CONFLICTO

Los amarristas se aferran a la tradición y se resisten al Club Náutico del Portitxol

Jubilados y familias pelean y forman parte de una plataforma para mantener la tradición marinera a precios asequibles en el municipio

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Dicen que son los últimos que mantienen la tradición palmesana de la navegación de clase media, tan arraigada en el ADN insular desde hace siglos. Jubilados y familias disfrutan de una ventana al mar pero que han visto peligrar con el cambio de gestión de sus amarres sociales, gestionados directamente por la Autoritat Portuària de Balears (APB) al Club Náutico del Portitxol. El cambio de manos les supondría, dicen los más de 430 miembros de la Plataforma de Amarres de Palma, tener que dejar a salir a navegar porque ya no se lo podrían permitir.

«Aquí por las mañanas estamos los jubilados», cuenta Llorenç Riutord, uno de los portavoces de la plataforma que intenta preservar los derechos de los amarristas. Afirman que ya se ha gentrificado la Isla, tanto la tierra como el mar, y ellos son de los pocos que resisten, esa clase media que engullida por los altos precios del lujo que se propaga por todos los rincones.

«Aquí hay mileuristas, pensionistas, familias que siguen la tradición», añade Riutord. Marcos Castro está junto a su barca, su niña mimada. «Soy un carnicero mileurista, me queda poco para jubilarme. Este es mi hobby. Soy de Santanyí, criado en Cala Figuera, y necesito salir al mar». La opción de convertirse en socio de un club no se le pasa por la cabeza. Ya le supone demasiado esfuerzo mantener su barco.

Los forofos del mar adecentan con sus propias manos su barco, con una eslora inferior a 14 metros. A bordo del Eros, atracado en el muelle, están Jesús Gómez, técnico de ascensores, y Tolo Cánovas, un día entre semana a primera hora. Y Tomeu Calafell ve pasar a sus hijos a bordo del Locanda, tras una salida infructuosa en busca de pesca. Jordi y Gabi tienen 22 y 23 años y están envenenados de mar por culpa de la afición paterna. «Mi hijo mayor ya es patrón de barcos. Los domingos hacemos el vermut en medio de la bahía, vemos las regatas... Es como tener una casita en el campo».

Y en lugar de cultivar, se van con la familia el fin de semana a las calas más cercanas de la bahía de Palma, a solo cinco millas del puerto del Portitxol, «mientras vemos el aterrizaje de los aviones y nos bañamos en Es Carnatge». También van a pescar pulpos, raors o calamares. «Cuando empieza la temporada del raor esto se llena de aficionados a las cuatro de la mañana», dice refiriéndose al muelle del club náutico. «Y cuando estamos en el mar y capturamos varios raors disimulamos. Los sumergimos en el agua para que los demás no vean dónde hay. Si no, vienen todos a nuestro sitio», cuentan entre risas los marineros. ¿Cuál es el mejor sitio para pescar calamares? «Por allí en medio», dicen entre carcajadas, mostrando un lugar indeterminado de la bahía de Palma.

En ese microuniverso marinero todos los amarristas se conocen. Tomeu Calafell, que fue funcionario, reconoce que «estuve ahorrando. Yo ahora tengo 70 años pero me gustaría dejarles el llaüt a mis hijos». Jesús Gómez, por su parte, se muestra contrariado con los nuevos planes del club náutico del Portitxol, que ya ha anunciado que cambiarán. «Es muy abusivo. Quieren que les paguemos el proyecto y en 15 años se volverá a acabar la concesión y nos echarán. La obra les saldrá gratis», denuncia.

Y observan de refilón al hotel Portitxol, allí al lado. «Quieren esta dársena. Esto es un caramelo para una empresa privada», señalan los aficionados, que se encogen de hombros y reconocen que «Mallorca se convertirá en Mónaco. Nosotros pagamos impuestos y trabajamos para que los ricos lo disfruten». En el horizonte se divisan los nuevos edificios de Nou Llevant, aunque hay inmobiliarias que ya lo denominan Nuevo Portitxol.

Para Riutord, que ha sido enfermero antes de jubilarse, el mar supone «la charla con los compañeros y nadar con la familia. Hemos creado una red social de amigos y vecinos, es bueno para la salud psicoemocional». La lista de espera para conseguir un amarre social es de doce años y entre los socios más veteranos del Club Náutico, dicen, hay miedo a lo que pueda venir. Tomeu Vera, tres generaciones de pescadores, se aferra su barca: «Si me quitas el mar, me quitas la vida».