que de cara al invierno 2025-26 a buen seguro que han tomado nota para no tener un problema ni deseado ni esperado. A nadie le gustaría aparecer en los medios y quienes están detrás de la okupación, si no es por necesidad, han visto que el tema vende. Y mucho.