En Ciudad Jardín las casas-vehículo comparten espacio con chalés que valen millones de euros. | Gemma Marchena

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Medio centenar de autocaravanas están aparcadas en unas pocas calles de Ciudad Jardín, urbanización pegada al mar de la periferia de Palma. Son casas con ruedas que forman un «barrio» móvil donde viven trabajadores que no pueden o no quieren dedicar el grueso de sus ingresos a alquilar pisos a precio de oro.

Estas concentraciones de caravanas y furgonetas adaptadas no dejan de aumentar en la capital balear. Ya hay unas 200 en el aparcamiento de las piscinas de Son Hugo, en calles de Son Malferit, Son Dameto y Ciudad Jardín, donde las casas-vehículo comparten espacio con chalés que valen millones de euros. Baleares tiene el quinto salario medio más bajo de España y Palma es la quinta capital con los alquileres más caros del país. El sueldo bruto ha crecido en una década en las islas en torno al 10 % y apenas ha subido de 2016 a 2021 (0,6 %).

En contraste, entre 2012 y 2022 el precio por metro cuadrado del alquiler en la ciudad ha aumentado por encima del 50 % y en el último lustro, casi un 15 %. En autocaravanas viven Diego, Toni, Juan José, Cristina, Salvador, Ana, Jorge y Andrea, y lo hacen porque la alternativa del alquiler les supondría mayor pérdida de calidad de vida y de expectativas de mejora que la opción que han elegido. Tienen historias personales bien distintas, edades comprendidas entre los 40 y pocos y los 70 y muchos, y circunstancias económicas diversas, pero todos son trabajadores y tienen ingresos.

Diego, de 45 años, es conductor de autocares. «Pagar un alquiler a las cifras que se están pagando ahora es descabellado. Yo tengo trabajo, soy fijo discontinuo, pero no estoy dispuesto a pagar un alquiler de 400 euros para compartir. Aquí no tengo que aguantar a nadie», explica a EFE. Ha equipado con todo lo que necesita su caravana, que compró hace años por 12.000 euros.

En unos 15 metros cuadrados tiene cocina, baño, calefacción a gas, televisor, aire acondicionado, conexión a internet y Play Station alimentados con la electricidad que generan sus placas solares. Tiene alarma, cámara de seguridad y dos motos y un coche aparcados en su pequeña «parcela», frente a la que ha montado un jardincito, y se relaciona con una decena de vecinos rodantes de caravanas y furgonetas que casi llenan la calle, porque el fenómeno crece y crece. «Han venido amigos a visitarme y me dicen: 'Joder, ya no se puede aparcar en tu casa'», bromea.

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En la misma zona de Son Malferit se instala de tanto en cuanto Andrea, que vive encantada en una caravana «preciosa» junto a su pareja. Ambos trabajan, pero prefieren la caravana a alquilar un piso. «Haces una inversión y luego te olvidas. Placas solares y gas», defiende. El agua para los baños y las cocinas la cargan en un «punto verde» habilitado por el Ayuntamiento de Palma en el polígono de Son Castelló, donde también pueden vaciar y limpiar los depósitos de residuos.

Jorge, otro caravanero residente en la zona, lleva tres años con un modo de vida que adoptó para «pasar el bache» abierto por un accidente que mermó sus ingresos, pero está montando un negocio y confía en volver a vivir entre ladrillos. Él era habitual de Ciudad Jardín, pero se fue porque, por culpa de unos pocos irrespetuosos, dice, en ocasiones se producían tensiones con los vecinos y la policía impedía aparcamientos prolongados. Un vecino afirma que la presencia de vehículos-vivienda comenzó hace «ocho o diez años» y ha ido en aumento, causando disputas puntuales, impacto estético y desconfianza entre los propietarios. A su juicio, la Policía no hace lo que debería: «Es un desastre».

La ordenanza municipal prohíbe el estacionar en el mismo lugar de una calle un vehículo durante más de diez días consecutivos, pero nada impide cambiar de espacio unos pocos metros. La concejala de Vivienda Digna de Palma, Neus Truyol, asegura que el consistorio está «tremendamente» preocupado por las personas que viven en vehículos, forzadas a adoptar «alternativas desesperadas» por los altos precios. Por ello, reclama más inversión estatal en la construcción de vivienda pública.

En Ciudad Jardín hay caravanas y furgonetas que sirven de vivienda y «gente durmiendo dentro de los coches», cuenta Salvador, a punto de irse a trabajar con su casa con ruedas. Con año y medio de experiencia, destaca la principal ventaja de la concentración de vehículos residenciales: «Cuidamos unos de otros». De hecho, la vigilancia de caravanas vacías que sus propietarios dejan en estos «barrios» es otra de las funciones colectivas de los caravaneros estables, que incluso tienen grupos de whatsapp para prestarse ayuda y mantenerse informados.

Cristina, de 78 años, comparte con su perro en una cuidada caravana en el aparcamiento de las piscinas de Son Hugo. Tuvo casa en Palma, pero los giros de la vida la han llevado ocupar una casa con motor. «No encontré un piso que pudiera pagar, simplemente», explica sin amargura. Al lado aparca su vivienda Juan José, quien sufrió un accidente que derivó en un proceso judicial de cuatro años. «Todo lo vas perdiendo por el camino», y cuando llega el final «te vas a alquilar un piso y te piden 700 euros. ¿Cómo vas a pagar eso si cobras 1.000?», cuenta. Otro vecino del lugar, Toni, gruista de baja, pidió un préstamo para comprar la autocaravana en la que espera recuperarse de una cirugía complicada y poder volver a vivir sobre hormigón. «No hay comparación con una casa, pero se vive como se puede. Si tienes frío, pues te tapas», se resigna.