La cuadrilla de Lloseta puede esquilar hasta mil ovejas en una jornada, si todo sale bien. | Lola Olmo

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En la payesía, hay labores que son imprescindibles, pese a su nula rentabilidad. Esquilar a las ovejas es una de ellas, una tarea que comienza a mediados de abril y se prolonga hasta finales de junio. Este año, la campaña de esquilado en Mallorca se ha visto afectada por el problema que supone la paralización mundial del mercado de la lana, de modo que los ganaderos no pueden recuperar, con su venta, ni un céntimo de lo gastado en esquilar.

Ayer al mediodía llegó hasta la finca del joven agricultor de Inca Josep Jaume Seguí una cuadrilla de esquiladores de Lloseta, con el veterano Guillem Reus al frente. Su sobrino Miquel, quien hace un tiempo cruzó medio mundo para cumplir la hazaña de vivir dos meses en Nueva Zelanda esquilando ovejas, es su mayor admirador, aunque no se queda atrás en el manejo del animal y la afeitadora. «Mi tío esquiló por primera vez a los 7 años en Sineu y se ha dedicado a este oficio toda la vida, ha llegado a esquilar 150 ovejas en un solo día», explica, mientras su tío apenas levanta la vista del animal que está esquilando sin atar, sujetándolo solo con las manos. A ellos se unen otro joven para retirar la enorme manta de lana que va dejando cada oveja, y un joven esquilador de Bélgica venido a hacer la temporada mallorquina.

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La lana se pagaba muy barata en 2020, apenas siete céntimos el kilo, «pero actualmente la demanda es nula y genera dos problemas: por un lado, que no podemos compensar el gasto de esquilar con la venta de la lana, y por otra, que como la Unión Europea la considera un residuo, hay que tratarlo como tal», explica la directora de Cooperatives Agroalimentàries, Xisca Parets.

Para echar cuentas, un payés profesional como Seguí tiene un millar de ovejas. Para esquilarlas, el precio está entre 1,50 y 1,60 euros el animal. La lana debe depositarla en sacas específicas de venta en las cooperativas, a unos 7 euros la unidad y luego poner su trabajo para transportarla a una de las cinco cooperativas que este año la recogerán para que sea retirada por un gestor autorizado cuyo coste ha asumido la Conselleria d’Agricultura. Los ganaderos se conforman por ahora, pero «en el futuro tiene que haber una salida, no puede ser que la lana termine incinerada».