El calor ha hecho estragos en Palma y se espera que la semana que viene continúe la ola de calor, un fenómeno que se repetirá más a menudo en los próximos años. | M. À. Cañellas

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El mercurio está golpeando a Palma, que deberá acostumbrarse a alcanzar los 40 grados centígrados más a menudo. Sin embargo, una cosa es lo que digan los termómetros oficiales de la AEMET y otra, la situación que padecen ahora los palmesanos. Y la sensación de sufrir los 50 grados centígrados ya está aquí. Todo esto a la espera de que se cumplan las previsiones de los expertos, que prevén un alza de las temperaturas. Aún más. Palma padece el efecto de la isla de calor: la temperatura se incrementa por los edificios, el asfalto, los coches o la industria. Según Enrique Morán, profesor de Climatología de la UIB, «la temperatura de la ciudad es mayor. Se suele medir en zonas a la sombra como el aeropuerto a la sombra, pero en la ciudad se pueden llegar a los 50 grados».

Así, dentro de Palma siempre se perciben tres o cuatro grados más. A esto hay que sumar la sensación térmica: «A 38 grados y con un 40 por ciento de humedad, se puede tener la sensación de que estamos a 50 grados». La sensación de estar a mediodía a pleno sol en Avingudes se acerca cada vez más a la experiencia de estar en el desierto. «La temperatura máxima registrada en Palma fue en julio de 2020 con 40,6 grados en el aeropuerto. Fue un día excepcional pero en la ciudad se alcanzaron tres grados más, a los que hay que sumar la sensación térmica», dice Morán. Para finales de siglo, los expertos esperan que suban hasta 3 grados las temperaturas, pero «las olas de calor extremas serán más frecuentes». Y este año, además, «el mar está más caliente. El cambio climático será más severo en el Mediterráneo».

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Un trabajador refrescándose.

Joan Bauzà, profesor asociado del departamento de Geografía de la UIB y experto en teledetección, señala que «hay que diferenciar entre la temperatura del aire (medida por un termómetro en una garita a 1,5 m del suelo) y la temperatura de la superficie (la que emite una superficie concreta). Por ejemplo, la que notan nuestros pies andando descalzos sobre la arena. Es posible medir la temperatura de la superficie desde satélites a 800 km de la tierra equipados con sensores térmicos y dibujar un mosaico de temperaturas en función de las diferentes superficies que nos proporcione una visión de conjunto». «Algunas superficies absorben mucha radiación solar, como las oscuras e impermeables como el asfalto», dice Bauzà. En cambio, las superficies porosas, de colores claros –como el marés– o naturales como la vegetación que «se defiende de las altas temperaturas evapotranspirando –similar a cuando nosotros sudamos–, tienen temperaturas más moderadas.

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Los termómetros marcan altas temperaturas en el centro de Palma.

«De ahí la importancia del arbolado en las ciudades porque produce un triple efecto: generan sombra y gracias a la evapotranspiración pueden tener una temperatura hasta 10 grados menor a una superficie artificial como el asfalto. Además, las hojas tienen capacidad de retener las partículas generadas por el rodamiento de vehículos», según Bauzà. «Para una ciudad más amable es importante un mosaico equilibrado con abundancia de superficies naturales, láminas de agua o con materiales más porosos como el marés, presente en la arquitectura tradicional de la Isla», señala.

El caso de Palma es particular ya que una parte importante de la ciudad se beneficia de la cercanía al mar y de la presencia del embat, la brisa marina «que refresca la ciudad». La propuesta del Ajuntament de Palma de plantar 10.000 árboles puede contribuir a amilanar la sensación de calor en la ciudad. «Además de la cantidad de árboles, es importante que estén repartidos por toda la ciudad. Que todo el mundo tenga acceso a ellos combinados con fuentes. En definitiva, ‘pequeños oasis’ que permitan vivir la ciudad de una manera más amable».

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Diversas personas se refugian en la sombra en el parque de ses Estacions. Foto: M.A. CAÑELLAS

El nuevo Plan General prepara la ciudad para un panorama de calentamiento global, que ya está aquí. Según Biel Horrach, director general de Urbanisme, «si hace siete años (cuando lo analizamos con el grupo de investigación de Meteorología de la UIB) las olas de calor duraban quince días, en veinte años se prevé que pasemos un mes con este nivel de calor y además, otros 15 días de calor extremo. A esto hay que sumar los efectos de la isla de calor en Palma, que incrementan en cuatro grados centígrados por encima de las temperaturas que se registran en el entorno rural». «Por otro lado, se constata la reducción importante del régimen de lluvias. Por eso hay que preparar la ciudad y el conjunto de toda la Isla para que sea autosuficiente», dice Horrach. Ya sea con la generación de energía –con medidas integradas en las viviendas o el impulso del Districte Nou Llevant–, como en el aprovechamiento de las precipitaciones en un escenario en el que las lluvias serán cada vez más escasas.