Soufian Mohamed, William Espinosa, Joan Mayol, Juan Antonio Alcover y Jorge Dunia, en plena cosecha de aceituna. | Pilar Pellicer

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Mientras la niebla matutina cubre el horizonte y los campos de Andreu Cañellas, más conocido como Andreu de Cas Pagès, el silencio se ve interrumpido por el estruendo de los aviones. A lo lejos está el aeropuerto de Son Sant Joan, sobre el que se posan o salen aviones cargados de pasajeros. Es la mejor muestra de un choque de trenes entre sectores, de un mundo que se resiste a desaparecer y el rodillo turístico que ha transformado Palma. «La carretera me quitó dos quarterades de las doce que tenía», dice con pesar Andreu de Cas Pagès, cuyos terrenos están cercados por carreteras, el hospital de Son Llàtzer y el cercano aeropuerto, cuyo ruido altera a la media docena de burros que tiene en su finca. «Mi abuelo compró estás tierras y aquí cultivamos alfalfa, maíz, avena y forraje para caballos y ovejas. No cultivamos para el consumo humano», cuenta Cañellas.

Este payés padece la subida de los costes, que superan el 30 por ciento, y el azote de la ola de calor con un otoño de temperaturas veraniegas. «Cuando era pequeño vivíamos dos familias de las tierras. Ahora llevo media comarca de Sant Jordi. Somos tres en esta zona y casi no vivimos ni con las ayudas», dice este payés palmesano. Con 63 años, reconoce que se siente afortunado porque su hijo Miquel, de 19 años, trabaja con él. «A mí me anima que esté conmigo. Si no, buscaría otro sitio para ‘aparcarme’», dice entre risas Andreu, que aún así advierte la dureza del trabajo del campo, sin días libres, sin libertad, pendiente de la climatología y el alza de los costes. Por no hablar de la inundación de producto foráneo. «Si la payesía no viene de raza, es difícil seguir», sentencia.

Miquel y Andreu Cañellas, en sus tierras
Miquel y Andreu Cañellas, en sus tierras.

Joan Mayol es otro de los valientes que cultiva olivos para aceite. Su finca y la de su hermano están en las inmediaciones de Son Ferriol, donde se sitúa l’Horta de Sant Jordi. «En total tenemos 2.800 olivos», dice Mayol, que está enfrascado en la recolección de la oliva. Tiene menos de 24 horas para llevarla a la tafona y convertirla en aceite. «Este año la cosecha es escasa, ha caído un 50 por ciento. La sequía no ha ayudado y tampoco el calor que hizo en mayo, que quemó la flor del olivo. Subirá el precio del aceite por el encarecimiento del gasoil, la electricidad, las botellas y latas... Todo esto es consecuencia de la guerra de Ucrania», cuenta con cierto pesar Mayol, que ejerce de presidente de la D.O. Oli de Mallorca. Mayol recuerda que «el olivo fue un cultivo tradicional también en Palma. Salvo la cosecha, que requiere de la ayuda de otras personas, el resto del año trabajamos la familia». Y pone una cifra sobre el tapete: «En una isla en la que solo se produce el 15 por ciento de lo que se consume, las tierras tienen que estar en producción y tienen que ser rentables. Falta alimento de aquí».

El agricultor recuerda la intensa actividad agrícola que había en el término municipal de Palma, tanto en la zona norte, como en Son Sardina y en el Pla de Sant Jordi. Una gran parte de los terrenos cultivables de Palma han sido sepultados por infraestructuras como autopistas, hospitales, polígonos... El aeropuerto se cargó 70 huertas de regadío». El boom turístico aplastó el sector primario de Palma, que intenta levantar cabeza, pese a que «desaparecieron el 90 % de las huertas respecto a la década de los 50».

Para Mayol, ya jubilado como jefe de servicio de la Conselleria de Medi Ambient, el proyecto del Parc Agrari es una solución para recuperar el protagonismo payés en el municipio de Palma. «Es importante incorporar el punto de vista agrario y no solo paisajístico. Es necesaria una producción rentable o no funcionará». Mayol mantiene viva la tradición familiar: al fin y al cabo su familia era payesa y palmesana. Y advierte que «el principal problema del campo es encontrar gente para trabajar. Sigue siendo un trabajo duro y solo los extranjeros acceden a cubrir los puestos». Sus aceites Verderol, dentro de la D.O., y Algemessí, están a punto para la nueva cosecha. Mayol explica que «los payeses merecen prestigio social. En tu vida necesitarás un abogado una docena de veces y un arquitecto, una vez. El payés es vital tres veces al día».

De empecinamiento podría tacharse la inquietud de Toni Feliu por ejercer de payés palmesano. «Esto no es un oficio, es una forma de vida. Estoy hipnotizado con el territorio». Feliu, que cultiva diferentes tierras en Palma y también en la Part Forana, acude cada semana con su puesto al mercado ecológico de la plaza de los Patines. «Es posible vivir como payés pero hay que trabajar muchísimo. Si quieres ganar dinero te haces camarero, que tienen propinas», dice Feliu. Tiene tres hijas que estudian una carrera pero le ayudan en el cultivo y la venta. Y asegura que «el Parc Agrari y el banco de tierras son buenas iniciativas para los que quieran empezar de payeses o los que quieran sobrevivir mejor. Las tierras no está en manos de los payeses, sino de propietarios que no viven en fora vila. Las ciudades son parásitos y sin payeses la gente no podrá subsistir».

Tono Feliu, junto a su hija
Tono Feliu, junto a su hija.

Neus Truyol, regidora de Model de Ciutat, dice que el Parc Agrari «es una responsabilidad de futuro. En las dos áreas delimitadas, s’Horta Nord y el Pla de Sant Jordi, hay zonas con suelo fértil. Es una obligación preservar estas zonas de la fuerte presión urbanística». Conservar el paisaje, luchar contra la emergencia climática y ambiental y lograr una producción local son las prioridades. Las bases del Parc Agrari se asientan en el Plan General. Dentro del fomento agrícola en Palma, también se encuentra el banco de tierras. «Hacemos un llamamiento a los propietarios que estén dispuestos a que los payeses las cultiven», exhorta Truyol.

El apunte

Alta ocupación de los ‘payeses’ de la UIB

La UIB cuenta con los estudios de Ingeniería Agroalimentaria y el medio rural, que después tienen continuidad con un máster. «Son estudios relacionados con el medio agrónomo e intentan dar solución al mundo agrario», cuenta Mar Leza, jefa de estudios de este grado. Los alumnos estudian asignaturas sobre vino y aceite y pueden especializarse en hortofruticultura y jardinería o mecanización y construcciones en el medio rural.

Con 45 plazas, «las tasas de abandono son muy altas pero hay muchísima demanda de estos profesionales. Es una pena, porque la empleabilidad es la más alta de la UIB. Antes eran hijos de payeses los que venían aquí pero ahora hay más de todo», dice Leza. A esto se suma la nueva FP de Agroecología que arrancará el próximo año y tendría a Raixa como su sede principal.