La artista afronta ahora una nueva etapa con su escuela de Pollença. | C.V.

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Aina Cifre es una de las creadoras más activas de Pollença, un lugar que ya de por si rezuma creatividad. Ahora afronta una nueva etapa difundiendo entre los más pequeños sus conocimientos y habilidades desde su escuela Ca la Padrina, un lugar que guarda entre sus muros tanto las sensaciones del pasado como las ilusiones del futuro.

¿Cual es su propósito principal al crear un espacio como Ca la Padrina?
—Me gustaría que fuese un lugar donde, sobre todo, los niños puedan crecer como personas y hacerlo mediante la expresión artística, la creación. Quiero que puedan sentirse satisfechos al terminar una sesión, pero no por lo bien que les haya quedado su trabajo, sino por lo que hayan disfrutado y aprendido durante la clase que hemos hecho. Siempre he preferido el camino a la meta, es realmente donde aprendes.

¿Porqué la Padrina? ¿Es importante esa figura para usted?
—Después de manejar muchos posibles nombres decidí escoger el más fácil para llamar al lugar. El taller está ubicado en la casa de los abuelos paternos de mis hijos y qué mejor que no cambiar los nombres de los sitios si funcionan. Ca la Padrina es como se referían mis hijos a esa casa, y así se quedó. Entonces pensé que transmite muy bien la idea de un sitio donde sentirse libre y acogido, lo que suele ser para un niño que la casa de los abuelos. Esa casa de los abuelos siempre es un lugar cálido, un refugio. Para mi, la figura    de los abuelos siempre ha significado amor, nostalgia, refugio, y son esas sensaciones las que quiero ahora transmitir.

Pollença ha sido un lugar de arte y cultura tradicionalmente. ¿Su proyecto asegurará que lo siga siendo con las nuevas generaciones?
—Mi propósito no es en ningún caso crear una escuela de dibujo y pintura guiada por unos cánones y patrones establecidos. No se que pasará con los niños y niñas que asistan, pero lo que si tengo muy claro es que voy a intentar que cuando salgan lo hagan felices y que desarrollen su propio talento, su propia personalidad. Que lo hagan cada uno a su ritmo y a su manera, pero siempre con total libertad.    Ese es básicamente y siempre en mi opinión, el error más grande de la educación hoy en día. Se intenta que todos los chicos vayan a una y eso es una tarea imposible, porque cada niño lleva consigo su historia, su propia mochila y madura a un ritmo diferente. Hay que darles lápices diferentes para que puedan llegar a sitios diferentes.

¿Cómo se aborda la actividad artística cuando se trabaja con niños?
—Trabajar con niños es gratificante y la principal recompensa es que aprendes más siempre tú de ellos que ellos de ti. ¡Tienen tantas cosas que ofrecer! Creo firmemente que el único secreto es escucharlos, tratar de entenderlos y valorar siempre sus opiniones. Eso los hace fuertes y así creerán que son capaces de hacer lo que se propongan. No quiero que digan un «no me sale», «no se me da bien». Eso no lo doy por bueno al enseñarles. Quiero oír siempre: «voy a intentarlo».

Desde su punto de vista, ¿la tecnología ha hecho que se pierda parte de la creatividad en la infancia?
—La tecnología bien usada no es mala en absoluto. Nos facilita muchas cosas en nuestro día a día, en nuestras actividades, sean cuales sean. Pero el problema es que nos ha hecho tener demasiada prisa. Ha acostumbrado a los niños a querer las cosas de forma inmediata y eso no es nada bueno. Tienen que aprender a pensar, mirar, observar, probar, sentir y hacerlo todo poco a poco. Eso cuesta mucho porque están acostumbrados a obtener información en microsegundos. Aún así, hay esforzarse para    enseñarles que ir despacio también es bueno.

De su experiencia con los más pequeños, ¿qué es lo que más le ha sorprendido?
—Me ha sorprendido sobre todo la facilidad de adaptación que tienen a todo. Los adultos tenemos la manía de ponernos piedras en cada esquina. Ellos se ayudan, colaboran, no compiten….    Todos deberíamos volver a ese punto, a esa colaboración en todos los estratos de la vida. Viviríamos mucho más felices sin tanta competitividad.

¿Esa misma experiencia le ha servido para evolucionar como creadora?
—Mi trabajo como artista siempre ha ido de la mano con mi vida personal. Seguramente ahora tendrá una gran influencia el hecho de estar rodeada de niños gran parte del día, haciendo lo que me gusta y viendo cómo ellos disfrutan de esa manera tan natural y espontánea. El título de mi último dibujo creo que explica muy bien todas esas sensaciones:    ‘En este momento de mi vida, no quiero casi nada´.