Turistas paseando por el carrer de Sant Miquel, en el caso antiguo, esta Semana Santa. | Jaume Morey

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Vivir en el centro de Palma ha pasado de ser un lujo a un suplicio. Las quejas de las asociaciones vecinales se multiplican en los últimos meses. Denuncian una desatención de las autoridades en la accesibilidad y los recursos enfocados hacia los residentes, así como una masificación turística, con sus consiguientes molestias. «El centro se ha vuelto en un parque de atracciones para los turistas. Están echando a los vecinos del centro de toda la vida», apunta Jaime Herrero, presidente de la Asociación de Vecinos de sa Llotja.

Inés Jiménez -nombre ficticio a petición de la entrevistada- ha vendido su piso, en la plaza Mayor de Palma, debido a esta problemática. Lo compró junto a su marido en 1988, cuando «esta zona era la frontera con el barrio marginal que era por aquel entonces toda la calle Sindicato». En los años posteriores se rehabilitó, con la mejoría de infraestructuras como el aparcamiento y las galerías subterráneas (ahora, cerradas y abandonadas desde 2019). Pese a estar en el centro, «había vida de barrio, con sus locales de toda la vida, como mercerías, heladerías y cafeterías», rememora. Sin embargo, con la creciente llegada de visitantes, todo eso cambió hace unos años. «Ahora todo son souvenirs y establecimientos para turistas», critica. Primero fueron los acordeonistas y los espectáculos para turistas: «Empezaban a tocar a las nueve de la mañana y no paraban hasta las once de la noche. Sin descanso».

Plaza Mayor de Palma, a la izquierda, en una imagen de Fotos Antiguas de Mallorca (FAM) de 1959; a la derecha, turistas en la plaza, en la actualidad, foto de P. Lozano.

Los bares y restaurantes fueron proliferando, y con ellos, la juerga de turistas hasta bien entrada la madrugada, impidiendo el descanso de los vecinos. «Es muy incómodo que en tu propia casa tengas que tener en pleno verano todos los cristales cerrados por el jaleo que montan en la plaza», aqueja. La gota que colmó el vaso fue la degradación del aparcamiento y la saturación de las carreteras del centro, haciendo casi tarea imposible llegar a casa en coche o subir la compra. Finalmente, tras cerca de veinte años de lucha vecinal infructuosa, vendió su piso y se trasladó a un barrio de las afueras para recuperar la calidad de vida perdida. No ha sido la única. Varios vecinos de Inés han optado en los últimos años por abandonar la plaza, hartos de trabas y problemáticas.

La lucha vecinal

Jaime Herrero, presidente de la Asociación de Vecinos de Sa Llotja, es uno de los abanderados por la lucha vecinal para recuperar la calidad de vida de los residentes del centro. La Asociación ha presentado cerca de 530 denuncias al Ayuntamiento, principalmente por los incumplimientos de exceso de ruido de los locales de restauración de la zona. Pero no solo aquejan de eso. Los residentes, critica, «sufrimos los residuos que dejan los turistas, la gentrificación -los locales están volcados a los servicios turísticos-, la falta de aparcamiento, la inaccesibilidad a la vivienda y la masificación en las calles, por no hablar de las fiestas y mercadillos que montan cada dos por tres y perturban a los pocos residentes que quedamos».

PALMA. ASOCIACIONES DE VECINOS. Vecinos del centro denuncian que Cort les deja sin abonos de párking en verano. Jaime Herrero,
Jaime Herrero, presidente de la A. VV. Sa Llotja.

«Cada mes se van uno o dos vecinos, agotados de toda esta problemática contina. El centro de Palma ya no es una zona para vivir, se ha convertido en un parque de atracciones para los turistas», asegura Herrero. Pese a las frecuentes reuniones que mantiene la asociación vecinal con representantes de Cort, Herrero denuncia que «el Ayuntamiento solo favorece el monocultivo del turismo, aunque venda el mensaje contrario». La realidad es que «están echando a los vecinos de toda la vida. Los pisos se los están quedando todos inmobiliarias o extranjeros, para especular o convertirlos en viviendas de alquiler vacacional».

Choque de realidad

Lara González (Palma, 1998) se mudó con su pareja en 2022 a una calle paralela a Sant Miquel. Su sueño desde pequeña era vivir en el centro, pero solo meses después de su llegada, se ha encontrado con que «todo son problemas». Se define como una enamorada de la ciudad, pero el choque con la realidad le ha hecho ver, asegura, que «el centro está hecho para turistas, no para residentes. González se llega a sentir una extranjera en su propia ciudad, con la compra a cuestas -porque no hay aparcamiento cerca- en mitad de hordas de visitantes. Tras hacer frente a numerosos obstáculos para poder vivir en el centro de su ciudad natal, menos de un año después ve su futuro en las afueras porque «la vida aquí no es sostenible para los locales».